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Había mucho movimiento en la ciudad capital, Puerto Nowak.

Las camionetas de Bienestar Social, escoltadas por las del Ejército Argentino, iban y venían por las calles principales. No estaban patrullando, así que iban a alta velocidad llevando y trayendo carga. Quizá eran personas, quizá eran documentos importantes, quizá era comida, quizá eran cadáveres. Nadie sabía qué llevaban realmente, pero la ciudad parecía estar viva de nuevo después de meses.

Mucha gente salía a la calle. Sabían que no iban a haber muchos patrullajes porque todos parecían estar ocupados en algo. Envueltas sus caras en telas, barbijos, máscaras, salían simplemente a dar vueltas, quizá con la intención de recuperar esa vida social normal que alguna vez habían tenido. Algunos padres llevaban a sus hijos en carritos de bebé completamente cubiertos con un plástico transparente, a otros los llevaban en los brazos con trajes herméticos ajustados a su tamaño, lo importante era que salieran y que pudieran observar las calles, los árboles, las demás personas, algo que les diera un poco más de esperanza que lo poco que sus desesperados padres podían lograr dentro de las cuatro paredes de sus casas.

Muchos de esos padres apuntaban al cielo, recordándoles que ahí detrás estaban el sol y la luna, que había nubes con formas, que el cielo era azul y que de noche centelleaban las estrellas. Que alrededor había mucho más además de los pocos metros que permitía ver la densa, siempre presente niebla blanca. A pesar de estar en el fin del mundo, todos tenían alguna clase de esperanza.

Mateo y la mujer corrían por la vereda esquivando la mayoría de estas personas que recorrían la ciudad como si nada. Constantemente ella se volteaba para ver que Mateo le siguiera el ritmo y que no se hubiera sacado la máscara. Finalmente llegaron al edificio al cual habían sido convocados y su interior resultó ser un caos.

Agentes iban de un lado al otro comunicándose con otras bases, constantemente se despachaban soldados y algunos de estos volvían con reportes. Las comunicaciones eran muy limitadas, así que era complicado enviar mensajes a otras bases por radio ya que era muy fácil descifrarlas.

—¿Qué es esto? ¿Qué está pasando?

—Una ciudad cercana está sublevándose, parece que están planteando lo mismo que vos, que la niebla es artificial.

—Pero, ¿una ciudad entera?

La mujer se detuvo y se inclinó un poco para estar a la altura de Mateo, que era un poco más bajo que ella.

—No tengo tiempo ahora para responderte estas cosas, Mateo. Tenés dos opciones. Podés volver a nuestro departamento y quedarte tranquilo jugando al solitario, o podés acompañarme a hacer los interrogatorios y encontrar las pruebas que realmente necesitás. Pero si te ponés a hacer preguntas ahora es bastante molesto.

—Me quedo, no te enojes, acordate que me diste una pistola.

Ella lo fulminó con la mirada, él simplemente miró al suelo y después siguió sus pasos.

"¡Ví el sol, todos lo vimos! ¡Estaba ahí arriba y la gente no podía dejar de ver y alguien gritaba que dejaran de hacerlo porque se les iba a dañar la retina y qué se yo qué cosas más, y mi hija gritaba porque todos estos meses había estado buscando su sombra y por fin la había encontrado...!"

"Se cortó la luz, que no es la gran cosa porque es algo que pasa bastante a menudo, pero esta vez duró algunas horas y cuando salió el sol, todos salieron a gritar a la calle como locos."

"Yo confío en mi gobierno, señor soldado, sé que en realidad hacen esto porque las tormentas solares despertaron el virus en los polos y la niebla es lo único que puede protegernos de que se siga esparciendo. Confío en mi gobierno y si me pidan que niegue que haya visto el sol, entonces voy a hacerlo."

EpidémicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora