CAPÍTULO 9

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Llego a la casa de mis papás más rápido de lo que pensé. Me abre la puerta mi mamá, sonriendo. Hace mucho no la veía así, contenta.

—Pasa, Matu, pasa. La abuela está en tu habitación.

Entro y veo todo igual que antes. Esa pared en la que marcábamos nuestra altura sigue ahí, los cuadros con fotos familiares y dibujos que hicimos mi hermano y yo también y en la misma posición. Lo único que cambió fue la tele, ahora es plana y en HD.

Paso por la cocina para saludar a mi papá. Nos damos un abrazo, cosa que me sorprende. Él no es muy demostrativo.

Después voy hasta mi habitación, donde veo a mi abuela acostada en mi cama.

—Hola, abuelita —la saludo, contento.

—Hola Teito —dice sonriendo—. Qué lindo que me viniste a ver. ¿Sabes si viene tu hermano?

No puedo decirle la verdad. No puedo decirle que su nieto mayor está demasiado ocupado rascándose los huevos como para visitarla.

—Puede ser, abu —le agarro la mano—. Papá está haciendo budín. El de chocolate, con tu receta. Pero no creo que le quede tan rico como a vos.

Pasé la tarde con ellos, entre risas y anécdotas. Fue una tarde muy linda, hace mucho no pasaba tiempo con ellos.

—¿Querés quedarte a dormir? Te tiramos un colchón acá en el living —ofrece mi mamá, con una sonrisa.

Lo pienso un poco. ¿Qué me espera en mi casa? Mi hermano, tirado sin hacer nada. Y si lo veo probablemente lo putee, por no haber venido a visitar a la abuela. Además, quedarme un rato más con mi familia no me iba a matar.

—Bueno, dale.

Al final pasé todo el fin de semana con ellos. El ambiente, que generalmente era de peleas, fue muy tranquilo. Les conté de mi nuevo trabajo (omitiendo toda la parte de Valentín) y se pusieron muy felices por mí. Pero el lunes tenía que llegar, muy a mi pesar.

Me desperté antes que ellos y me despedí de mi abuela con un beso, sin despertarla. No quiero ir, pero no puedo faltar. Después de un rápido desayuno, decido que no voy a escapar de mis problemas. Y no es necesario que hable con Valentín para más cosas que avisarle de reuniones o atender sus llamadas. Puedo ignorarlo, ¿no? Puedo ser fuerte. No voy a llorar, no voy a llorar...


—Buen día, Lau —la saludo, pasando por su lado. Ella hablaba por teléfono, pero me hizo una seña de «hola».

Me preparo mentalmente para ver a Valentín. Un saludo es más que suficiente, no tengo ni que mirarlo. Adelante de la puerta de su oficina, respiro hondo y entro. Pero no hay nadie. No vino.

Entre decepcionado y aliviado miro su silla vacía. No tengo que verlo, y eso me tranquiliza. Pero una partecita de mí quería verlo. Trago saliva y voy hasta mi asiento. ¿Qué se supone que tengo que hacer si no está? Decido agarrar mi libro y aprovechar para terminarlo.

«Tengo tiempo para aburrirme», pensé.

Habrán pasado unas dos horas desde las ocho cuando la puerta de la oficina se abre, dejándome ver un ojeroso Valentín. No parece serio, sino triste. Me da una mirada y yo vuelvo a poner mis ojos en la pantalla, fingiendo no verlo. Escucho su suspiro y se sienta detrás de su escritorio.

Una mezcla de emociones mi inunda. Alegría, enojo, tristeza, preocupación. Curiosidad, porque nunca lo había visto así.

—Mateo —me llama—. ¿Podemos hablar?

Noto la tristeza en su voz. Con todas las emociones juntas me acerco hacia él. Se para y se pone justo enfrente mío. Pasa su mano por mi cara, haciendo que ésta se ponga roja.

—Perdón. Por todo. No te lo mereces. Sos re dulce y yo soy un pelotudo —hace una pausa y suspira—. Lucía no es mi novia. Es mi ex, pero no me deja en paz. Perdón por haberme quedado callado, debería haberla alejado e ido a buscarte. No me salió. Perdón si te hice sentir mal.

Tardo unos segundos en entender lo que dice. Una ola de alegría me invade, pero sólo dejo salir una sonrisita. Todavía tengo una duda, igual.

—Y... viste que me ibas a decir algo. ¿Qué querías decir?

—Que... que me gustas. M-más que eso. Creo que... estoy enamorado de vos.

Sus palabras me toman por sorpresa, a decir verdad. Estos últimos días me los pasé pensando en que era todo mentira. Pero escucharlo decir eso me dio una alegría y una paz que no siento a menudo.

Me quedo en silencio, mirándolo fijo. Al parecer lo malinterpreta, ya que se separa con un gesto de dolor.

—Está bien —dice, yendo a sentarse en su silla. Lo agarro del brazo antes que pueda irse y lo hago darse vuelta.

—A mí también me gustas —le digo, con una sonrisa de oreja a oreja.

Con una sonrisa junta nuestros labios. Es un beso corto, pero con muchos sentimientos juntos.



Quiero aclarar algo. Ya sé que la familia de Trueno no es esa, la cambié para la historia. 

Y bueno, gracias por haber llegado hasta acá :)


-uri 

El jefe [truewos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora