1-Encuentro con el destino

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-Señora Conquistadora, es un honor combatir a tu lado- dijo el gobernador de Tesalia al tiempo que estrechaba mi fuerte brazo con una mano igualmente poderosa.

Últimamente había estado taciturna, echando de menos lo que tenía, pero incapaz de dilucidar cuál era el factor que faltaba en mi vida y que me tenía tan alterada. La pequeña guerra civil que había estallado en la costa, cerca de Ambracia, me daba un motivo para salir del palacio de Corinto. Creo que hoy había conseguido sorprender a bastantes hombres en el campo de batalla, tanto de los míos como del enemigo. La sed de sangre ya no corría con tanta fuerza en mi interior, pero era suficiente para transformarme en algo terrorífico en el campo de batalla.

- Dime, Telamón, ¿Esperas tener más problemas con estos piratas costeros?- le pregunté al gobernador. Telamón era un hombre bajo, pero muy musculoso, y esta autoridad nombrada por mí se echó a reír con ganas.

- Estoy convencido, Señora Conquistadora, de que en el futuro sólo tendré que decirles que la Conquistadora de Grecia vendrá contra ellos y huirán como las ratas de un barco incendiario.

Se oyeron unos gritos y uno o dos chillidos desde la gran sala y dio la impresión de que todos íbamos a hacia allá al tiempo que traían a las prisioneras. Era costumbre que la autoridad de la zona eligiera a alguien de las prisioneras antes de que las vendieran como esclavas en el estrado de las subastas. De modo que Darius, el lugarteniente de Telamón, las traía a todas para la inspección.

- Señora Conquistadora- empezó Telamón- Te ofrezco respetuosamente la elección que me corresponde- Suspiré.

Siempre hacían esto, creyendo que así obtenían mi favor. Algunos hombres honrados, como Telamón, lo hacían simplemente porque era una señal de respeto. El único problema era que yo lo odiaba. Si, hubo una época en que intentaba averiguar cuál de ellas virgen y esa era la que convertía en mi nueva esclava corporal, pero mi vida era ahora muy distinta. Hacia dos estaciones que no compartía mi cama con nadie más allá de alguna ramera ocasional. A veces me preocupaba, pues no sabía porque me había abandonado el impulso sexual. Sin embargo, todavía tenía una reputación que mantener, de modo que solía elegir a una chica y montaba todo un número sentándola en mi regazo toda la noche mientras mis soldados y yo bebíamos hasta el amanecer. Me cercioraba que todo el mundo oyera mis comentarios obscenos y vieran como la tocaba. Luego, al salir el sol, acababa sin sentido en la cama y al día siguiente mi capitana, Alexandra, encontraba trabajo para la chica en la cocina del castillo.

Adopté una expresión lasciva y añadí un pavoneo algo exagerado a mi forma de andar mientras pasaba ante las mujeres jóvenes y viajas, que les habían sido arrebatadas a los piratas. La mayoría dejaba mucho que desear y cuando estaba a punto de rechazar la elección del gobernador, dos mujeres se apartaron y detrás de ellas apareció una cabeza rubia y gacha, que se contemplaba los pies descalzos.

Ahora bien, no sé porque esa muchacha me llamó la atención. Ni siquiera le veía la cara y era diminuta. Dioses, seguro que la acababa partiendo como a una ramita si me daba por llevármela a la cama, pero tenía algo.

Cuando avancé hacia la muchacha, la gente que estaba delante de ella se apartó. Ella no levantó la mirada, pero debía de saber que me tenía delante por la sombra que proyectaba sobre su cuerpo. Alargué dos dedos y le levanté la barbilla. No sé cuánto tiempo me quedé ahí parada sin respirar, pero sí sé que tuve que carraspear para disimular la gran bocanada de aire que por fin inhalé. Tenía el iris de color azul, hermosos con el mar. Intentó apartar sus ojos de los míos bajándolos, aunque ahora le tenía sujeta la barbilla con firmeza.

- Mírame- ordené y alzó vacilante los ojos para encontrase con los míos.

Parecía incapaz de fijar la mirada en mí y los bajó de nuevo, sumisamente. Subí la mano para apartar los mechones de sucio pelo rubio que le caían por la cara. Fue entonces cuando lo vi. Cuando mi mano se acercó a ella, se encogió. No físicamente, pero si lo vi en sus ojos. Los apartó y me di cuenta de que debía de haber sido esclava la mayor parte de su vida, para que alguien tan joven se comportara de esta manera.

- ¿Cómo te llamas?- pregunté, pero antes de que pudiera contestar, hubo un coro de resoplidos y risas disimuladas por parte de los soldados. Me volví, clavando la mirada en Darius, el lugarteniente de Telamón, para que me lo explicara.

- Disculpa la reacción, Señora Conquistadora, pero tal vez te convenga elegir otra.

- ¿Y eso por qué?- pregunté.

- A ésta la han usado tanto que ni siquiera los soldados la quieren- contestó y los soldados volvieron a reírse disimuladamente. Me volví de nuevo hacia la jovencita.

- Te he preguntado cómo te llamas.

- Kara, mi señora- contestó y supe que me había metido en un lío. Esos ojos me arrastraban y esa voz sonaba suave como la seda cuando habló. Lo curioso es que me llamó "mi señora", como si ya me perteneciera. Nadie me llamaba otra cosa que no fuera Señora Conquistadora.

Entonces se le empezaron a llenar los ojos de lágrimas, cuando los hombres fueron incapaces de contener la risa. No intentó secárselas ni apartarse de mí y sentí la humedad de que me caía en los dedos.

- ¿Por qué lloras, muchacha? ¿Acaso por qué Darius miente?- indagué, deseando que dejara de llorar. No entendía porque, pero su llanto me producía desazón.

- No, mi señora- respondió suavemente- Mi llanto se debe a que el lugarteniente dice la verdad- y de repente toda la estancia se quedó en silencio. Todavía no sé por qué, pero oí mi propia voz como si la estuviera usando otra persona.

-Alexandra- llame a mi capitana- ocúpate de que la lleven a mis aposentos, le den de comer, la bañen y la vistan adecuadamente. Puede que necesite sus servicios.

Cuando me volví para salir de la gran sala, me detuve un momento para ver si alguno de los soldados tenía el valor o la estupidez de reírse ahora. Ninguno lo hizo. Nunca lo hacen.

Conquistando a la Conquistadora (ADAPTACIÓN SUPERCORP)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora