CAPITULO II: Las lecciones Cisneros

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Pasaron varios meses y yo no me recuperaba por completo tal como había dicho el médico. No me sentía tan fuerte como antes y mis habituales correrías entre los pastizales ya eran cosa del pasado y aunque mis hermanitos se la pasaban ahí jugando conmigo y trayéndome sus tesoros recolectados en los campos para mostrarme, yo sentía que no podía seguir así sin hacer nada.

Para ese tiempo cumplí 11 años, y con ellos le pedí a mi Papá me dejara ir con las Señoritas Cisneros, quienes eran unas hermanas que enseñaban a varios niños y niñas del pueblo. A la mejor no podría irme a correr ni estar en la aventura como antes, pero al menos quería poder leer para aprender cosas y con ellas, contar historias a mis hermanos e imaginarme otros lugares existentes.

Mi papá no creyó que yo fuera de las que estudiaban. Sabía que era muy lista y le pareció una petición muy extraña de mi parte. Pero luego de platicarlo con mi Mamá y mi tía Rosa, les pareció que posiblemente podría yo luego servir de Maestra. Por qué para la cocina no era buena y para las labores del hogar, me cansaba demasiado, por tanto decidieron que era buena idea y que fuera con las Señoritas a aprender aunque fuera a leer.

Mi hermano Nacho que era el que más me seguía dijo que el también quería ir, que él me acompañaba, y seguido Juan que imitaba todo lo que hacía Nacho, pidió también ir.

A mis hermanas mayores no les había interesado nunca la enseñanza, ellas creían que las mujeres estaban hechas para cuidar hijos y cocinar y que los hombres estaban hechos para las labores del campo y mantener a sus familias. Que era una pérdida de tiempo enorme eso de estar aprendiendo cosas que sólo inquietaban la mente.

Esas idean eran igualitas a las de mi Mamá, quién no había estudiado tampoco y quien repetía al pie de la letra esa enmienda.

Pero mi Papá si sabía leer y escribir, y no le pareció mal que yo también aprendiera junto a mis hermanos, sólo le preocupaba un poco que yo tuviera que desplazarme hasta el huerto de las Señoritas Cisneros para aprender sus lecciones con la demás chiquillada del pueblo.

Entonces fue a hablar directamente con ellas y les contó lo que me había pasado y mi estado de salud que no podía todavía mejorar y que estaba en proceso de recuperación y que era probable que nunca volviera a tener pulmones fuertes. Ellas eran unas personas muy buenas además de amables, y le dijeron a mi Papá que con gusto ellas iban a ir hasta la casa de mi abuelita para enseñarnos a mis hermanos y a mí, y que si querían mis otras hermanas de una vez aprender podían unirse al círculo de estudio.

Pero mis hermanas no les interesó. Rosalba y Maricarmen se la pasaban en la cocina todo el día preparando comida y dulces para vender y Refugio se quedaba con mi Mamá en casa haciendo los demás deberes. Aparte Refugio alimentaba a las gallinas y recogía huevos –labor que yo hacía antes–.

Así que cada tercer día comenzaron ir las Señoritas Cisneros para tratar de darnos una buena educación.

Al principio la verdad yo era la más cabezona. No retenía nada. Me la pasaba dispersa tratando de entender las palabras, pero luego se me olvidaba y me confundía. Eso me causaba mucha frustración, pero no dejaba de intentar, una y otra vez. Lo que si era que en poco tiempo yo me agotaba tanto de estar estudiando que se me iba el aire y tenía que detenerme.

En cambio Nacho y Juan, pese a que nadie había deparado mucho en ellos, resultaron que sí tenían facilidad para el aprendizaje. A mí me daba mucho gusto que estuvieran avanzando tan rápido pero a la vez me daba coraje que yo no pudiera tanto como ellos. A veces se me salían las lágrimas por qué yo no podía debido a mi delicada salud.

La familia de enfrente de la casa tenían dos hijas a quien yo no les hablaba por qué me parecía que eran muy presumidas. Ellas eran Juana y Ana, las dos güeras, como les decían la mayoría por sus cabellos dorados y su piel clara, siempre arregladitas como para la fiesta con sus cabellos trenzados impecables.

MilagrosWhere stories live. Discover now