A la mañana siguiente mi Tía y yo teníamos empacadas casi todas nuestras cosas, las cuales no eran muchas, para partir en cuando Don Esteban y José Medina fueran por nosotras. Yo no podía dejar de llorar, me parecía imposible imaginar que algún día yo me tuviera que ir de ahí. Siempre creí que yo viviría en esas tierras, viajaría tal vez algunas veces, pero siempre retornaría a mis tierras coloridas en donde habitaba tantos sonidos y sabores que extrañaría sin dudar.
Ana me ayudó a empacar, estuvo ahí llorando a mi lado diciendo que me iba a extrañar muchísimo, que le escribiera cartas, que no la olvidara. Yo le recomendé mucho a Nacho, mi hermano. Que lo considerara seriamente como un futuro esposo por qué él la quería mucho y era un buen hombre, y de esos ya casi no había. Ella sonrió sonrojándose y dijo que lo iba a pensar.
Mi Papá estaba en la mesa escribiendo una carta la cual le encomendó a la Tía Rosa que le entregara a mi Tío Pedro una vez llegada a la Ciudad.
Las lágrimas ahora mismo no dejan de fluir al escribir esto, por qué fue un momento tan triste que solo de recordarlo me hace añorar tanto los tiempos previos a este repentino cambio.
Salí un momento al huerto a disfrutar lo que más me gustaba, los sonidos, el ambiente, el aire y los aromas que desprendía mi Pueblo. Quería retener que cada momento en mi memoria antes de partir, quería tener la esperanza que volvería a ver a toda mi familia y que estarían bien. Que todo estaría bien.
Mi Papá me llamó y fui hacía con él. Me miró fijamente, sin ocultar la tristeza en su rostro. Y me abrazó. No dijo nada, sólo me abrazó.
–Eres la mejor persona que conozco Papá–le dije sin poder detener el llanto– Te prometo que seré una persona de la cual te sientas orgullosa.
Tú ya eres mi orgullo mija –se le quebró un poco la voz tratando de recobrar la postura de inmediato–ya eres mi milagrito de Talpa. Vaya y sea una persona de bien que si la vida se le concedió dos veces, debe ser por qué algo muy bueno va a hacer, sea justa, no olvide de donde viene y manténgase siempre agradecida de la vida. Siempre.
Cuenta ahora mi Tía que presenciaba esta escena, que mi Papá lloró su segunda lágrima ahí. La primera derramada cuando yo nací aparentemente sin vida y la segunda cuando me iba lejos de él rumbo a la Capital de Jalisco, Guadalajara.
A medio día llegó Don José y Don Esteban en una bonita diligencia cargado de cosas arriba. Bajaron para hablar con mi Papá mientras dos de sus trabajadores ayudaron a subir nuestras cosas. Mi Papá estrechó la mano de Don Esteban, mientras Mi hermano se despedía de José. Ana me abrazó enjugándose las lagrimas me dijo que disfrutara mucho la capital. Luego abracé a mi hermano le dije que cuidara a Ana y que fuera buen hombre como mi Padre, que no se metiera en problemas y me despidiera de mi Mamá, Refugio, mi abuelita y Juan. Le dije sinceramente que lo iba a extrañar muchísimo y que esperaba volver pronto y olvidar con ello todo este tiempo extraño que estábamos viviendo. Que no era un adiós, sino un hasta luego.
El momento más difícil que recuerdo fue cuando abracé a mi Papá y le dije adiós, fue tan doloroso para mí que preferí guardar silencio. Solo sentir el cuerpo de mi Papá, sus manos estrechándome muy fuertemente y su sincero beso en mi frente.
–Ande mija vaya ya– me separó con una sonrisa tratando de ocultar la tristeza que yo podía mirar en cada parte de su cara– Guadalajara está muy lejos, no haga esperar más. ¡Súbase!
Mi Papá le dio dinero a mi Tía y la carta que tenía que entregarle a mi Tío Pedro. Luego abrazó a su hermana, y le dijo que me cuidara y que se cuidara.
Y así entre lágrimas avanzamos dejando aquella mi casa, a mi Papá y a mi hermano atrás, y con ello a mi hermosa Talpa, a mí Virgen del Rosario que ahí mismo prometí llevaría en mi corazón.
YOU ARE READING
Milagros
RomanceMilagros decide dejar atrás su natal pueblo y probar las delicias de la Gran Ciudad dejando su nombre atrás y todo por perseguir aquello que anhelaba. Si le dieron la vida a consecuencia de un milagro, como todos decían, era momento de vivir enton...