Maggie, florecilla rubí.

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Es tu voz la que me tranquiliza,Es tu modo de hablar,Tu modo de llamarme, Aquel apodo que me reservo

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Es tu voz la que me tranquiliza,
Es tu modo de hablar,
Tu modo de llamarme,
Aquel apodo que me reservo.
Es que eres tú.
Y cuando se trata de tí,
Ya no sé que es lo que me sucede
Pero por más que intente detenerme,
Si se trata de tí,
Yo soy felíz.
Carlos Ruíz Zafón.

Maggie Dankworth o la pantera roja como solían llamarle los del pub fue la mujer más fascinante y complejamente deliciosa que conocí. De complexión alta, pelirroja, con un deje de peligrosidad haciendo honra de mujer súcubo, era perfecta. Sus facciones de diosa vampírica, labios carnosos perpetuamente carmesí, ojos grises y sonrisa de oxímoron respecto a su figura investida de poder, atrajeron mi atención, casi tanto como sus movimientos ágiles y su voz encantadora de espíritu celeste. Tenía una mirada tan penetrante y cálida que en conjunto a sus maneras de ejecución corporal, te atraía a su mundo interno de mal y de placer; siempre sabía que decir. Nunca le oí quejarse de dolor, bajo ninguna circunstancia y su risa constituía un efímero alborozo para mi mente, ya trastornada.

Si cierro los ojos y hago uso de mi imaginación, puedo sentir sus brazos a mi costado calmando mi llanto de crío cada tanto invadían esos demonios mi mente, y pronunciando sus mágicas palabras de: Descuida mi miel, estoy aquí contigo. Fue el único ser que logró disuadir mi personalidad engorrosa y a su vez transmitirme los sentimientos de sosiego más verdaderos que alguna ves sentí en oposición al suplicio extasiante que en eterna concordancia ambos experimentamos.

 Fue el único ser que logró disuadir mi personalidad engorrosa y a su vez transmitirme los sentimientos de sosiego más verdaderos que alguna ves sentí en oposición al suplicio extasiante que en eterna concordancia ambos experimentamos

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Desde que la conocí en Chicago en el Pink Monkeys la llamé florecilla y nunca escuché burlas de su parte por el mote. En cambio, a partir de esa primera vez, que sonrió pícaramente, en adelante; notaba que los ojos le brillaban cada vez que la calificaba de aquella forma, (contra todo pronóstico, pues, sin duda el apodo era ordinario y superficial) mientras acompañaba el nombre con un ridículo suspiro pegado a sus labios y unos ayes repletos de dicha y felicidad porque a su lado fui todo lo felíz que fui en mi vida.

La primera vez que la ví, mis ojos vislumbraron la obra de arte realizada de la forma más prolija posible. Veía su trasero ondeante al ritmo de Ultracheese y sus movimientos de deidad terrenal acompañando a las notas vocales de Alex Turner, producían un escalofrío que deleitaba el resto de mi cuerpo, tanto como mis globos oculares. Me sentí desmayar cuando sospeché un giño por encima del público que me hizo entrar en completa alerta y extremo calor.

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