Pasaron dos años y nos llegó la noticia de Ameca que mi hermana Rosalba iba a tener un bebé, razón aparente por la cual se iba a quedar en casa con mi Mamá por instrucción de su esposo, quién tenía que arreglar unos asuntos con sus tierras antes de alcanzarla.
Nos contó Rosalba que algo pasaba en el Pueblo, que había mucho movimiento y miedo que toda la gente decía que algo muy malo iba a pasar porque habían prohibido rezar a Dios. Que habían cerrado las iglesias y que nadie podía ir al templo ni hacer ninguna actividad propia de fe, bajo pena de muerte. Que su esposo creyó conveniente que se fuera mejor para con su Mamá y que pronto él la iba a alcanzar, que tenía que dejar aseguradas bien sus pertenencias y que luego se la llevaría a Vallarta.
Esa noticia alertó a mi Papá, por qué ya se rumoraban cosas respecto a una reforma le ley que había hecho el actual presidente Plutarco Elías Calles, el cual había provocado que en varios lugares se levantara la iniciativa para defender su derecho al culto.
Mi Papá no le pareció buena idea que mi hermana pariera ahí en Talpa, por qué no tardaría mucho tiempo en que ese mismo movimiento se levantara ahí mismo, sino es que ya se estaba gestando. Al final Talpa era un pueblo muy religioso y atraía a muchas personas de varios lados para el Santuario.
El era un hombre de mucha fe, pero temía por su familia, así que creía que era la tenía que mantener alejada de esto. Que él ni nadie de su familia tener que meterse y debía alejarse antes de que pasara algo.
Mandó entonces a mi Mamá, a mis hermanas y hermanos, además de a mi Tía Rosa a irse a un rancho muy lejano y poco poblado en el cual difícilmente –esperaba– llegara hasta allá. No había iglesia, por esos lugares y todos los pobladores iban a la siguiente ranchería a hacer todos los cultos religiosos. Allá aún vivía mi abuelita Fernanda, Mamá de mi Mamá, quién se había negado todos estos años a vivir en Talpa y prefería seguir en su tranquila casa en donde se había criado desde niña.
Primero mi Mamá, Rosalba, Juan y Refugio se fueron, a mi me parecía muy radical la respuesta de mi Papá y no entendía lo que estaba ocurriendo. Yo veía todo igual que antes y pensaba que mi Papá estaba exagerando. Así que puse un poco de resistencia amparada en la Tía Rosa que seguía vendiendo comida, ahora ella sola, ayudada por Ana y en ocasiones por mí.
También yo continuaba en las clases. A veces ayudaba a las Maestras Cisneros a enseñar a leer y a impartir la clase como ellas me habían enseñado. Para mí todo parecía bien e irme a un rancho lejano en donde no conocía nada me parecía de lo más extremo. Me negaba rotundamente.
Por otro lado, mi hermana Maricarmen no se quiso ir de inmediato por qué tenía un novio de Mascota que la visitaba, del cual platicaba que tenía intenciones serias de casorio con ella. José me contaba que él conocía a ese hombre, que era un amigote de su hermano él cual se la pasaban en las cantinas entre pleitos y que él no creía que él fuera un buen partido para mi hermana. Pero Maricarmen estaba muy enamorada de él y no escuchaba los comentarios que solía hacer José. Mi Papá estaba preocupado por esa unión porque él sabía también que clase de muchacho era ese tal Luis Hernández, asunto que expuso seriamente a Maricarmen sin ningún éxito.
Mi tía Rosa apoyaba a Maricarmen para que se viera a escondidas con el tal Luis por qué era un joven de buena apariencia –decía mi Tía– y aparte con buen capital. Mis hermanas se fijaban mucho en eso y buscaban hombres adinerados con quién casarse. Ya dos lo habían logrado, y no sé como si Maricarmen veía lo mal que le iba a Concha o a Rosalba, seguía con el mismo patrón de conducta.
Para mí era completamente inentendible y agradecí a Dios, que me hubiera hecho fea y que nadie se fijara en mí, por qué de tener que vivir esa vida, prefería estar sola.
YOU ARE READING
Milagros
RomansaMilagros decide dejar atrás su natal pueblo y probar las delicias de la Gran Ciudad dejando su nombre atrás y todo por perseguir aquello que anhelaba. Si le dieron la vida a consecuencia de un milagro, como todos decían, era momento de vivir enton...