Prólogo

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—Ahora han fabricado maquinaria de deslizamiento desde la cocina hasta las mesas de los clientes, ¿sabías? Los locales van a adquirir una disposición en S para llevarlo a cabo, pero no lo veo demasiado factible

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—Ahora han fabricado maquinaria de deslizamiento desde la cocina hasta las mesas de los clientes, ¿sabías? Los locales van a adquirir una disposición en S para llevarlo a cabo, pero no lo veo demasiado factible. A una máquina no se le puede pedir que te pase la sal u otro sobre de kétchup... Me gustan más las mesas táctiles para hacer los pedidos. Por lo menos eso no produce ruido.

—Lo malo es que las manchen de grasa. Habría que limpiarlas constantemente —repuso su novio. A Kid le encantaba escuchar aquella voz un tanto grave y afilada, pero fluida e hipnotizante. Se le escapó una sonrisa al recordar lo maniático que era con la limpieza.

—Puede ser, pero de todas formas ya se limpian de un cliente a otro.

—No compares pasarle un paño húmedo con desinfectarlo a conciencia, Kid-ya.

—Hombre, pero también deberían crear productos químicos que se adapten a las funcionalidades de la pantalla. Tú sabes algo de Farmacia, así que dime. Es posible, ¿verdad, Law?

Él sopesó sus palabras. Cada vez que pensaba con aquella intensidad fruncía el ceño y sus ojos grises se perdían entre la maraña negra de pestañas. También aplastaba los fríos y resecos labios entre sí, por lo que Kid no sabía si deseaba besarlo o reírse de su mueca—. Sí, lo es, pero los materiales corrosivos son dañinos para una superficie tan delicada y extraer la grasa... dependería de su composición. ¿Crees que algún laboratorio se ofrecería a dejarme investigar?

—Tú quietecito —lo cortó él, con una ceja y la mano derecha alzadas—. Ya sabes que te mandaron reposo.

Law le dedicó un suspiro de exasperación, asintió y se revolvió el cabello negro, que ya se le había pegado a la frente por el sudor. Se acomodó mejor en la cama y se giró hacia él—. ¿Recuerdas cuando nos conocimos, en el Consistorio? Tú acabaste harto de oírme hablar de Medicina y ya estabas pensando que te habían confundido con otra persona cuando nos vincularon... Aún recuerdo tu expresión desconcertada y cómo afirmabas cada unas pocas palabras para fingir que entendías algo, pelirrojo idiota. Creo que nunca me llegué a disculpar por ese mal trago...

—Eso ya es agua pasada; ¿a quién le importa ahora? —protestó él con la cabeza gacha y los puños apretados sobre las rodillas—. En aquella época no me informaba de casi nada y vivía según lo que me caía del cielo, sin saber nada del mundo. Ahora soy el mejor de mi promoción en Robótica —alardeó con una sonrisa—. Aún no he visto que me feli...

—Kid-ya, deja de hacer eso, ¿quieres? —lo interrumpió su novio, mucho más serio que antes—. No puedes obviar más el tema. Debes ir de una vez a firmar los papeles del testamento. Solo me faltaba que el Estado se lucrase de haberme quitado la vida...

Kid no soportaba que hablase de su muerte con aquella tranquilidad, aceptándola impasiblemente. Las únicas malas emociones eran aquellas destinadas al origen del problema: el contacto continuado con productos químicos por una mala seguridad laboral. El juicio contra la empresa seguía en marcha, pero ambos sabían que el sindicato no podría hacer mucho contra una multinacional farmacéutica... Y, aunque ganasen, Law se moriría igual; el cáncer de pulmón ya se había detectado demasiado tarde. Por eso odiaba los hospitales y el olor a desinfectante que lo estaba rodeando.

Pensar en no tener ante él aquellos ojos grises que lo habían embelesado desde el primer momento, en no poder burlarse de lo mal que se afeitaba, en no recorrer sus labios con sus dedos antes de besarlo cada mañana, en no escuchar su aterciopelada voz a todas horas, en no recibir aquellas reprimendas por hacer una estupidez que siempre terminaban con ellos en la cama... Se negaba a aceptar que podía seguir existiendo el mundo sin la presencia de Trafalgar Law en él.

—No me da la gana.

—¡Kid-ya, deja de actuar como un crío! —Había subido demasiado la voz. Una tos seca comenzó a trepar por su garganta, rozándose con todas las fibras musculares del tubo digestivo. Su novio se mordió el labio inferior; sentía algo de culpa por ello, sobre todo al ver la sangre en el dorso de la mano de Law—. No sé cuánto me queda ahora mismo, pero no será mucho, así que, por favor..., considéralo mi última voluntad.

Por el movimiento brusco de Law, la pinza de su dedo se soltó y el pitido ensordecedor que avisaba de que algo malo ocurría atrajo a los enfermeros. Ellos dos ni siquiera fingieron notarlo, con los ojos clavados en el otro y una interrogación en el aire. Kid no pudo evitar preguntarse si aquella también sería la escena cuando él desapareciese de su vida por completo.

Apretó la mandíbula y contuvo la respiración hasta que el último de los auxiliares desapareció ante la falsa alarma. Entonces, y solo entonces, se permitió llorar y romperse sobre la silla de los visitantes, con la férrea mirada de Law consolándolo en la distancia.

—¿Por qué tuvo que pasar esto? —musitó, con la voz resquebrajada y el rostro contraído. No aguantó más siendo observado y enterró los ojos entre las manos—. Si yo te quiero...

—El amor no salva vidas, por desgracia. Espero que por lo menos tú puedas seguir con la tuya y esto no te afecte demasiado.

—¿Cómo quieres que no me afecte? —bramó Kid con un tono casi amenazante, casi desesperado—. Yo te querré para siempre, pase el tiempo que pase. ¡Eres el amor de mi vida, y todo lo que te ocurra me afectará!

A pesar de las lágrimas, pudo distinguir entre la lluvia el brillo dorado de la sonrisa de Law. Él había extendido una mano en su dirección, pálida y huesuda como consecuencia de la quimioterapia que no había surtido efecto y lo había postrado durante sus últimos meses de vida. Rápidamente Kid la acogió entre las suyas y le infundió su calor.

—Ya lo sé, Kid-ya, ya lo sé. Al fin y al cabo, somos almas gemelas. Y por eso te deseo que no pienses en mí como alguien que ha desaparecido sino como aquello que siempre se quedará contigo hasta que el hilo del destino vuelva a unirnos, que espero que sea después de que hayas tenido una larga y fructífera vida.

La renovada calidez de aquella mano ascendió a su mejilla y el pelirrojo se dejó acunar por ella, sin apartar sus ojos castaños de su novio.

—Te querré eternamente, así que no tengas prisa.

—Te querré eternamente, así que no tengas prisa

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En cuerpo y alma; Eustass KidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora