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Un mensaje de texto la trajo de sus recuerdos.

Había soñado con la vez en que se presentaron en Japón por primera vez desde su debut y las personas se habían vuelto locas gritando sus nombres a mas no poder. Sin duda alguna la más popular era Seulgi, se defendía muy bien con el idioma y su sonrisa carismática ganaba el corazón de cualquiera. Le gustaba verla feliz, con sus ojitos desapareciendo cada vez que sonreía.

En cambio, la sonrisa dulce de Irene era de la cual siempre estuvo enamorada, era tímida, coqueta, elegante. Encajaba a la perfección con su dueña, a pesar de que podía ser muy traviesa cuando se lo proponía... y mucho mas en la cama.

Ni hablar de su cuerpo. En aquella época tenía un cuerpo precioso, fitness, bien desarrollado... perfecto. Sin embargo, el cuerpo de Seulgi en sus treinta era otra cosa: no tenía palabras para describirlo. Y muy extrañamente al pensar así de quien consideró su mejor amiga en ese momento, era incomodo, no dejaba de sentirse rara.

Los rayos del sol mañanero atravesaron el ventanal despertandola de toda ensoñación que la poseía. Y se vio rodeada de dos botellas de ron (y no, no se sentía para nada borracha) y tres colas de cigarro en el cenicero -el último fumado a la una de la mañana-, estaba en su oficina con la misma ropa del día anterior y no había dormido ni cinco minutos. Ya podía imaginarse el regaño por parte de sus amigas.

"¿Qué hacen ustedes conmigo? Cielos, pararé a loca."

Dijo en voz alta en tan vacía oficina.

Por lo menos ya no tenía papeles que firmar y eso en cierta parte la consolaba.

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Tenía frío. Las luces de las cámaras fotográficas la cegaban y ya se había llevado ciertos regaños (a modo de grito, cabe destacar) por no andar totalmente enfocada en la producción de los posters para su siguiente drama, sin contar que estaba realmente cansada.

Irene suspiró mientras se pasaba una mano por el cabello desordenando un poco el peinado que le habían arreglado, no quería continuar pero no le de quedaba de otra; el contrato ya estaba firmado. Miró a lo lejos a su manager, el mismo que estuvo con ella durante todo su inicio de carrera y tuvo ganas de estrangularlo por tan pésima decisión de drama (no es que la historia fuera mala, su personaje lo era), y se culpaba a ella misma por haber tomado la decisión tan apresuradamente.

"¡Irene! Cariño, por enésima vez concéntrate en la cámara, metete en el personaje..."

"Lo siento"

"Ya vamos a terminar"

Respiró profundamente y enfocó su mirada y mente en el ahora, mientras otro flash de cámara la cegaba por unos segundos.

Aunque se le hacía difícil y mucho mas cuando se encontraba sola en el auto vía su casa, escuchando la estación de radio que tanto le gustaba. Solo que su cabeza seguía metida en las fotos de hacía unos días, que Seulgi no le había escrito -y ya eso era sospechoso- y que sencillamente necesitaba ver a la canadiense; se sentía como cuando contaba con veintidós años y no podía pasar ni cinco minutos separada de ella. (Y eso que duró seis años solo escuchando su voz en conferencias que subían a internet).

Se detuvo en seco en una luz roja, pensando qué demonios podía hacer. Sin embargo, nunca fue buena tomando decisiones apresuradas y por eso le pasaba lo que le pasaba. Así que no pensó más por lo que acelerando apenas la luz se tornó verde, se dirigió a RV Enterteinment.

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Gustaba de esos besos. Largos, cortos, dulces, suaves, apasionados; más cuando descendían por su cuello y se perdían en su clavícula. No obstante, esa noche los sentía distintos: ansiosos, escasos, faltaban de ese algo que la volvían loca. Y sus sospechas se hicieron verdad cuando sintió gotas caer en su hombro.

everytime we touch / wenreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora