Sueños oscuros

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Él era frio, arrogante y despiadado, todo lo que le habían dicho que evitara y a pesar de eso, no pudo evitar enamorarse de él.

La oscuridad la rodeaba totalmente mientras sus débiles piernas se obligaban a correr más y más rápido, hacía frio y el viento le despeinaba el largo cabello castaño de manera agresiva.
Podía sentir una fuerte presión en el pecho, como si alguien intentará alcanzar su corazón. La respiración comenzó a agitarse y de repente, todo se volvió negro, sus rodillas se doblegaron y su fuerza se esfumó, ya no había una sola luz que iluminará aquel cielo tan oscuro. Las heridas en el cuerpo le dolían como cuchillos afilados que desgarraban su pálida piel.
Sentía grilletes en los tobillos, pesados cual rocas y su garganta estaba seca imposibilitándole hasta la más mínima posibilidad de emitir algún sonido, sin embargo, lloraba, lloraba como si sus azules ojos fueran un río, estaba sola y por alguna razón eso le dolía, siempre había estado sola...
y había sangre en sus vestiduras rotas y desgastadas, cansada de correr, se dejó caer en aquel pozo oscuro, exhalando finalmente un último aliento y sintiendo como unas manos apretaban lentamente su cuello, asfixiándola.

Zelda despertó sobresaltada y poco a poco, las visiones borrosas de sus sueños se fueron disipando. De nuevo se encontraba en su cálida habitación en el castillo de Hyrule, al abrir los ojos se dio cuenta de que aún era de madrugada e incluso una pequeña llovizna caía sobre los fuertes muros de piedra.

Parpadeó un par de veces esperando lograr centrarse en el lugar en el que realmente se encontraba, ya habían pasado varias noches que soñaba lo mismo y aquellas pesadillas simplemente no se detenían. Llevó sus manos a su cabeza y descubrió que su cabello estaba totalmente despeinado, por otro lado, las cobijas estaban regadas a los lados de la cama y había más de un cojín al otro lado de la habitación.

Al ver lo desecha que estaba la recámara, se percató de que realmente se había movido mucho durante la noche, aquel sueño era inquietante, como si cada vez que durmiera se encontrara en medio de una persecución que le impedía descansar.

La joven meditó un instante, aquellos sueños que la atormentaban por las noches debían tener algún significado, algún secreto que estaba más allá de su comprensión, tal vez un misterio que debía desenmascarar cuanto antes.

Decidió levantarse, no le apetecía del todo quedarse en cama, no después de aquel sueño tan extraño. Las pesadillas estaban empeorando y definitivamente tenía que encontrar la manera de hacer que desaparecieran por completo.

Zelda era una princesa y de acuerdo con algunas de las leyendas que los ancianos contaban, se decía que en sus venas corría la sangre de la mismísima diosa Hylia. Sin embargo, la diosa había encarnado en una mujer hyliana hace mucho tiempo y por ende, era muy probable que sólo apenas una fragmento de su poder viviera en la princesa.

No obstante, la joven sabía que había sido bendecida con algunos de los dones de aquella deidad, incluyendo la sabiduría, por esa razón la castaña estaba dispuesta a descubrir el significado de los sueños cuando antes e interpretar si algo malo estaba a punto se pasar.

No se iba a dejar doblegar por un sueño como ese, debía encontrar respuestas y pronto. La duda era algo con lo que no podía vivir.

La princesa se puso de pie y decidió ponerse uno de sus atuendos favoritos; un vestido largo color lavanda.

Quería apresurarse, pues no esperaba que alguna de sus doncellas le interrumpiera con alguna charla innecesaria o peor aún que se ofrecieran ayudarle con su arreglo personal como solían hacerlo muy a menudo.
Cepilló su largo cabello castaño y lo ató en una media coleta, se miró una última vez en el espejo y salió de su recámara.

Ike x Zelda "Bajar la guardia" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora