—¿Posta? —me dijo Laura, sorprendida, llevándose la taza de café a la boca para tomar un sorbo.
—Sí, no lo puedo creer. En serio pensé que me iba a despedir.
—Me acuerdo que me contaron que una vez, una tipa se quedó dormida también. Apenas la vio la despertó y la despidió. Se fue llorando la pobre... No suele perdonar esas cosas. Tuviste suerte. Parece que había tenido un buen día. Y gracias a dios que todavía no lo viste de malhumor.
—¿No es que siempre está de mal humor? —pregunto, con el ceño fruncido.
—No, esa es su cara normal. Ahora, cuando tiene un mal día, no hay quien lo soporte. No se le acerca nadie.
Otro compañero nuestro, que creo que su nombre es Samuel, entra a la cocina.
—Bueno, mejor vuelvo. Tengo un montón de trabajo. Nos vemos al mediodía, Matu —saluda Laura.
—Chau —le contesto.
Veo las tazas en el estante de arriba. ¿Y si le preparo un café al señor Oliva? Es un lindo gesto, y por ahí lo veo sonreír. Esta esperanza me lleva a estirar el brazo para agarrar una de las tazas, pero están tan altas que no llego. Samuel, viendo esto, se ríe y me alcanza una. Cuando me doy vuelta veo que es muy alto, cosa que no había notado antes.
—Gracias. Samuel, ¿no? —sonrío.
—Sí. Vos sos el secretario de Oliva, ¿no?
Asiento con la cabeza. Sirvo el café en la taza, y me salta una duda. Miro fijamente el azúcar... ¿le gustará amargo?
—Dos cucharaditas —dice de repente Samuel.
—Ah, gracias... ¿cómo sabés? —pregunto confundido, mientras pongo las dos cucharadas.
—Fui su asistente mucho tiempo, pero por cosas de la vida dejé de serlo.
—Ah... Bueno, gracias Samuel —dije sonriendo y salí de la cocina para ir hasta la oficina.
Cuando llego y abro la puerta, veo que el señor Oliva esté parado justo atrás. Para mi mala suerte, tropiezo y tiro todo el café encima suyo.
—¡La puta madre! —exclama, alejándose. Supuse que se había quemado, así que me asusté y me puse muy nervioso. Ahora sí me echaba.
—¡Perdón! —grito, llevándome las manos al pecho.
Veo que se saca la camisa, dejando al descubierto su torso. Debo haberme quedado embobado mirándolo. Está bueno... buenísimo.
«¡Mierda! Basta, Mateo, basta», me reté, desviando la mirada.
—Traeme una de las camisas del armario de allá —me indicó, señalando una de las esquinas de la oficina. Hice lo que me pidió, agarrando la primera que vi.
Me quedé mirando el suelo, un poco triste y asustado, esperando que no le duela.
—No pasa nada. No me gustaba esa camisa. Y no estaba tan caliente.
Por primera vez desde que lo conozco, no parece de malhumor. Suelto un suspiro de alivio, viendo que no estaba enojado.
—Perdón... enserio.
—Tranqui.
Vuelvo a mi escritorio entre contento y confundido. ¿Qué acaba de pasar? ¿Por qué está siendo tan buena onda?
Pero no me dura mucho la alegría. Escucho mi celular sonar, me está llamando mi mamá. Qué raro, no suele llamarme.
—Hola ma. ¿Qué pasa? —pregunto, despreocupado.
—Matu... es la abuela. Está internada.
El alma se me cae a los pies. Mi abuela... internada. Se me llenan los ojos de lágrimas, siento que me falta el aire. No puedo respirar. Empiezo a temblar, sin saber qué hacer. Se ve que mi jefe se dio cuenta.
—¿Palacios? ¿Estás bien? —pregunta. Pero no me salen las palabras, cada vez puedo respirar menos.
Se levanta y camina hasta mi asiento, poniéndose de cuclillas frente a mí.
—Mateo, ¿qué pasó?
—Mi... —intento decir, pero no puedo terminar la frase.
—Mateo, necesito que me prestes atención —me toma del mentón y me gira la cabeza para que lo mire a los ojos—. Escuchame. Respirá conmigo.
Empieza a inhalar profundo y a exhalar. Como puedo le sigo el ritmo, hasta que más o menos me calmo.
—Mi abuela está internada —logro decir. Su rostro de preocupación me sorprende.
Empiezo a llorar cada vez más. Valentín se levanta y me abraza, dejando que mis lágrimas mojen su camisa. Estamos así durante unos minutos hasta que se aleja.
—Tengo que ir... —digo, temblando.
—Decime que hospital es. Te llevo.
Estoy sentado en una sala de espera del hospital, el señor Oliva está conmigo. Me dijeron que iba a estar internada indefinidamente. Ya no tengo fuerzas para llorar o moverme, así que sólo me quedo sentado mirando a un punto fijo en la pared.
Mi abuela es todo lo que tengo. Es una mujer dulce, que siempre me aceptó y amó. Es la única persona de la familia que quiero de verdad. Si le pasa algo... no podría...
—Mateo —me llama mi madre, saliendo de la habitación de mi abuela. Me paro y camino hacia ella, y la abrazo, cosa que nunca pasa—. Matu, anda a comer algo.
—¿No puedo pasar al verla? —pregunto, sintiendo otra vez ganas de llorar.
—No, Teo.
Se me hace un nudo en el estómago.
—Vení, Mateo. Vamos a alguna cafetería —ofrece el señor Oliva.
Asiento, aunque no tengo ganas de comer.
Cuando nos trajeron los cafés, yo ya estaba más tranquilo. Y puedo pensar. ¿Por qué de repente mi jefe, ese malhumorado y enojón, me abraza, me ayuda y me paga un café? No tiene sentido.
—Va a mejorar, Mateo —me ayuda Valentín—. Tranquilo.
Con la mirada baja logro sonreír un poco. Es muy tierno, pero ¿por qué?
—Gracias. En serio.
Él sonrió por primera vez desde que lo conozco. Una sonrisa hermosa y cálida, que me armó un zoológico en el estómago.
Ya se empieza a endulzar la cosa... :D
Es un poco largo, ya se, perdón. Me cebé. Es que enserio amo este ship :)
Si llegaste hasta acá, te super agradezco. Espero que te haya gustado.
-uri
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El jefe [truewos]
FanfictionMateo empieza a trabajar en una empresa, como secretario de Valentín, que es conocido por ser serio y tener cara de enojado siempre, por ser muy estricto y malhumorado. Pero, ¿qué pasaría si ese frío y distante jefe se enamorara? Hay personas que h...