Capítulo 4

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Pasan los pocos días, con sus largos y extenuantes ensayos, donde los bailarines ingresan a clases a la mañana y salen casi a medianoche; totalmente adoloridos y estresados, debido al corto y apresurado tiempo, pero saben muy bien que es el precio que deben pagar para lograr un fenomenal e importante número de baile. Todo por revivir aquellas maravillosas sensaciones dentro del escenario.

En sí, la danza es para los arriesgados y masoquistas.

Temprano en ese día, mientras que el sujeto de la iluminación trata de entender lo que el coreógrafo Lewis le demanda con tantas especificaciones y los demás estudiantes se dirigen a camarines para descansar un poco y luego alistarse, unos pares de ojos brillan con la misma intensidad a pesar de la diferencia de color (verde y negro) ante semejante belleza. Ambos muchachos, estando en el escenario, contemplan desde los palcos hasta la primera hilera de las butacas con felicidad. Les parece increíble estar allí, les parece un lugar de ensueño. Nunca han bailado en un inmenso y hermoso teatro.

Es mágico, es el paraíso.

🌈

A pocos minutos de la presentación, la mayoría de los bailarines -ya vestidos con sus respectivos trajes- utilizan las paredes del pasillo como elemento de elongación; algunos andan histéricos por el hecho de que, a pesar de lo lindo que es estar sobre el escenario, conlleva que los nervios entren en acción; otros permanecen en los camarines ultimando pequeños detalles, precisamente unos jóvenes texanos.

-¿Crees que me delineé bien los ojos? -pregunta el pelinegro mirándose al espejo.

-Pienso que sí -responde algo distraído, está concentrado en colocarse el cinturón a la cadera-. Tengo miedo de que esto se salga mientras baile.

El muchacho de ojos verdes lleva un que el kimono de color azul turqui, con mangas excesivamente grandes y una hakama (pantalón) que tiene aberturas a los costados, en donde se puede ver la piel de sus fornidas piernas. El de Tony es igual excepto por el tono, es más claro.

-¡Ay! -Se aleja de su reflejo al llegarle una idea. -Dicen que el fijador es bueno para estos casos. Iré a pedirle a unas de las bailarinas, que seguramente deben estar guapísimas en esas sensuales vestimentas.

Al notar las verdaderas intenciones de su amigo, Liam señala al atuendo de modo gracioso:

-¿En serio pretendes coquetear usando eso ridículo?

-Quizá lo imposible es posible -expresa Tony con una juguetona entonación-, sólo tenemos que comprobarlo.

-¡Ey! ¡Esa es mi frase!

Con un guiño, su compañero se va, dejándolo solo en el camarín.

De repente, dos golpes provenientes de la puerta se escuchan.

-¿Qué pasó, Tony? ¿Acaso perdiste las agallas en el camino? -Al no obtener una contestación, hecho que lo extraña, abre la puerta. -¡Nina! Estás preciosa.

Y tiene razón, la bailarina luce radiante en aquel traje de rosa cálido. Las típicas y grandes mangas comienzan a partir de los antebrazos, por lo cual sus hombros y parte de los brazos se encuentran desnudos; el vestido posee un escote corazón y unas prominentes rajaduras a los laterales en el sector inferior; y el cinturón, de tono más claro, rodea desde debajo de los pechos hasta la cadera. Su cabello, de color marrón chocolate, está recogido con adornos floreales, y su maquillaje es bonito.

El cumplido de Liam la toma desprevenida. Lo expresó de una manera tan honesta, dulce y natural, nada rijoso. Encima acompañado de una sonrisa tierna. Nunca recibió uno de ese modo: tan lindo. Pero Nina no fue allí para que un atento comentario la cautivase. Cuando su mirada se desvía hacia los pectorales del chico, que se asoman debido al cuello pronunciado, recuerda cuál es su propósito de la visita.

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