Ignoró a Jericho. Puede que si le tentara la idea de pedir un deseo, probablemente hubiera querido que Amanda se la tragara la tierra. Tampoco estaría tan mal, con ella fuera de juego podría ser reconocida por su jefa. Se daría cuenta de su potencial y ya no habría más gritos o frustración, sino plena comprensión. Después, recordó las consecuencias que acarrearía hacerlo, el costo de su alma, una vida condenada en el infierno... la idea se esfumó de su cabeza. No valdría la pena pasar tantas penurias y menos por esa Barbie. Jericho solo estaba tratando de confundirla, jugar con su mente aprovechando cualquier momento de debilidad, que tomara la vía fácil. Por ahora tenía que pensar algo y rápido, tenía que librarse del problema de Amanda. Porque si no Jericho empezaría a debilitar su mente. Tan desesperada se sentiría, si al estar a un paso de lograr lo que tanto ansiaba se lo arrebataran, tanto que el solo hecho de imaginárselo le aterraba más que acabar pudriéndose en el infierno. Rebeca tragó saliva y bajó la vista, sus ojos se toparon con algo interesante, su cuaderno de esbozo. Observó su imagen monocroma en el tapiz refractante de la libreta. Le costó apenas unos instantes recordar por qué la llevaba consigo. Sus diseños, claro, eso era, sus diseños, repitió mentalmente. Si le enseñaba su trabajo a su jefa puede que obtuviera un voto a su favor, si Amanda decidía actuar en contra suya. Le mostraría el diseño mucho antes, así si esa ladrona intentaba adueñárselos descubrirían la clase de persona que se trataba.
Esperó a que su compañera saliera de la oficina. No podía arriesgarse a que escuchara la conversación y echara a perder su plan. Pudo advertir que iba muy contenta, casi le pareció que salió de allí dando saltos de alegría. Aquella despreocupación hizo que sintiera una pizca de coraje. Lo celebraba delante de sus narices, quitándole importancia como rival, y obvio eso le molestaba. Rebeca se mantuvo plantada allí, hasta asegurarse de que Amanda estuviera lo bastante lejos, por consiguiente, se acercó a la mesita blanca donde estaba su jefa. Está tecleaba en su ordenador de sobremesa y revisaba a ratos su agenda.
―Bianca quisiera...
―Ahora no Rebeca, tengo que terminar esto antes de irme― dijo interrumpiéndola.
Inclinó la cabeza y aguardó de pie delante de ella tintineando a ritmo sus dedos contra la libreta. Bianca, que no pudo pasar desapercibida su presencia y el incesante acompañamiento musical de Rebeca, dijo:
―¿Qué quieres Rebeca?
―Me gustaría enseñarle el diseño para Antonie Electra, aún no lo tengo listo pero...
―Si no lo tienes listo no me interesa-dijo cortante.
La mujer de pelo canoso se acomodó uno de los mechones que se había escapado de su gran moño, y volvió a su trabajo, pero Rebeca no se dio por vencida. Siguió insistiendo a la tozuda de su jefa hasta que está al final accedió de mala gana.
―Esta bien, esta bien, mañana pasaré a la hora del almuerzo a verlos, más te vale que sea algo bueno.
―No se arrepentirá.
Se dirigió hacia la puerta despidiéndose de Bianca y fue nada más abrirla encontrarse con Amanda, sin saber muy bien por que estaba allí. ¿Habría estado espiándola durante todo el tiempo? Si, era así, tendría que actuar con suma cautela. La rubia se disculpó y sacó la tonta excusa de que estaba esperándola para desearle buena suerte, algo muy poco común en ella. Rebeca enarcó una ceja, y sin más dilación la dejó colgada en cuanto empezó a alabarla. Que se buscara a otra quien chuparle el talento, con ella ya no iba a conseguir nada o acaso creía que podría hacer como si nada, ¿después de meses de sufrimiento aguantándola cada día? La respuesta era simple y sencilla, no.
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Mi nombre es Jericho
Short StoryRebeca es una aspirante a diseñadora que trabaja en una boutique. Ella ve sus sueños entorpecidos por Amanda, una compañera de trabajo que siempre se lleva el merito de sus creaciones. Hasta que un día Rebeca acepta a un niño en su casa quien se tra...