Cinco.

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— Volvería a atraparte las veces que fuera necesario

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— Volvería a atraparte las veces que fuera necesario.

Cuando se hicieron las dos con veinticinco, Chuuya estuvo de pie sobre la barda viendo fijamente el quiosco en dónde ella siempre le esperaba. Su rostro se veía afligido, pues aunque en sus manos llevara un ramo de flores de aquel local que había llamado su atención, Rina no estaba ahí para sonreírle.

Paseó su azulina mirada por el gran patio, una y otra vez buscando pista de la bella joven; al no encontrar nada, bajó sus pies hasta el suelo del jardín y avanzó hasta donde solían sentarse. Una vez ahí, colocó la mano sobre la mesa sintiendo la culpa abrirse paso por sus entrañas, ya que el juego de té se encontraba puesto para dos personas, y cuando tomó la tetera entre sus manos también pudo darse cuenta que estaba tibio.

Creyó en lo peor, en que tal vez Rina lo estuvo esperando por veinticinco minutos en aquella mesa decorada y como siempre había llegado a tiempo para el té, en esa ocasión ella pensó que él no iría y optó por meterse dentro de la casa.

— Chuuya-kun — escuchó que le llamaban, pero no era la joven, sino su padre.

— Señor Ishihara — saludó cordial, pero la mirada no le cambió un solo momento. Solo quería preguntar por Rina ahora que tenía la oportunidad.

— Lamento que hayas tenido que venir hasta acá cuando tienes cosas más importantes que hacer — enseguida, el muchacho se dió cuenta de la preocupación que soltaba tras cada palabra.

Chuuya podía entender hasta ese momento el comportamiento del señor Ishihara, y eso que apenas habían pasado algunas semanas en que no lo trató tanto como a su hija. Era cierto que era un amor de persona, dispuesto a ayudar a quien encontrara en el camino, extendiendo su mano de manera gentil incluso hasta a un desconocido, sin embargo, también tendía a preocuparse en demasía y pedía disculpas en todo momento. De esa manera, nuestro peli-naranja pudo encontrar miedo en su mirar combinando con otro sentimiento.

— ¿Le ha sucedido algo a Rina? — se le escapó de la boca sin pensar, y cuando vió al mayor bajar la mirada, descubrió que había acertado.

— No exactamente — fue lo que contestó rascando su cabeza. Parecía estar en un debate de desiciones — Escúchame...

A pesar de haberle pedido aquello, volvió quedarse en silencio dejandolo pendiendo de un hilo sin respuesta. Estuvo a punto de decirle que continuara, pero entonces lo hizo. Ishihara volvió a hablar.

— Rina está en su habitación. En la segunda planta subiendo las escaleras, la puerta que tiene su nombre. Ve, estoy seguro de que ella querrá contarte — finalizó dándole una pequeña sonrisa.

De inmediato, asintió, y sin decirle nada entró a la casa por la puerta trasera que daba a la cocina. Subió las escaleras con tanta torpeza que deseó haber sido más alto.
Las indicaciones del mayor eran acertadas ya que era su casa, así que no le tomó mucho caminar por el pasillo hasta ver el nombre de la princesa en superficie blanca y adornada por un pequeño corazón rojo.

— Chuuya, veniste — le recibieron con una sonrisa a pesar de haber irrumpido en la habitación sin tocar.

— Rina, ¿enfermaste? — se quitó el sombrero y caminó a paso lento hasta la cama que ella ocupaba.

Su voz se cortó y su garganta dolió. No quería aceptarlo porque se trataba de ella, pero el panorama le daba más respuestas que cuestiones. Muy en el fondo quiso ignorar lo que había descubierto y esperaba una respuesta diferente venir de la joven, a quien le daban los rayos del sol desde su ventana.

— Posiblemente fue, cuando cumplí los seis años — una sonrisa tenue le adornó los labios mientras desviaba su mirada hasta las sábanas que le cubrían.

La estancia, a pesar de ser colorida con rosa en su mayoría y llena de peluches adorables, estaba equipada para atender a un paciente. Tal como una habitación de hospital.

— ¿Qué? No — negó algunas veces. Ya se encontraba cerca de ella, así que levantó la cabeza cuando sintió que colocaba su delicada mano sobre la suya que había dejado descansar sobre la cama.

— Perdón, debí habértelo dicho desde el comienzo, así no tendrías porque poner ese rostro — una pequeña risita burlona llegó hasta los oídos del Nakahara, pero él no necesitaba eso.

— ¿Qué es lo que tienes? — se atrevió a preguntar sin querer escuchar la respuesta.

— Anemia aplástica — respondió sin dudar un poco.

Según los conocimientos de Chuuya, era un tipo de anemia hereditaria que causaba diferentes síntomas a la de una anemia normal. Su hermana Kōyo le había hablado un poco del tema cuando un familiar cercano de ella murió bastante joven por la misma enfermedad.

— Entonces, ¿eso quiere decir que...?

— Si — no le dejó terminar, ya que adivinó cuál sería su cuestión — Es por ello que mi madre murió cuando yo apenas tenía siete años. Era muy joven.

En un segundo, el oji-azul se preguntó por qué a pesar de sus palabras, seguía teniendo una bella sonrisa en el rostro. ¿Por qué? Lo que tenía era una enfermedad incurable que simplemente podía tratarse para alargar su vida, pero no había manera de saber cuánto. Bien podría morir ese mismo día, incluso mañana o hasta el año que venía.

¡Ah! De solo pensarlo sus orbes pasaron a estar cristalinos, y cuando una lágrima escapó sin permiso se arrodilló frente a la cama y pegó su rostro en el colchón. Un sentimiento peor le embriagaba, uno diferente a los que había sentido en toda su vida y no podía darle un nombre, no era exactamente enfado, irá, miedo, indignación, aunque podía sentirlos, había algo más. Todo se le había amontonado, además, por primera vez se sentía vulnerable y lleno de vergüenza porque le vieran de esa manera. ¿Que pensaría Rina de él? Apenas si se conocían.

— Levanta la cabeza, no hay porque llorar — le pidió está vez colocando la mano sobre su cabello que acarició con cariño.

A Rina le gustaba su color y que fuera en cierta manera largo.

— Es que... — no pudo articular palabra alguna.

¿Qué le sucedía? No podía tranquilizarse por mucho que lo estuviera intentando.

— Está bien, Chuuya, ya lo he aceptado. Vivir con una enfermedad como la mía no es tan malo; aprendes a valorar cada segundo del día y las lágrimas que alguien te dedica. Los problemas son algo llevadero, y si no los tuviera jamás te hubiera conocido. ¿Ves? Aún puedo escalar paredes cuando nadie me ve.

— Entonces, ¿eso quiere decir que en realidad nunca habías visitado un parque? — preguntó recordando su petición de ese día cuando eran más jóvenes.

— Claro que si, pero no lo recuerdo. Mamá y papá solían salir en demasiadas ocasiones de la casa cuando era una bebé, sin embargo, cuando ella murió, él decayó muchísimo; para cuando volvió a recuperar los ánimos yo estaba grave, el tuvo que trabajar para sacarnos adelante y jamás pude volver cruzar la barda, fue entonces que tú me atrapaste — se escuchaba tan feliz, tal como si ese recuerdo fuera el mejor de su vida, pero cuando vió que no levantaba el rostro, preguntó — Chuuya, tú, ¿te arrepientes de ello?

— No, no lo hago — negó dándole la cara y poniendo la mejor sonrisa que tenía para ese momento — Volvería a atraparte las veces que fuera necesario.

Kanashimi / Nakahara Chuuya 🍷.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora