Capítulo 6: Protección de Hebe

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Un suave olor a polvo voló en el aire. No era del tipo que se olía en espacios reducidos, por el contrario, a la gente le recordaba a un museo o a la casa de sus abuelos.

Las estanterías se situaban en el origen de este olor y en el medio, Atsushi estaba ocupado leyendo libros.

O tal vez el término "mirar" hubiera sido más preciso. No podías leer algo que no contenía palabras.

De hecho, Atsushi había sido capaz de encontrar un diario que había reunido imágenes de todos los paisajes más impresionantes del mundo.

Lago rosa de Australia

Cataratas del Iguazú

Machu Picchu

Atsushi se preguntó cómo sería ver esos lugares en persona. ¿Se decepcionaría? ¿Abrumaría? ¿Tendría sentido el mundo de repente?

«Un día» se prometió a sí mismo. «Quiero salir y conocer el mundo».

Rápidamente, escribió las últimas notas que necesitaba, cerró su cuaderno y se fue.

El primer paso para viajar era salir fuera.

Para ser un día de otoño, decidió Atsushi, podría haber sido mucho peor

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Para ser un día de otoño, decidió Atsushi, podría haber sido mucho peor. Más frío y más muerto.

El cálido color naranja miel y el rojo oscuro pintaban todo el parque. Los arces japoneses eran bastante visibles en esta época del año. La naturaleza había adoptado un aire casi imperial.

Una suave brisa agitaba su demasiado corto cabello y le hacía cosquillas en la nariz. Estornudó.

Kunikida todavía estaba en clases y Atsushi había decidido venir aquí para pasar el tiempo. Salir a caminar había sido una idea brillante. Había turistas caminando por todo el lugar, lo que agregó un ambiente confortable al parque.

«El Gran Dios del Otoño caminó rodeado de fantasmas, espectros y apariciones. Su túnica negra flotaba a su alrededor como las alas de un cuervo. Un ángel de la muerte...»

Atsushi sacó su cuaderno y escribió al respecto.

«¡Espera, no! ¡Se supone que debo concentrarme en lo que quiero enviarle a Tanaka-san!»

Miró a su alrededor buscando un lugar para sentarse. Todos los bancos estaban ocupados por parejas y jubilados comiendo crepes o leyendo. No hay suerte aquí.

Su atención fue captada por una enorme zona verde. Arbustos de al menos dos metros. Separaban el parque en dos partes, tal vez si los atravesaba.

«Se supone que no debes hacer eso» se reprendió Atsushi. Pero nadie le estaba prestando atención y eso sería más rápido...

Se arrodilló y avanzó. Las hojas y la madera le rasguñaban la cara y cuando finalmente encontró un banco libre, unas marcas rojas empañaban sus mejillas. Se desvanecieron en un instante.

De Novelistas y Perros CallejerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora