El tío nalgas.

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Puede que muchos se piensen que la secuencia de acontecimientos desafortunados narrados hasta ahora, son suficientes para forjar un tipo intrépido, y en mi caso, no pudo ser menos cierto. Fui a escala baja alguien, pusilánime. Al menos en cierto punto.  Otros creerán que nada de lo ocurrido sirve como justificación para convertirme en semejante arpía y yo les exhorto educadamente que se chupen una polla. Nadie sabrá, siquiera ustedes, la desdicha de mi vida y el nivel de profundidad del daño que causó todo esto en mí. Menuda víctima, ¿no?

El relato que a continuación les refiero, provisionalmente me originaba un mal sabor de boca aunque ahora no me produce absolutamente nada ni al contarlo ni recordarlo y he de admitir que no siento el más ínfimo remordimiento a causa de mi reacción a la situación.

Verán, desde temprana edad he tenido un comportamiento irrefrenable y los problemas los resuelvo del único modo que aprendí, expulsando mi ira de forma súbita, cueste lo que cueste. Era un sábado lluvioso a las 21:00 aproximadamente y no me apetecía estar en ninguna parte. Eran de esos momentos en los que repudias compañía pero tampoco tienes el ánimo de soportarte en completa soledad, así que resolví dirigirme a la Taberna Animals Bar ubicada en la carretera del Oeste, Interestatal 29, que conecta a Kansas con la carretera de Manitoba 75.  Pasando rato con gente pero a la vez no, que estaba, pero a la
vez no. Gente que en presencia les veías pero nada tenía que ver contigo. Al entrar, el olor a  sudor, cigarrillo, marihuana, me dejó aturdido. El local había cambiado muchísimo desde la última vez que estuve allí y según me pareció, el propietario no era Moe. Eché un vistazo y escogí el tipejo que me pareció más apto para responder una pregunta dentro de los estándares de los que estaban allí, haciéndome paso entre el gentío y recibiendo después de unos segundos, una nalgada inesperada,  que me obligó  a voltear pasmado, buscando al responsable. El que miraba tenía abundante cabellera y un lunar exageradamente grande en la frente por lo que su expresión de rufián me hizo pensar que fue él, el atrevido.

En seguida escuché risas que inundaron mis oídos y créanme cuando les digo que no sabría definir lo que sentí. El tamaño de los sujetos era desmesurado llegando a mí una analepsis instantánea de Ottis y de mí, de chico, ¿sabes? Tragué saliva dificultosamente en el momento. Me cabreaba el acto mismo de que me golpetearan las nalgas, desde luego, pero el pánico por el aspecto de aquellos tipos y la ausencia de medios para defenderme me paralizó. Seguidamente , escuché sus vozarrones diciendo cosas despectivas sobre mi aspecto repitiendo en infinidad de ocasiones la palabrita: maricón en tono injustificado de insulto, hasta que empezaron a empujarme y jalarme , tirando de mi insistentemente, usando mi cara como saco de boxeo por minutos que se me tornaron larguísimos. Lo último que sentí netamente corporal fue el picor-dolor, de alguna navaja que se resbaló de mi rostro a mi pecho y ahí noté que todo el bar como panda de simios se zurraba entre ellos. Evidentemente, aproveché el caos para desaparecer entre la muchedumbre deteniéndome con la respiración forzosa al llegar al vehículo que me salvó aquella noche de una paliza más contundente,así que oficialmente yo y mi trasero le agradecimos secretamente a algún ser divino.

Tal parece, los cabrones tuvieron una gran precisión al golpear o al menos eran bastante profesionales en el asunto porque durante semanas tuve moratones y heridas frescas. Dolía como el infierno. Los paños de agua fría y medicamento en gel no servían de nada para amortiguar el dolor, así que decidí, debía salir de mi cueva a por fármacos de vía oral, más fuertes. Indiscutiblemente, debía ir a una farmacia, en especial por ese corte profundo que tenía en el pectoral derecho y que parecía infectado. En el trayecto debía seguir carretera abajo y después de unos minutos en línea recta, divisé una Vans con una música mierdera estruendosa, y el reflejo de una melena medianamente larga. Mientras más me acercaba comprobaba. Así es chicos, el tipo nalgas estaba ahí de nuevo.

Es complicado profundizar sobre el destello de valentía que sentí en el momento, ¿sí entiendes? Era una espesa combinación entre furia y rebeldía que intensificaron los antropoides andantes al empezar a molestarme usando sus camionetas, con la misma rutina anterior del empuje y jale.

Me enfadé en extremo. Tenía un arma en la cajuela, específicamente una magnum 357. Paré el auto, activé la palanca superior y me desmonté. Ninguno pareció sentir temor alguno. Error. Vieron a un tipo aparentemente debilucho con un arma pero siguieron jugando, y yo no quería jugar más.  Una vez llego al punto límite no me retracto, ya está decidido. Pudieron matarme sacándome de la carretera pero me les adelanté. Eran unos pocos, los maté a todos y escapé. De el tipo nalgas me encargué especialmente e hize un bonito tramo de disparos desde su cóxis hasta su pierna, después de muerto, eso solo para asegurarme.

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