Capítulo 1: No sirves para nada

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José: Eres una estúpida, Lucía.- Dijo antes de que su mano impactara con la cara de la mujer, y esta cayera al piso.- Ni para cocinarme unos huevos sirves.

Lucía: Era lo último que quedaba.- Dijo con miedo, agarrando su mejilla.- Te dije que ya no teníamos más comida.

José: Pues a ver como te las ingenias, pero cuando regrese, quiero tener comida servida en la mesa.- Dijo antes de dar la vuelta, pero se detuvo al ver a Mía, sentada en la mesa leyendo unos libros, indiferente a lo que acababa de pasar.- y tú.- Dijo acercándose a Mía.-Ya estás bastante grandesita para no trabajar.- Dijo levantándola brúscamente de la mesa.- Deja esos malditos libros que no sirven para nada, y has algo útil, no quiero vagos en esta casa.- Dijo molesto mientras Mía lo miraba atemorizada.

Lucía: José, déjala.- Dijo acercándose a ellos preocupada, no quería que la volviera a golpear como el otro día.- Ella necesita estudiar para que sea alguien en la vida.

José: ¡Qué estudios ni que nada!.- Eso no sirve para nada.- Gritó.

Mía: Sí sirve.- Dijo en lo más bajo posible, pero no para José.

José: ¿Así que sirve para algo?.- Le preguntó con rabia y con intenciones de golpearla.

Lucía: No, José, déjala.- Dijo tratando de meterse, pero este la empujó.

José: Vamos a ver si después de la paliza que te voy a dar, sigues con ganas de estudiar.- Dijo arrastrándola a la habitación y cerrando la puerta ignorando los gritos y los golpes en la puerta de Lucía.- Mocosa estúpida.- Dijo quitándose el cinturón.- Te voy a enseñar a respetar.- Dijo empezando a golpearla.

Mía: ¡Ah!.- Gritó ante el primer golpe. Otro golpe, seguido de otro, y otro más.- Ya, por favor.- Dijo con lágrimas. El dolor era insoportable, la hebilla del cinturón se marcó en sus brazos y piernas, provocándole moretones y sangrado.

Lucía: José, por favor, no la golpees.- Decía desesperada mientras escuchaba los gritos de su hija tras la puerta.

José: Esto es para que aprendas a no contradecirme.- Dijo antes de darle el último golpe con el cinturón, para luego patearla.- Y la próxima vez que refutes ante algo que yo diga, te irá peor.- Dijo colocándose el cinturón y saliendo de la habitación, dejándola tirada en el suelo quejándose del dolor.- Y tú.- Le dijo a Lucía al salir de la habitación.- Espero que cuando regrese esta pocilga esté limpia y la cena esté lista, o si no, me vas a conocer.- Dijo y salió de la casa dando un portazo.

Lucía: Mía, mi amor.- Dijo con lágrimas en los ojos y acercándose a su hija, quien estaba en el suelo hecha un ovillo.- Déjame ayudarte, hija.- Dijo tratando de ayudarla a levantar, pero esta no lo permitió.

Mía: No, mamá, yo puedo.- Dijo con voz entrecortada, levantándose y entrando al baño. Se empezó a desnudar hasta que se quedó sin nada de ropa, entró a la ducha, abriéndola y dejando caer el agua fría en su cuerpo. Los quejidos no se hicieron esperar. Las marcas provocadas por los golpes se estaban reflejando notoriamente y con ellas se abrían más las cicatrices de su alma. Lloró como muchas veces lo hacía después de los golpes que su papá le propinaba, golpes que recordaba uno por uno desde que era una niña y empezó el maltrato. Salió rato después envuelta en una toalla y con la mirada perdida.

Lucía: Mi amor, mira.- Dijo con un frasco de algo que parecía ungüento.- Esto te ayudará para el dolor y que no te queden marcas.- Dijo nerviosa mientras abría en frasco y empezaba a colocarle a Mía, quien estaba sentada en la cama. Seguía con la mirada perdida.- Te prometo que no lo volverá a hacer, solo estaba nervioso por la cena.

Mía: Tengo que vestirme.- Dijo levantándose de la cama e ignorando a su madre.- No quiero llegar tarde al primer día de clases.- Dijo sacando un mameluco jeans y una camisa blanca. Empezó a vestirse en silencio, escuchando los sollozos de su madre e ignorando el dolor en sus heridas. Terminó de vestirse, ató los cordones de sus botas y salió de la habitación.

Me enamoré sin querer queriendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora