LOS HECHOS.

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Era una mañana calurosa, esas donde escuchas a las cigarras cantar, donde te apetece estar recostado en el césped de tu jardín trasero sintiendo el poco viento a tu alrededor y gotas perladas bajando lentamente por tu cien. Claro, no olvidemos el helado.

Si pudiera explicar ese día en tres palabras serían las siguientes: Querer, Oportunidad y Único.
Fue un 5 de Marzo de un año que jamás olvidaré, y yo, Marissa una niña de 9 años que cantaba mientras saboreaba los restos de helado en mis labios, cantaba una de esas canciones que las maestras de primaria, al parecer, tienen exigido enseñarte.

Descalza, con un vestido amarillo y mi cabello rojizo veía sorprendida esas formas que se crean en el cielo, creyendo que eran juguetes que Santa Claus tiraba desde su trineo a todos los niños del mundo.
Claro, Santa Claus en verano.
A lo lejos escuchaba cómo alguien discutía con la cocina, diciéndole que era una incompetente por que no hacía bien su trabajo, el cual, para esa persona era simplemente hornear unas galletas.

-Deberías subir a tu habitación y dormir un poco- su voz me sorprendió por que en efecto, estaba ligeramente dormida- Vamos mi niña, te despertaré para el almuerzo.
No quería moverme, la tranquilidad que me regalaba ese jardín a tan poca edad era increíble, quería seguirlo sintiendo. Quería seguir respirando la verdadera esencia del mundo, un mundo que era mi jardín.
-Marissa, ¿haz escuchado una canción referente a una muñeca y un zapatito azul?- se recostó a la par mía mientras acariciaba mi cabello.
-En realidad no, ¿la cantarías?
-Por supuesto

Nunca supe el momento exacto en que me dormí, nunca supe exactamente lo que decía la canción. Solo recuerdo cortos fragmentos de ella... y ninguno sirve para recordarte a ti, Catherine.

-¿Ahora si te irás a dormir?
-En realidad no, solo fue un momento- abrí los ojos para seguir viendo el cielo, y en eso recordé que tenía algo que decirle- Sabes, en la escuela me enseñaron a colorear sin salirme de los bordes, a cantar cuando me sienta triste y a hablar con un extraño cuando me sienta sola.
-Sonrío levantando la comisura derecha de su labio- ¿Hablar con un extraño?- asentí con la cabeza- ¿Me enseñas?
-Por supuesto- me senté sobre mis piernas para poder mostrarle- solo tienes que colocar tus manos al igual que yo hago cuando te pido que me lleves al estanque a ver a los peces- recuerdo que río ante tal comparación- y cierras los ojos.
-En ese instante ella comprendió- No es un extraño.
-¿Cómo dices?
-Marissa, el no es un extraño, es nuestro amigo.
-Claro que no, un amigo te contesta y el no lo hace
-Si lo hace, solamente tienes que interpretar las respuestas que están en tu corazón.
-¿Recuerdas que el corazón solamente es nuestro órgano vital Catherine?- esta vez no río, al
contrario, me vio profundamente y después tomó mis manos.
-Cuando tienes fé, las encuentras.
-Fé- repetí- ¿Eso que es?- al darse cuenta con quien estaba hablando, dijo:
-Te lo explicaré cuando crezcas, pero ahora- se levanto de su lugar y sonrío ampliamente- Vamos por un helado.
-¿Prometes que me lo explicaras cuando sea una niña grande?- me observo con ternura y asintió- Bien, entonces ¡Vamos por el helado Catherine!
-No me digas así.
-¿Ese es tu nombre no?
-Si es mi nombre pero...- haciendo pucheros con sus labios dijo- Le diré a tu padre que no te siga permitiendo leer esas revistas.
-Si Catherine lo que tú digas.
-¡Marissa!

Sigo furiosa conmigo misma, se que el día 5 de Marzo fue fantástico, pero no recuerdo nada más, después de esa charla con mamá no recuerdo nada.
Son los últimos fragmentos que retengo de ella, si pudiera decirte señora de las flores cuanto te amo, cuanto anhelo volver a verte y sentir tu perfume de gardenias...

Te extraño Catherine, nunca podré acostumbrarme a no tenerte, a no tener a mi madre.

Marissa Ainsworth.
8-17 años de edad.

Relatos al Viento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora