Capítulo 13: Sin moral

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Malas, malas noticias
Uno de nosotros va a perder
Soy el polvo y tú el fusible
Sólo falta un poco de fricción 
...

-¿Victoria? - sonó otra vez la voz de Mendoza.

La morena cerró fuertemente los ojos y apretó los dientes para no gritar, estaba tan cerca del orgasmo, el placer se estaba acumulando en su vientre.

-¡Sí, estoy bien! - logró confirmar con voz estable y tomó una gran bocanada de aire antes de seguir - ¡Usted siéntese que ya voy!

No era fácil hablar. Sus piernas temblaban, sus manos temblaban y pequeñas gotas de sudor caían en su rostro.

César, quien había parado de moverse en su interior, comenzó de nuevo. Iba lento de manera circular, y a Victoria, que ya estaba excitada a más no poder, eso la volvía loca.

-¡Está bien! - se convenció el viejo - ¡Pero si me necesitas algo llámame!

El miembro de César en su vagina vibró y a ella le dieron ganas de gritar.

-¡Claro! - confirmó mordiéndose los labios. Quería escuchar los pasos de Mendoza, asegurarse de que se había ido, pero algo y alguien le distraían. César comenzó otra vez las embestidas fuertes y no le dejó cordura para pensar en nada más.

Sus dientes se clavaron en el hombro masculino durante las últimas estocadas. Unos segundos más y una electrocusión le recorrió todo el cuerpo, dándole la sensación de una libertad y una felicidad enorme. No pararon y poco después César también se corrió dentro de ella, gimiendo fuertemente en su oído.

Ambos cuerpos se relajaron. Victoria se dejó caer en el pecho del hombre sonriendo y él la abrazó con ternura. Habían superado el peligro y ganaron su orgasmo sin ser cachados. Su pequeña revolución contra el mundo había tenido éxito.

César dejó que Victoria pisara el suelo con cuidado y sus labios se unieron en un beso corto pero intenso. Dos minutos después, ambos se habían vestido y el joven se iba por la puerta de la cocina.

-¡Victoria! - exclamó Enrique cuando la vio salir de la cocina - ¿Qué hacías? ¡Ha pasado como media hora!

-Han pasado veinte minutos, no mienta - dijo sentándose, todavía con los cachetes rojos del calor - Que más rápido no podíamos ir.

-¿Quienes?

-Emmm... ¡Todos! No era sólo el muchacho que usted vio, llegaron más pobres por la puerta de atrás y les di comida a todos.

-¡Pero eso es increíble! Eres muy generosa.

-Sí lo soy, la condenada.

-Pero por fin ya estamos solos - dijo, cambiando su tono de voz.

-¡Por ahora solamente! No han venido todos los pobres todavía.

-¿Cuántos faltan?

-Pocos. Sólo unos... 300.

-¿Qué? ¿Pero todo México pasará por tu casa?

-¡Así es! Qué lástima, parece que no vamos a tener privacidad hoy.

-Sí, es mejor que me vaya - constató triste.

-Pero ¿por qué dice eso? - preguntó la morena levantándose y ayudándolo a levantarse - Quédese un poco más - entregándole su abrigo.

-No, yo me tengo que ir - mientras Victoria lo empujaba hacia la puerta.

-Si le digo que no es necesario - abriéndole la puerta - Pero sólo porque usted insiste lo acepto, que conste que usted insistió - dando énfasis en la palabra "usted" - ¡Adiós! - se despidió y cerró la puerta con fuerza en la cara de Mendoza.


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