Capítulo 1:La edad perfecta

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Cierra los ojos e imagina como sería tu vida perfecta, date la oportunidad de visualizar cada aspecto, de mejorarlo hasta lo inverosímil y de creerte por completo esa nueva realidad, como si el cielo estuviera cubierto de estrellas y la luz de su brillo destellara en mil colores a tu alrededor... Sería mágico ¿no?

Así era mi vida. Todo lo que quise lo tuve, las puertas se abrían donde fuera que caminase y mi corazón se inundaba de paz y regocijo... luego desperté. Fue como salir de un letargo. Al principio estuve confundida y traté de fingir que no era real, poco después noté pequeñas diferencias que pronto fueron enormes y por entonces el dolor llegó seguido de inseguridades y aislamiento. De pronto me perdí en un abismo y no sé dónde buscar para encontrarme.

3 años atrás...

Llegué a casa sintiéndome fatal, había pasado el peor de mis días en el instituto tras una acalorada discusión con Agostina porque no quería creer lo que me decía de Gustavo, eso no podía ser real.

< Que lo he visto con Sandra, ¿Pero a que juegas Helena? ¿Por qué he de mentirte yo?>

Sus palabras taladraban en mi cabeza, tenía razón, Agostina siempre había sido mi mejor amiga ¿Por qué me mentiría? Sin embargo Gustavo había sido tan especial conmigo que... me fui de tonta, no le creí a mi mejor amiga y terminé dándome de tortazos con la vida cuando al salir de clases vi como al chico en cuestión se le atoraba la lengua en la garganta de la chica que más detestaba en la faz de la tierra... Sandra.

Dejé caer el bolso sobre un sillón de la sala con furia antes de desprenderme también del jersey del uniforme.

-Pero... ¿Y a ti que te ha pasado? –Mi madre salió de la cocina al escuchar el ruido que produjo el bolso, llevaba ropa de casa, un pantalón de algodón holgado, camiseta de mangas cortas a juego y un delicado delantal que le había regalado el año pasado por el día de las madres -¿Cambiaron a mi hija de regreso a casa y me trajeron a un ogro?

La miré poniendo cara de pocos amigos, no entendía como mamá podía estar siempre tan... ¿bien? Los días malos parecían no existir para ella.

Solo había una forma de describir a mi rubia y juvenil madre, ella era... perfecta. Mamá era hermosa, divertida, ingeniosa y hasta tenía un matiz angelical que hacía casi imposible enojarse con ella y si a eso sumabas que sus seis meses de embarazo le sentaban tan bien como a esas modelos de la farándula podías pensar que tenías a la mujer más linda del universo frente a ti, o en este caso frente a mí. A veces me preguntaba ¿Cómo es que ella podía no enojarse nunca? De repente una sonrisa salió de sus labios mientras pasaba una mano por su abultado vientre acariciándolo con ese amor maternal que nos demostraba siempre a mi hermano Daniel y a mí, fue imposible no querer acercarme a su lado para sentir como se movía mi hermanita dentro.

-¿Se ha movido mucho Bea hoy? –Pregunté abrazando el vientre de mi madre.

-¡Ah! Que he visto una sonrisa... ¡Por fin! –Dijo entre risas ignorando mi pregunta, Gabriela Harvis tenía esa particularidad. Con ella era difícil solo estar serio o enojado; lástima que su carisma no pudiera evitar la tristeza. -¿Qué te ha pasado?

Suspiré y traté de ocultar las cosas, a mí eso de expresarme no se me daba tan bien como a ella, pasé mis manos por mi corto cabello que a diferencia de lo rubio que eran los de mis padres y mi hermano, era negro y muy lacio, mamá decía que era cosa de su padre, mi abuelo, él lo llevaba así, aunque ahora un poco platinado.

Finding Me #ADOO3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora