CAPITULO IV: LA AMISTAD Y LA PROMESA

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No sé cómo consiguió que mi Papá permitiera que me fuera a visitar, supongo que era porque no podía negársele al hijo del hombre más rico del pueblo a hacer lo que quisiera, aparte yo estoy segura que le aclaró que su intención era meramente de amistad, que le preocupaba mucho mi estado de salud y que le gustaría poder acompañarme.

Mi tía siempre estaba presente cuando llegó a visitarme Don José. A ella le encantaba el chisme y no se perdía ni un solo momento de poder estar presente en uno. Pero no tardó en darse cuenta que realmente solo éramos amigos y que nuestras conversaciones y encuentros eran muy ocasionales y siempre terminaban alentando mi recuperación.

Mis hermanas a veces se quedaban en la cocina escuchando la conversación que teníamos Don José y yo, que puedo decir que era de lo más inocente y tranquila. El me contaba historias.

–Hace unos días fui al rancho cercano llamado Los Ocotes a ver unos asuntos de mi Papá y se me hizo noche, lo mejor era quedarme ahí esperando que se pusiera el Sol para regresar a mi casa, pero no tenía donde quedarme a dormir por lo que me fui al templo y le pedí que Señor Cura me dejara dormir ahí. Tenía la opción de irme con la familia con la que hacía el trato pero la verdad no me caen bien sus hijas y para no ser maleducado mejor preferí quedarme ahí.

El Señor Cura me dijo que si podía quedarme pero iba a hacer mucho frío, así que me invitó mejor a su casa en donde vive solo, ahí al lado del templo. Era una casita muy cómoda aunque muy pequeña pero muy oscura. Olía como a madera con resina y un poco a copal, yo creo por las cosas que guarda ahí para ofrecer ceremonias.

Me ofreció de cenar a lo cual yo acepté gustoso y me puse a conversar un poco con él sobre cosas del rancho. Al rato me indicó que me quedara en un sillón el cual estaba muy cómodo y yo solo me tapé con mi gabán por qué si hacía mucho frio.

Al rato como a media noche comenzaron a tocar y a gritar, yo de inmediato me levanté a ver quien molestaba a esa hora.

–¿Y el Señor Cura? –Me dijo un hombre muy angustiado– Necesito que vaya a mi casa que mi Mujer se me muere.

Acto seguido El Señor Cura apreció vestido sin preguntar más, tomando sus cosas y cubriéndose del frio.

Yo me ofrecí a acompañarlos, me parecía impropio solo quedarme ahí mirando y fui por un quinqué mientras tomaba mi gabán.

No estaba muy lejos, pero si muy oscuro. Sólo se miraba la luz que traíamos y la luna muy llena arriba de nosotros, dándole un aspecto fantasmagórico al rancho.

Pasamos una pequeña pendiente y junto a una gran hacienda se encontraba la casa a la que íbamos.

Yo quedé afuera, no me parecía propio acompañar a ese acto tan íntimo, pero si me acordé de aquella noche en la que mi Mamá murió casi a la misma hora y frente a mí. Era un pensamiento que no me era nada grato así que me alejé un poco de la escena para evitar el llanto de la familia al por fin escuchar que ya había partido la Esposa de aquel pobre hombre.

Me quedé mirando el cielo, era una muy bonita noche estrellada con una gran luna llena y me acordé de ti. Me acordé que dijiste que no querías volver a nadie muerto, y dije, en ese momento, si yo también no quiero ver a nadie muerto otra vez, pero la vida una vez más me ponía frente a un suceso así. Lo que sí es que evité verla, no quería conocerla así, no cuando ya se había ido, así que cruce la calle y me quedé sentado en una barda esperando al Señor Cura para llevarlo de regreso a su casa.

No sé cuánto tiempo tardó en salir acompañado del muy triste esposo de la recién difunta, y le dije que no se preocupara que yo llevaría al Señor Cura de regreso a su casa.

MilagrosWhere stories live. Discover now