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Tuve que empezar a pensar en todas las cosas que Laura me había dicho y había hecho hasta el momento. La situación del celular fue vital y fue una fácil de recordar porque era una situación en la que yo había estado presente. Para el momento que nuestra relación había comenzado a decaer, muchas veces ella hablaba y yo no le prestaba atención. En cambio, pensaba en cuánto me hacían enojar sus actitudes o ciertas cosas y no le prestaba atención. Tenía la cabeza en otro lado, cuando podía estar, quizá, dicéndome algo de vital importancia que podía usar el día de hoy para encontrarla.

Muchas veces hablaba de cosas legales, operaciones de las cuales no entendía nada. Muchas veces me había recomendado libros o artículos que iban a hacer eso mucho más fácil de entender. Pero la ignoré totalmente. Ahora entiendo mejor por qué la relación se estaba yendo al carajo. Quizá si hubiera estado para ella, si le hubiera prestado más atención. Si le hubiera demostrado interés, me habría contado lo que le estaba pasando, si se sentía perseguida, o había visto algo raro. Si lo hubiera hecho diferente...

—Pensar esas cosas no te va a hacer sentir mejor —dijo Fausto.

—¿Qué sabe usted lo que estoy pensando?

—Esa expresión la conozco. La tenía mi esposa en su lecho de muerte también. Deseaba haber hecho las cosas de otro modo, se arrepentía.

Fausto había perdido una hija y una esposa en poco tiempo. ¿Es esta la clase de eventos que convierten a un superhéroe en un supervillano? Fausto era un supervillano ya desde un principio, quizá estas pérdidas lo hacían, de alguna manera, una persona mejor.

—La verdad, lo siento mucho por su esposa y por su hija. De verdad quiero ayudarlo a encontrar a Laura. Pero no podemos hacer nada si usted no dice nada.

Fausto se rehusaba a hablar. Obviamente tenía muchísimos secretos, uno de ellos era el maldito documento.

—Puede comenzar explicando como ese documento que le acabo de traer, llegó al basural de la ciudad y a las manos de Mateo.

—¿Que este documento qué?

No tenía idea de todas las manos por las que había pasado el documento. Con una expresión perpleja, extendió su mano hasta la carpeta de nuevo, la abrió, y comenzó a notar que las hojas estaban un poco mas arrugadas o sucias que las de los demás. Alguien había hojeado ese archivo muchas veces, probablemente había sido Mateo el que lo dejó así.

—También, de paso, puede contarme cómo justo antes de la desaparición de Laura, había decidido aislar su casa por completo y ya no dejarla salir. ¿Cómo se secuestra a una persona que está aislada dentro de su casa?

—Usted, muchacho —respondió inclinándose hacia adelante —sabe muy bien que es la última persona que la vio con vida. Aún así, evité que lo interrogaran o lo llamaran a declarar porque conozco muy bien la situación que vive su familia. Lo menos que puede hacer es agradecerme.

—Yo solo estoy haciendo suposiciones, pero usted sabe más cosas que no está diciendo.

—¿Qué espera que le diga a un mocoso insolente como usted?

—Soy el que mejor conoce a Laura. Soy el que mejor sabe quién era, cómo pensaba y qué cosas le gustaban. Si hay alguien que sabe dónde empezar a buscar, ese soy yo. Usted pagaba su cuota de la universidad y se encargaba de invertir en ella para satisfacer su propio ego, poder enorgullecerse de su hija y nada más. Si quiere que la encontremos, vamos a tener que cooperar. Así sea un mocoso o un viejo como usted.

Dejando de lado las veces que no le presté atención a Laura, todo eso era cierto. Podía ver el enojo por fin en las expresiones de Fausto, pero sabía que tenía razón. Y su prioridad ahora mismo era Laura. Quizá sí la había dado por muerta, pero el menor atisbo de esperanza en encontrarla que le dí, lo tomó y se veía decidido a, al menos, intentar buscarla.

EpidémicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora