Nuestro tercer día de cuarentena volvió a empezar tarde, tardísimo. Como bien dije, la última de las películas terminó cerca de las ocho, y hasta que nos fuimos a dormir y logré conciliar el sueño, habrán sido casi las nueve.
La verdad que habíamos pasado una noche divertidísima, todas las películas que elegimos eran de comedia, y reírme hasta que me dolió la panza me hizo bien. Gracias a tantas risas, mi cerebro habrá liberado una buena dosis de endorfinas (“las hormonas de la felicidad”) que iban a lograr mantenerme tranquila y feliz por bastante tiempo; siempre y cuando nada lo arruinase, claro está.Me quedé pensando un rato en la cama. ¿Ya les conté que odio saltar de la cama apenas abro un ojo? Bueno: Lo odio. Me parece una tortura innecesaria, pero que en los días de obligaciones (laborales, académicas, o alguna otra eventual) tengo que hacer sí o sí, sólo por elegir dormir esos famosos “cinco minutitos más”. Entonces, una vez que suena la alarma, me tengo que levantar volando porque ya voy cinco minutos atrasada. Igual, siempre llego tarde a todos lados.
Es por este motivo que, cuando es vacaciones, aprovecho a quedarme remoloneando un buen rato. Y, como no puedo desenchufar mi mente ni un segundo, empiezo a pensar. Mientras el cerebro se activa, enrredándose en cosas variadas como qué voy a hacer ese día, qué puedo (podía) planear para el cumpleaños de Mati que es en dos meses, o si realmente es posible que estemos solos en este universo -no, definitivamente creo en la existencia de la vida extraterrestre, pero eso es tela para cortar en otra historia-; mi cuerpo también se iba despertando de a poco. Y cuando por fin me sentía con energía me levantaba, con excelente humor, y con ganas de comerme al mundo. Qué lástima que no fuese algo de todos los días.Como les decía, en ese momento me encontraba acostada, en la oscuridad, divisando el techo, tenuemente iluminado por la poca luz solar que entraba por las hendijas de la persiana. Con lo tarde que me había despertado, de seguro ya era la última luz del día. La noche estaba pronta a caer. Me preocupé al pensar que quizás había sido un poco dura con el Tucu. Después de la charla de anoche, pensé que por ahí él estaba a punto de tomar una decisión apresurada. A lo mejor estaba dudoso de su relación, sí. Pero como justamente eran dudas y no seguridad absoluta, eso hizo que no haya tomado una decisión aún. Sentí que lo presioné un poco, y debía volver a hablar con él de eso, para dejarle en claro que la última palabra estaba no en su boca, y mucho menos en la mía, sino en lo más hondo de su corazón.
Motivada por este último pensamiento, me levanté decidida. Fui al baño, me higienicé, y una vez más opté por utilizar otra prenda, distinta a la del día anterior. Me puse un short tiro alto, de lycra, negro, y una pupera blanca con el logo de los Rolling Stones. Bajé a la cocina y me senté en el taburete.-Te levantaste- dijo el Tucu, que estaba preparando algo en unas tazas -Te estaba por ir a despertar cuando terminase con esto-
-¿Qué estás haciendo?-
-El desayuno… O bueno, la merienda, no sé…-
-Son las siete, ya es la merienda- reí
-Te lo iba a llevar a la cama-
-Me gusta la merienda en la cama- me paré y lo abracé de costado -Pero también me gusta desayunar acá en esta isla, que en mi casa no la tengo, hay que aprovechar- le dejé un beso en la mejilla
-A mí tampoco me tenés en tu casa-
-Por eso, no todos los días un bombón te hace…- miré las tazas -¿Qué es, chocolatada?-
-Sí, para salir un poco del café-
-Me encanta… ¿Pero sabés qué le falta a esto? Medialunas-
-Sus deseos son órdenes-
Se soltó de mi abrazo sólo para caminar unos pasos hasta la heladera, abrir el freezer y sacar una bolsa con una docena de medialunas congeladas.
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Amor en Tiempos de Cuarentena | Tucu Correa
Roman d'amourGala y Joaquín se reencuentran después de cinco años, y por una disposición a nivel mundial tienen que convivir juntos y solos por siete días. Queda totalmente prohibida la copia, reproducción, adaptación, modificación, distribución, comercializació...