Capítulo 9

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Sábado, el sexto día de la semana civil en donde gran parte de las personas cesan de sus ocupaciones y dedican la jornada a descansar o realizar actividades que no sean obligatorias o esenciales. Claro que esto no es tomado en cuenta para aquellos que no perciben como trabajo a su pasión; y mucho menos si se trata a temprana hora a la mañana.

Charlize y Jeremy parecen comportarse como si estuviesen en un encuentro de amigos cuando, de hecho, es una reunión laboral. La mesa está repleta de papeles, que éstos obtienen cada vez más anotaciones acerca de las ideas que el dúo expresan con afán. Aunque la coreógrafa es muy mesurada, con la compañía de su apreciado compañero, se comporta de una manera jovial, chispeante y entusiasta. Es que la cálida energía de Jeremy es influyente, para casi todas las personas.

—¿Qué están haciendo? —indaga Donovan, algo curioso ante las actitudes de sus colegas.

—Ven Don, no pierdas el tiempo preguntando, siéntate y toma uno de los cafés que traje y ponle muchísima azúcar porque te aseguro que, al escuchar la maravillosa obra maestra que la magnífica e ingeniosa Charlize acaba de idear, te desmayarás de la emoción—manifiesta eufórico el profesor Lewis, provocando que su amiga se sonroje—. Estoy cansado de ver doctores, así que no quiero ninguno acá por tu culpa, ¿sí?

—Soy todo oídos —dice el hombre de cabello grisáceo, uniéndose a la junta y agarrando uno de los vasos descartables.

—Pero no hice esto yo sola —declara la mujer—. Jeremy, tú me ayudaste, por lo cual participarás en esto. Y tú también, Donovan, si lo deseas.

—Haces muy bien, Char. Es de gran conveniencia atender las perspectivas de los demás y considerarlas, así lograr una coreografía que refleje las necesidades del público.

—Siempre y cuando si alguien las solicita, Jeremy —añade el maestro Sullivan, sabiendo que esa indirecta es dirigida a él—. No olvides ese detalle.

El simpático coreógrafo quiere explayarse, emitir sus pensamientos e ir directamente al grano para verificar si lo que su compañera y él sospechan es cierto, pero, como discreta que es Charlize, es interrumpido.

—Échale un vistazo y dime qué opinas.

—¿Adagio? —cuestiona Donovan, observando la planimetría.

—¿No es fascinante? —comenta Jeremy— Ya imagino la escenografía, el color de las luces, el vestuario, la orquesta... ¡Sería mágico si cayeran pétalos de rosas del techo!

—Tengo en mente a la bailarina Salvin y al ingresante Kennion para el número —informa la coreógrafa, notando el disgusto de su colega.

—¡Y se tratará del amor! Dos seres que, mediante el lenguaje del alma, exteriorizarán esos sentimientos bonitos y profundos que vibran en el corazón. Aquello que los mantiene tontos y despiertos. Oh L'amour! ¿Para qué viajar a París? Si puedes encontrarlo en cualquier parte o crearlo. ¿Alguna vez te has enamorado, Donovan? —inquiere el coreógrafo, yendo al objetivo.

—¿Qué tiene que ver si alguna vez me enamoré con el número de baile? —pregunta, permitiendo que la molestia se denote en su voz.

—Ninguna importancia, Donovan —suspira la coreógrafa, impidiendo que su amigo conteste.

—Te ayudaría en la técnica —dice, luego de mirarlos con seriedad a ambos—, pero eres experta en eso. En cuanto a lo creativo, es la especialidad de Jeremy. Así que yo sería un mal tercio. Encárguense ustedes dos solos, yo me dedicaré a mis asuntos.

Y sin más, el profesor Sullivan se pone de pie y se retira del lugar.

—¡Ay, Charlize! ¿Por qué me detuviste?  —reprocha, después de fijarse que Donovan se encuentre lejos— ¡Estaba así de cerca! ¿Acaso no sabes que la llegada del equinoccio sirve para desvelar verdades?

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