CAPITULO V: ¿PODRIAS LEER MI MENTE?

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Ella no había cambiado desde la ultima vez que la vi, en ese momento, me aferraba llorando a su cintura mientras mi madre era sepultada, durante un tiempo jugó a reemplazarla pero los conflictos con papá iban en aumento y decidió irse de la casa, desde ese momento, el papel de madre ha estado vacío. Físicamente, lo más notorio son sus arrugas o líneas de historia como ella las llama, seguía casi igual a cómo la recordaba a pesar que el brillo en sus ojos se había apagado, sus ojos marrones destacaban, sus cabellos rojizos perfectamente ondulados caían cuál cascada un poco más allá de sus hombros, traía pintados sus delgados labios de un rojo carmesí hermoso, sonriendo espléndidamente, veía a mi abuela después de mucho tiempo.

Tomo mi rostro entre sus manos, acariciando mi rostro con el pulgar.- Eres igual a tu madre, Evangeline.- dice envolviéndome en un abrazo.

-Viniendo de ti, no se si tomarlo como un cumplido.

Por otro lado, papá seguía dandole toda su atención a la computadora frente a él, no miraba nada más allá de números y expedientes, respondía como un robo y el único gesto que te aseguraba que no lo era, consistía en dar pequeños sorbos de agua consecutivamente, con ello intentaba ignorar la existencia de mi abuela en casa. Al menos, mientras estaba yo.

-Siempre dedicado al trabajo, es un gusto verte, Sebastián.- dice la imponente mujer dirigiéndose hacia él.

-No comparto el gusto, lo hago por mi hija.

-¡Vaya forma de hablarle a tu suegra!.- exclama elevando un poco la voz, aparenta enojo pero se que por dentro ríe, y lo hace tan sonoramente que podría jurar que la estoy escuchando.- Tu hija... Hmm, ¿ahora te preocupas por ella?.

¡Nuevo récord, el convenio terminó!.

Esas palabras fueron suficientes para que papá se pusiera en pie y quisiera enfrentarla. Algo que solamente he visto en dos ocasiones, contando esta.

-Siempre lo he hecho, a diferencia tuya, yo si protejo y amo incondicionalmente a mis hijos.

-Vamos déjate de estupideces.- ahora las risas no solo yo puedo escucharlas.- Recuerda que solo tienes una hija, y está aquí contigo.- enfatiza dirigiendo una mirada hacia mí.

-Te equívocas, mi familia ahora consiste físicamente en 3 personas. Marissa, Thomas y yo.- esclarece utilizando los dedos de su mano derecha para contarnos, mientras que mi querida abuela mantiene su expresión de frialdad intacta.

-Los bastardos no son tomados en cuenta cuando se trata de una familia.

-¿Quién te crees que eres? Te recuerdo una cosa Sofía, esta es mi casa y aquí.- un sonoro golpe es el culpable de interrumpirlo, me percato que al momento de golpear la mesita que tengo a mi lado, un retrato de Catherine cayo al suelo y papá al notarlo automáticamente camina a recogerlo y cerciorarse que se encuentra intacto.

-Ambos, ¿podrían callarse? Abuela por lo que más quieras sobre toda la faz de la tierra ten un poco de respeto hacía Thomas, mi hermano, ya que si a mi no me molesta no veo el porque a ti sí. Y tú papá, antes de que alguna absurda palabra salga de tu boca tienes que pensarla, nos ahorraremos varios malentendidos si acatan lo que les digo y se comportan como los adultos que son.- Camino entre medio de los dos para dirigirme a mi habitación, no obstante, antes de subir las escaleras me detengo y volteo para decir una última cosa.

Sofía me veía asombrada y molesta al mismo tiempo, pretende intimidarme con la mirada igual que lo hacía cuando tenía 7 años, para su desgracia eso ya no funciona conmigo. Sebastián tenía en brazos el retrato, abrazándolo hacia su pecho mientras me observaba un poco apenado. Papá...

Relatos al Viento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora