Los años pasaron y mi salud se fue restableciendo hasta un punto muy aceptable. Ya podía salir a pasear entre las calles acompañada siempre de mi hermano Nacho quién le gustaba salir conmigo para invitar a Ana, mi amiga a pasear. El tenía 14 años y yo 16, pero sin duda él era todo un pillo, mientras yo, por todos los problemas de salud que tuve durante varios años, no había crecido mucho y me veía igual o más joven que él. Motivo por el cual yo no tenía pretendientes, o algo parecido, yo era tan sencilla en mi apariencia que nadie se fijaba en mí.
Mi hermana Concha se había casado el año anterior con un tal Miguel, quien rápidamente la había enamorado y le había pedido permiso a mi Papá de casarse con ella. Mi Papá accedió porque Concha estaba muy enamorada de él, y el estaba en una buena posición económica con una muy buena cantidad de ganado y varias tierras como para poder darle una buena vida a mi hermana, quién de inmediato se embarazó teniendo el primer nieto a quien le pusieron Miguelito.
Mis hermanas Maricarmen y Rosalba habían seguido trabajando duro en la cocina junto con mi tía Rosa, logrando que el negocio que tenía mi abuelita Isabela prosperara. No solo lo habían mantenido sino que ahora, cocinaban todos los días por la cantidad de demanda que tenían sus platillos.
Se contaba que venían de todos lados a degustar su comida. No sólo de las rancherías o de los pueblos aledaños, sino que hasta de la capital Guadalajara, había corrido el rumor de su sabor y en su visita que algunas personas hacían a la Virgen de Talpa en su peregrinar, se comenzó a volver una tradición llegar por un plato de birria "Doña Isabela" –en honor a mi abuelita.
Aunque otra razón, sin duda era por qué mis hermanas se habían puesto muy bonitas y todo mundo las admiraba y pretendían, razón por la cual estaba llena de hombres jóvenes con la firme intención de conquistarlas para, de esa forma ganar a una de las dos mejores cocineras del pueblo. No pretendo demeritar su gran éxito en la cocina, pero era increíble la cantidad de propuestas que estas dos recibían a diario. Mi Tía Rosa se encargaba de espantarle a todo galán atrevido que se pasara de listo con mis hermanas, y hasta les prohibía su vuelta a comer ahí, razón por lo que algunos se controlaban y dejaban sus artimañas de galán para invitarlas a la salida.
Entre su negocio de comida en la noche y su dulcería en las mañanas, apenas tenían tiempo para pensar en novios, o en casarse. Rara vez salían a pasear como acostumbraban pero les iba bien, muy bien diría yo. Era tanto su trabajo que tenía que me pedían a mí a que las ayudara a atender su dulcería, labor que no me implicaba mucho esfuerzo físico y aprovechaba para leer un poco cuando no tenían muchos clientes. A veces mi hermano Nacho iba e invitaba a Juan, aunque no era tan bueno, porque varias veces los agarré comiéndose los dulces de la venta. Ellos argumentaban que eran los hombres de la casa y que podían hacer lo que quisieran. Argumento que yo les borraba con un coscorroneo bien puesto en sus cabezotas.
José me visitaba también, seguíamos siendo grandes amigos y como lo había prometido hacia algunos años, a veces me sacaba a pasear en la carreta por el pueblo junto a mi hermano Nacho, que se ofrecía a acompañarnos con la finalidad de que no se despertaran habladas –decía– pero la verdad era que le encantaba pasear y andar en las travesías para todos lados.
Para entonces yo había tomado mucho cariño por la labor que habían hecho las Señoritas Cisneros conmigo al haberme enseñado y pensaba que tal vez en unos años a la mejor yo también seguía sus pasos y enseñaba a las personas, probablemente el ser maestra sería una buena opción para mí.
–Sí por qué no –me contestó José cuando le comenté que me gustaría dar clases– yo creo que si tienes talento para eso, por qué para la cocina ya está muy claro que no.
–Eres muy grosero –le dije muy seria– yo te dije que no servía para esas cosas pero tu insististe en comer de mis preparados inventados.
–¡Agradezco estar con vida después de eso! –levantó las manos como agradeciendo al cielo–
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Milagros
RomanceMilagros decide dejar atrás su natal pueblo y probar las delicias de la Gran Ciudad dejando su nombre atrás y todo por perseguir aquello que anhelaba. Si le dieron la vida a consecuencia de un milagro, como todos decían, era momento de vivir enton...