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Entrar en el Rip-off Bar era regresar a los años 10

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Entrar en el Rip-off Bar era regresar a los años 10. Sin duda aquel lugar necesitaba un cambio de estética urgente… Quizá habían añadido pads, halógenos y mesas táctiles, pero había sido más por supervivencia que buen criterio. ¿Quién en aquella década seguía conservando un local diseñado a partir de madera? Los cables podían recalentarse, el material se combaba y deformaba con los cambios de temperatura y la humedad podía pudrirla con mucha facilidad. Ni siquiera era un establecimiento vintage, solo uno anticuado. No había la suficiente atención al detalle como para dejar pasar aquello por una “concepción artística del espacio”. 

Mientras jugueteaba con la pajita multicolor en el borde del vaso, Kid desvió la vista de su batido de fresa hacia el dueño del bar, que se encontraba en la concurrida barra sirviendo un par de cañas. Bromeaba y canturreaba con los clientes, agitando sus caderas al ritmo de una cumbia que se escuchaba de fondo; era extraño el momento en el que no portaba una sonrisa en la cara. Las arrugas ya se habían amoldado a ella, ya habían dejado surcos irreparables allá por donde la orilla de sus comisuras era desbordada por su alegría.

Si mal no recordaba, la triple cicatriz de su ojo izquierdo se la había regalado un problema eléctrico. En aquella ocasión se había filtrado agua por la madera podrida de las estanterías, y de la nevera —que había colgado en lo alto sin preocuparse nadie por su peso— había bajado hasta entrar en contacto con el cable del triturador de hielo. Lo demás no exigía explicaciones.

Al día siguiente, Kid había tenido que acudir al Rip-off Bar y arreglar el desastre, con ayuda de un electricista y un auxiliar que transportó el nuevo sistema de refrigeración, aquel de detrás de la barra que hacía que los cientos de colores de las botellas se reflejasen y resplandeciesen con un iluminación exótica y pintoresca.

A partir de aquel día habían acordado una revisión de mantenimiento cada seis meses. Y ya habían pasado dos años y medio de aquello… Excepto por las vendas que le había visto en su primer encuentro, seguía exactamente igual. Y aquella era la razón por la que trataba de fingir que no tenía ni idea de quién era, o se vería arrastrado a todos sus planes.

—Buenas noches, Kid. Llevaba semanas sin verte por aquí —lo saludó Sanji mientras se quitaba el sombrero de chef y reacomodaba su cabello rubio. Por el paquete de tabaco que colgaba del planchado bolsillo de su camisa amarilla, era su hora del descanso.

—Hoy me apetecía una crêpe y un batido —se limitó a contestar, encogiéndose de hombros. Por su parte, el cocinero solo sonrió ante aquello, sabiendo que él lo había preparado.

—Si supiese que eran para ti, te habría dibujado algo con el sirope —bromeó entre risas antes de desaparecer por la puerta trasera, con un cigarrillo colgando de los labios.

—Entonces no mereces el diez que tendrías esta noche… —murmuró para sí mismo con una sonrisa ladeada y los ojos castaños perdidos en el plato vacío.

En cuerpo y alma; Eustass KidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora