El camino

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Érase una vez un camino en el fondo de un valle que separaba dos pueblos. El camino había sido creado por animales y humanos por igual y era utilizado por ambos. Pero era peligroso porque estaba rodeado de plantas que emitían gases que te hacían pensar. Pensar demasiado. Podías perder tu razón sobre todo ese pensar. Solo los más valientes podían recorrer el camino.

Por esta razón, el camino había sido reemplazado por un puente construido sobre el valle entre los pueblos. Después de mucho tiempo, todas las personas valientes que sabían el recorrido del camino habían muerto de la vejez y con ellos el viejo camino fue olvidado. Nadie había pensado que iban a necesitarlo de nuevo. Pero el puente se hizo viejo y peligroso. E inútil. La gente de los pueblos ya no podía reunirse.

Y así empezaron los rumores.
Y la envidia surgió.
Y por eso vino el odio.

Hasta que un día una chica pisó el camino que había encontrado después de haber bajado al valle. Una chica valiente y maravillosa. Curiosa. Siguió cuidadosamente el camino, prestando atención a los cambios, prestando atención a las plantas, prestando atención a las señales que la guiaron.

Pronto los efectos de las plantas tuvieron efecto en ella. Las voces en su cabeza crecieron más fuertes. Pero ella avanzó.

"¡La gente del otro lado es horrible!" —las voces dijeron—: "nos odian, se ríen de nosotros. ¿No puedes oír su risa?".

La niña la oía. Pero avanzó.

"Ellos le pegan a sus hijos, ¿no puedes oír sus llantos?". La niña los oía. Pero avanzó.

"Te matarán, ya verás. A medida que matan a los débiles suyos. ¿No los oyes gritar?". La niña los oía. Y se detuvo.

Y luego se dio cuenta de que este era el verdadero peligro del camino. La soledad, la oscuridad, que te deja sola con tus pensamientos. Lo que sacaba todos los pensamientos negativos en uno y los alimentaba para que se volvieran más grandes, más fuertes y más peligrosos. Eran distractivos. Entonces ella tomó un paño, se cubrió la nariz y la boca y siguió caminando. Y las voces desaparecieron.

Se detuvo otra vez. Unas grandes rocas bloquearon su camino. No había forma de rodearlas. Así que se subió a la primera y volvió a bajar hacia el otro lado, continuando su camino hasta la siguiente roca. Le tomó mucho tiempo y esfuerzo trepar por las rocas y cada roca la dejó más y más agotada. Después de un tiempo se dio cuenta de que las rocas eran piedras trabajadas. Debían haberse caído desde el puente. También se dio cuenta de que la distancia entre las rocas era cada vez menor. Así que en lugar de trepar y bajar al suelo entre ellas, subió a una y luego saltó hacia la siguiente roca sin tocar el piso. Aún así fue difícil, a veces las distancias eran muy grandes, pero logró saltar igual y este método le resultaba mucho más fácil que el anterior. Aún mejor, porque quedaba protegida de las plantas venenosas.

Mientras la niña seguía saltando de una roca a otra, la tenue luz que le permitía distinguir si era roca o aire, se volvió más oscura. El sol estaba bajando y la noche se acercaba más y más. Aunque sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, en un momento ya era imposible ver la siguiente piedra. En vez de arriesgar, equivocarse y caer al piso, decidió quedarse en la roca en la que estaba en ese momento y esperar allí hasta el amanecer.

La noche estaba llena de ruidos extraños. A veces algo rascaba el fondo de la roca como si tratara de trepar. Pero su altura protegía a la niña de las atrocidades ocultas en la oscuridad. Cuando salió el sol, vio por qué no había podido ver la siguiente piedra. Ya se encontraba en la última que había. No había más rocas. Había llegado al final del camino.

El puente, el valle y el caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora