5.

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A la una y media de la tarde, Ander se despertó de golpe. Sentía un leve dolor de cabeza que sospechaba que iría a más si no se tomaba una aspirina lo antes posible. Se frotó los ojos y en ese momento se acordó de lo que había pasado de madrugada.

Por su cabeza pasó una ráfaga rápida de imágenes que lo aturdieron: Omar a punto de ser atropellado, Omar acompañándolo a su casa, Omar pidiéndole perdón, Omar rompiendo a llorar mientras le decía que no podía estar sin él. Ellos dos abrazados. Ellos besándose. Ellos dos pasando la noche juntos después de tanto tiempo, piel con piel, piernas entrelazadas, gemidos a sintonía, teniéndose el uno al otro, recorriendo cada parte del cuerpo del otro que tanto tiempo habían deseado poder volver a sentir y tocar. Todos aquellos recuerdos provocaron en Ander unas ganas inmensas de abrazar a Omar por lo que se dio la vuelta en la cama para mirarlo, pero todo su entusiasmo se desvaneció en cuestión de segundos al ver aquel lado de la cama completamente vacío. ¿Dónde se había metido Omar? Su corazón empezó latir con más velocidad. No quería anticiparse a nada, pero ya no estaba completamente seguro de la realidad. ¿Y si todo había sido un sueño? ¿Y si todo aquello nunca había pasado y su mente le había jugado una mala pasada al mezclar sus deseos y anhelos con el alcohol?

Ander salió de la cama y buscó su móvil para mirar si tenía alguna notificación que le confirmara que todo había sido real, pero al no ver ningún mensaje de Omar, lo lanzó y el aparato golpeó contra el colchón y rebotó hasta caer al suelo. La opresión en el pecho de Ander se hacía cada vez más grande pero no quería dejar que lo inundara por completo. Era tal la decepción y desilusión que sentía que ni siquiera se molestó en coger el móvil para comprobar si se le había hecho añicos la pantalla. Se negaba a aceptar que todo lo que recordaba, no era más que imaginaciones suyas. No podía habérselo imaginado, lo había sentido demasiado real. Todo. Los besos, las lágrimas, las caricias. La manera en la que Omar se pegaba a su espalda mientras dormía. No. No podía haber sido producto de su imaginación.

Ander se vistió con lo primero que pilló a su paso y su corazón se detuvo por una milésima de segundo cuando vio una camisa con estampado de rosas tirada a los pies de la cama. Nunca le había gustado esa camiseta, pero ésta fue la primera vez que se alegró tanto de verla. La cogió y cuando aquel aroma tan característico de Omar inundó sus fosas nasales, se tranquilizó. Todo esos pensamientos negativos y aquellas ideas que lo estaban haciendo sentir tan mal nada más levantarse, se fueron disipando poco a poco.

Todo lo sucedido unas horas atrás había sido tan real como la camisa que sostenía entre sus manos, sin embargo, aquella sensación de alivio que sentía Ander no le duró mucho tiempo ya que otras preguntas y pensamientos se colaron en su cabeza antes de que pudiera impedirlo: vale, lo que pasó entre él y Omar había sido real, de eso estaba seguro, pero ¿y si solo había sido por una noche? ¿Y si todo había terminado antes de siquiera empezar?

Ander salió de su habitación en dirección al baño donde se aseó mientras intentaba no hacerle caso (sin mucho éxito) a aquellos pensamientos intrusivos que amenazaban con hundirlo de nuevo.

¿Y sí Omar se había arrepentido? ¿Y sí al despertarse a su lado, Omar se había puesto a pensar de más y se había dado cuenta de que el precio de su libertad con él era demasiado alto y no estaba dispuesto a pagarlo?

Ander dejó salir un suspiro esperando que con él también se fueran todos esos escenarios que su mente empezaba a elucubrar. Sacudió la cabeza mientras se tapaba la cara con las manos envuelto en sus intentos fallidos de no seguir dándole vueltas a su mente, bajando las escaleras de camino a la cocina. Justo cuando estaba bajando el último par de escalones, lo sacaron de sus pensamientos unas voces que reían enérgicamente.

- Ya era hora hijo - dijo Azucena una vez Ander apareció por la puerta de la cocina. La mujer tenía una taza de café en una mano, la cual se llevó a la boca que aún formaba una sonrisa divertida.

Diez minutos | OmanderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora