Capítulo 1

160 4 3
                                    

PRÓLOGO
Se lo imaginaba con barba incipiente, mirada fugaz, finas alas en su espalda y zapatillas deportivas fluorescentes. Se dormía en otoño y despertaba en primavera. También podía dormirse en verano y transportarlo hasta el invierno. Cualquier combinación era válida, la cuestión era marcar el ritmo de las horas a un raudo compás. Así era su asaltante de estaciones. A medida que su flequillo rebelde iba creciendo y las velas de su pastel de cumpleaños lucían números superiores, había comprendido que el tiempo pasaba tan rápido porque todos poseían un propio asaltante de estaciones, que se encargaba de que cuando la tormenta del invierno le pisara los talones, diera un salto para volver a ver florecer los dientes de león en primavera. A veces intentaba preguntarle por qué iba tan rápido, qué era aquello que dejó o aquello que iba a buscar. Más preguntas, más se callaba. Más risas, más saltos. Sabía que se burlaba de él, tanto que ya había saltado hasta su mayoría de edad y su primer año de universidad.
Estaba dispuesto a frenarlo, a que confundiera los caminos entre tantos colores y así sentir que los días por fin volvían a pasar lentos. Era consciente de que fue él quien le permitió que cogiera carrerilla, ¿cuántas veces había deseado que llegara ya el primer año de universidad? Una vez cumplido su deseo, le tocaba prestarle un buen sillón a su asaltante de estaciones para que observara con tranquilidad todo lo que iba a depararle su nueva vida.

CAPÍTULO 1
Restos del tinte azul se pierden por el desagüe de su baño y no puede evitar concentrarse en el remolino que forma antes de desaparecer. Los párpados le pesan, ayer estuvieron chateando hasta bien entrada la madrugada. Se le escapa una ingenua sonrisa al recordar todos los momentos que han compartido este verano. ¿De verdad se está enamorando? Le asusta pensarlo. El amor nunca le trajo buenos resultados.
Se mira una última vez en el espejo, ya acostumbrada al radical cambio de look que hizo en su tiempo. Se tumba en su cama, dispuesta a ver el próximo capítulo de Juego de Tronos, pero parece que alguien osa perturbar su descanso. Su madre se planta delante de ella, sin molestarse a llamar a la puerta, luciendo una pose decidida, con las manos colocadas en su cintura.
—¿Tienes ya lista la maleta?
La chica chasquea la lengua y vuelve a dirigir la vista hacia su ordenador.
—No —responde, rotunda—. Ya sabes que allí no voy a volver.
Necesitaba alejarse de ese lugar y, en cuanto lo hizo, notó un cambio considerable en su estabilidad emocional. Aunque su marcha cobró sentido en cuanto conoció a la persona que ahora ocupa una parte fundamental de su vida.
—Durante todo este tiempo te he escuchado y he aceptado tus propuestas, aunque estuviera en desacuerdo —le recuerda su madre—. Sé que esto va a ser lo mejor para ti, así que por una vez tendrás que hacerme caso.
—¡En La Élite soy una persona no grata! —exclama, deshaciéndose del portátil y colocándose delante de su madre.
—Han pasado ya tres años, todo es diferente. Ya he hablado con la directora y está decidido. Vas a repetir primero de Bachillerato en ese instituto, quieras o no.
—Pues espero que tu conciencia no te deje dormir, sabes perfectamente que ahí no voy a estar cómoda.
—Déjate de reproches y hazte la maleta de una vez. Pasado mañana te llevo a Tarragona —dictamina, haciendo caso omiso de los mohines de su hija.

El azul del pelo de la chica se ve sustituido por el azul del mar de Barcelona. Cuatro jóvenes abren por primera vez la puerta de su nuevo hogar, embriagados por la sensación de libertad.
—¿Sabéis qué le falta a esta puerta? —dice Mauro, arrastrando su maleta hacia el recibidor— ¡Un cartel donde prohíba la entrada a los muggles!
—Eres un racista, como Voldy —le recrimina Manuel, tirándose sobre el sofá, resiguiendo las paredes con la mirada.
—¿Y cómo vamos a repartir las habitaciones? —se preocupa el pequeño de los Mendicuti.
—A mí me da igual cómo lo hagáis. Yo os dejo, que he quedado —les informa Lucas Mendicuti, en tono seco.
Sin más preámbulo, se cuelga su riñonera y abandona el piso.
—¡Tendrá morro! —se queja su hermano— Siempre hace lo mismo.
El móvil empieza a vibrar en su bolsillo y una sonrisita ilumina su rostro al comprobar la pantalla.
—Hola, cariño —la saluda, ocultándose en la cocina.
—Nos lo han dejado fácil, las dos más grandes, para nosotros —soluciona Mauro.
—Me parece bien, pero sigo molesto contigo por ser un antimuggle —le contesta el chico del flequillo, saliendo del letargo que le había provocado encontrarse con un cuadro de un prado lleno de dientes de león en el salón. Aquellos que simbolizaban renacimiento y no destrucción. Aunque sabe que, al menos para él, su significado ha ido menguando.
Mauro se abalanza sobre su amigo y lo zarandea por los hombros:
—¡¿No es esto realmente emocionante?! ¡Lo conseguimos! ¡Un piso para nosotros! ¡Empieza una nueva era!
—¡PREPARAOS! —lo sigue Manuel, haciendo alusión a la canción de Scar del Rey León.
Y, sin abandonar el show, colocan sus pertenencias en la que va a ser su guarida los meses venideros. ¿Serán capaces de soportar tal responsabilidad?

ReconstrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora