CAPITULO III: EL REENCUENTRO

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Yo tenía ya doce años cuando por fin aprendí a leer fluidamente, para entonces mi salud se había establecido en un punto más o menos normal, no me cansaba tanto y podía respirar con mayor facilidad aunque a veces todavía se me complicara en las noches un poco.

Yo ya no vivía en la casa con mis hermanas y hermanos, me había quedado con mi tía Rosa en la casa de mi abuelita, pero ya iba a menudo con cierto esfuerzo, ya que implicaba cruzar todo el huerto pero sin mayor complicación.

Podía entender un poco a mis hermanas luego de ese tiempo en el que yo había permanecido encerrada, pero aún así no me gustaba ese tipo de vida, la verdad es que añoraba el campo y mis travesías, pero decían que el polen y el polvo no me hacían tan bien ni el sobreesfuerzo, que mis pulmones se habían debilitado y que fuera paciente.

Platicaba con mi papá, le pedía que me narrara como estaba afuera los campos, y que había pasado de nuevo, y que me describiera que tanto había crecido el arroyo y a quién había visto de nuevo.

Me contó que iba a vender un terreno a Don Esteban Medina por qué él no podía atenderlo y que él estaba sumamente interesado a adquirirlo, que tal vez en esos días iba a ir para que fuera prudente y no dijera nada.

La verdad es que ya era más educada, las Maestras Cisneros me estaban enseñando modales a parte de las lecciones básicas de enseñanza.

Estuve pensando esa tarde en Don José, el hijo de Don Esteban Medina, a quien había conocido en el Funeral de mi Abuelita. La verdad es que no había reparado mucho en ese hecho por qué, aunque sí fue importante para mí, luego de mi caída de salud y mi enfoque en los estudios, así como en el ayudarle a mi Tía Rosa y a mis hermanas con la cenaduría, no había tenido el tiempo de pensar mucho en él.

Sería interesante volvérmelo a topar, aunque quien sabe, mi Papá solo iba a hacer tratos con Don Esteban, era posible que él no asistiera.

Para esas alturas Ana y yo ya nos llevábamos bien. A veces luego de la escuela se quedaba conmigo y me contaba cosas de su familia y de lo que veía en la calle. Ana tendría unos 11 años y su hermana Juana unos 14, pero ambas se veían como de la misma edad, ya que su familia las vestía y peinaba de igual forma.

Su Papá era dueño de una bonetería del pueblo, motivo por el cual, tenían más o menos dinero.

Realmente no eran malas personas, ni tampoco eran creídas, solo que tenían esa imagen y eran tan agresivas porque estaban a la defensiva siempre. Su Papá tenía muy mal carácter y su Mamá era una señora muy agachona que no le había podido conceder un hijo varón, así que creo yo, que toda esa frustración que tenía el Señor la desquitaba contra sus hijas, que aunque si hacían muchas maldades, no se merecían semejante trato.

Me parecía muy injusto que la gente fuera así, pero todo mundo tiene motivos, no significa que sea justo o correcto, pero por algo se hacen de ciertas formas, por algo que les pasó en su historia personal, como Ana quién tenía su historia de trasfondo que la había hecho ser cruel conmigo al principio, y seguramente su Papá tenía una forma de ver las cosas y pensar que lo que hacía era lo correcto. Así que yo no decía mucho de eso y solo la escuchaba hablar.

Ella me ayudó mucho. A veces salíamos al huerto y nos sentábamos debajo de los guayabos para conversar y hacernos peinados. Otras veces nos poníamos a pizcar frijol, ella el de su casa y yo el de la mía, así como leíamos cosas y hacíamos la tarea juntas.

Juana en cambio rara vez se unía al círculo de lectura, y más bien prefería irse con Refugio mi hermana para irse a pasear al pueblo juntas, ya que tenían más o menos la misma edad y ellas se entendían.

MilagrosWhere stories live. Discover now