Todo tiene un precio, dicen.
Nada en esta vida es gratis. Ni en esta vida, ni en la que sigue.
Que la historia nos sirva de ejemplo, magos y brujas de antaño usando su poder sin control alguno y siendo consumidos por la propia magia que corría...
El fin de las vacaciones llegó y con ello desaparecieron los días de verano calurosos y sofocantes y las brisas cargadas de olor a sol y flores. Las hojas de los árboles recién comenzaban a secarse y ya no podía salir a la terraza de mi cuarto a ver las estrellas a la media noche sin un chal de abrigo sobre los hombros.
Draco no volvió a pisar la mansión desde aquél día a orillas del río, no mandó cartas, no respondió a las mías y supongo que tampoco vendrá a recogerme para ir la estación como prometió semanas atrás. Creo que es lo mas razonable dadas las condiciones en que se dieron las cosas y, muy en el fondo, no lo culpo tampoco.
—Pajarito— papá llamó a la puerta —El desayuno está servido—
—Bajo enseguida ¿sabes que esta no es una ocasión especial?— dije viendo lo que me había sugerido usar —Ya subí a ese tren una vez y ya he estado en esa estación, regresaré con mis compañeros de casa y seré una Ravenclaw más—
—Si, sobre eso... creí haberte dicho que tendrías que pasar por la selección de casas una vez más—
—¿Qué? ¡Por qué!—
—Ya no eres una niña de primer año, los años cambian a las personas. El mismísimo Dumbledore me pidió que te dijera—
—Que horror, si no quedo en Ravenclaw será como empezar de cero—protesté mientras pasaba el vestido negro por mi cabeza, cuidadosa de no despeinarme mucho.
—No olvides llevar medias blancas, esas con ribetes en lo puños. Se te van a ver mas elegante—
—Pero papá—
—Nada de peros, es eso vas a salir de esta casa con la ropa muggle mas simple y andrajosa que encuentre— eso era algo que no estaba dispuesta a hacer en esta vida no en la otra.
Como buena veela, o cuarta parte veela mejor dicho, era consciente de mis encantos y si había algo digno de ver en mi; a demás de mi peculiar don para cambiar mi apariencia, eran mis largas piernas y la contorsión de mi cuerpo al caminar y no pensaba arruinar esas vistas con horrible ropa muggle sin gracia, no porque quisiera provocar pero la idea de tantas miradas de admiración y envidia dirigidas a mi... siempre nos gusta ser el centro de atención.
Así que no me quedó de mas remedio que ponerme un par de medias pequeñas en color blanco, que no llegaban mas allá de los tobillos para complementar con la falda de colores crema, los clásicos zapatos de taco cuadrado -como siempre-, una camiseta cuello alto negra y algunos accesorios que aportaban finura y brillo al atuendo.
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No recogí mi cabello pero lo aparté a un lado y tomé una bolsa con listón de raso y correa larga en donde guardé un poco de dinero -solo algunos galeones es y sickles-, labial hidratante, pergamino, pluma, un libro y el estuche de mis gafas de sol.
