Los espejos del sueño [Cuento #02]

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La ciudad en donde vivo está llena de locos, de personas que no saben su rumbo, su trayecto; de personas que no saben a dónde mirar, y también de personas, que al igual que yo, sabemos a dónde queremos ir, pero no encontramos el camino adecuado.

Todos los días cruzo las mismas calles desde las doce de la noche, hasta máximo las seis de la madrugada. Solo existe un camión y cuatro personas que lo operan; recogemos la basura de todas las calles, apenas se llena el contenedor, regresamos y lo vaciamos para llenarlo de nuevo y así hasta recoger todo. Es un trabajo sacrificado, pues, somos solo cuatro. Tal vez si mi pequeña ciudad se preocupara en comprar unos cuantos camiones más y contratar a más personal, seguro que nuestro tiempo de trabajo se reduciría, y de repente la paga sea menor, aunque preferiría que fuese así, para poder descansar más y tener más tiempo con mi familia.

Era una noche oscura, sin casi estrellas en el cielo, y sin ningún rastro de algún ser vivo en las calles. El motor del camión sonaba siempre fuerte, y parecía que el ruido no era lo suficiente para despertar a los vecinos dormidos. Las luces delanteras del camión estaban malogradas, a veces se prendían y algunas veces no, y aunque en estas horas nadie camina por las veredas o la pista, siempre mi grupo y yo nos mantenemos alertas tratando de no envestir a alguien.

Cuando pasaba por mi casa, una extraña motivación recorría todas mis venas. Los recuerdos de mi pequeño hermano al llorar, y los primeros pasos que dio mi hermanita vienen a mi mente como pequeños destellos de felicidad, bombardeando así esos motivos de seguir trabajando para ellos... y en verdad se lo merecen todo. Con lo poco que gano, trato de comprarles ropa y sus útiles escolares. Debería darles más que solo prendas y cosas... mi dinero no es suficiente para recompensarles por toda la felicidad que hacen sentir a mis papás, y en especial a mi padre, que desde que terminé el colegio, hace tres años, él está postrado en su cama; sus músculos no le responden, su boca no suelta palabra alguna; apenas sus dedos se mueves.

El dolor que sentía mi madre estaba siempre oculto, aunque mi sorprendente mente de diecisiete años descubría rápidamente lo que ella pensaba y temía. Se esforzaba para ocultarme dolores que no eran necesarios que yo los sintiera, y menos mis hermanos. Ella sabía que al final de cuentas descubriría que estaba sucediendo, es por eso que comencé a trabajar cuando apenas terminé la escuela. Enseñaba matemáticas y ciencias a hijos de algunas amigas de mi madre, curiosamente también enseñaba a personas mayores que yo. Desde entonces comencé a poyar con algunos gastos en casa.

La tonalidad del cielo cambiaba, los primeros rayos de luz se mostraban entre las nubes... Era la última recogida de basura; el que conducía se estaba quedando dormido, el copiloto trataba de despertarlo constantemente, y mi compañero de acción estaba ya cansado de recoger toda la noche. Hoy es viernes, nuestro último día de trabajo, y nuestro descanso se acercaba. A duras penas llegamos con la última carga; luego, nos dispersamos al salir.

Al regresar a casa, me crucé con una jauría de perros, parecían estar listos para atacarme, estaban furiosos, y con mucha saliva en sus hocicos. Retrocedí con miedo, y ellos me rodearon. Pasé solo unos instantes intranquilos hasta que uno de ellos se acerca y se echa en mis pies. Las colas de los demás se movían como cascabeles, solo faltaba aquel sonido característicos de esas serpientes. Acaricié al que estaba en mis pies y los demás luego se acercaron para que yo les pueda dar algo de lo mismo. Creo que era una prueba que ellos me habían puesto. Siempre les he temido a los perros; recuerdo que hace años uno me mordió en la pierna derecha, era mediano y de color mostaza con manchas negras en sus piernas. Después de aquel día, siempre cambiaba de acera cuando un perro se acercaba.

Las veinte calles que separaban de mi casa al trabajo las caminé con todos ellos; tenía mi sueldo en mi bolsillo, y parecían ayudarme a que no me robaran en medio camino, pues estas calles aumentaron en los últimos años su delincuencia, y ahora parece ser normal de aquellas personas que lo cometen.

Por un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora