Capitulo 3 (1/3)

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Aunque los días pasaron volando, por las hojas del almanaque, Rebeca los vivió insulsos. Se levantaba de la cama, el abuelo le echaba en cara el error que cometió. Luego, se quedaba encantada delante del retrovisor y se acostaba recordando que mañana sería otro día igual. Los días fueron pasando y a pesar de que pasaban en un pestañeo, Rebeca se sentía atrapada en esa línea de tiempo. "¿Cuánto duraría aquel periodo de su vida?" se preguntaba continuamente, y con esa pregunta dio paso a que volviera a eludirse en su pasado, no precisamente en el momento de su despido, cuanto menos se acordara de eso mejor. Sino en donde nació su sueño, al principio Rebeca no lo sabía pero en esos días tuvo tiempo de reencontrarse a ella misma. Preguntarse porque ansiaba con tanto desespero llegar a esa meta. La respuesta se encontró en su niñez, a los siete años, hubiera sido una niña normal sin aspiraciones no más grandes que intentar no salirse de los contornos de un dibujo o hacer una pompa gigante de jabón. En esa edad, dio fruto su deseo de ser reconocida. ¿Por qué una niña quería ser reconocida? No por la infantil idea de salir en la televisión o presumir delante del alumnado de primaria. El motivo fue más complejo, Rebeca era la pequeña de una familia de dos hermanas mellizas, se llevaban cinco años de diferencia. Los pequeños reciben siempre la atención de los adultos, en el caso de Rebeca no fue así. A partir de sus siete años paso de ser la favorita de papá y mamá, a la hija olvidada de su familia. Sus hermanas adquirieron el papel protagónico de Rebeca, casi pareció que se lo intercambiaron, de niña predilecta a la niña invisible. ¿Qué fue lo que hizo a sus padres cambiar su favoritismo? Simple, cierto día la tutora de ambas mellizas, cito a los padres a una reunión. Cuando regresaron escucho a gritos de entusiasmo lo que ingenuamente le acarrearía una desgracia: "¡Son superdotadas!". Al cabo de un tiempo Rebeca se sintió sola, no había un tercero en aquel dúo de hermanas, se entendían a la perfección solas. Fue en ese instante, que Rebeca cogió uno de sus lápices de cera y fue llenando el cuaderno de diseños. Diseños que gritaban su ira, su rabia, su soledad...

Que decepción llevaba pues, por querer desenmascarar a su "amada" compañera, se había quedado sin trabajo. ¿Por qué de nuevo tenía que salir algún inconveniente? Esta vez el motivo tuvo un nombre, y aunque era sabedora de que compartía parte de la culpa, ese ruin urdido solo pertenecía a Jericho.

Un duende trae buena suerte, pero para Rebeca fue su peor desventura, si tuviera que premiar cada una de las cosas malas que le habían pasado en la vida, Jericho se llevaría la copa de oro. Ya no era ese único accidente, el que le preocupaba, sino los que vinieron tras su despido dirigidos por él. Era un ser impaciente y lo demostró en su manera de actuar, estropeándole cualquier oportunidad de conseguir empleo a Rebeca. Le apagaba el ordenador cuando buscaba ofertas de trabajo o casualmente el coche se averiaba siempre que intentaba salir de la ciudad. Estaba arruinándole la vida, el mensaje que escondía sus acciones fue claro: ¿No vas a pedir el deseo? Pues convertiré tu vida en un infierno, y así lo hizo.

***

Rebeca despertó eran entorno a las tres y media de la madrugada. No supo muy bien porque su sueño se había interrumpido, ni porque había optado por vigilar la puerta de su habitación, la cual estaba abierta. Sin embargo, en la mente de Rebeca fantaseaba con la idea de que algo estaba a punto de pasar, en ese mismo lugar, en ese mismo momento, en esa misma puerta.

Al fin cuando su desosegada mente entró en razón de que solo se trataba de un mal despertar, una falsa alarma, la puerta endiablada emitió un sonido atronador que ensordeció toda la habitación. Rebeca sobresaltada tras aquel atroz impacto se incorporó lo más aprisa que pudo. Y con el corazón a punto de salirse de su pecho se aproximó y la contemplo por poco tiempo temerosa, luego decidida intento abrirla. La puerta no cedió. No quiso darle la oportunidad de descubrir el que o el porqué se había cerrado. Por lo general, las puertas no se cerraban solas y si se daba era por la corriente, pero en aquel lugar no había rendija o hueco que dejara paso a la más mínima proporción de aire. Pues Rebeca era muy recelosa en invierno y siempre se asegurara de que durmiera con el menor frío posible. Por lo que, ¿por qué la puerta se había cerrado sola? la escucho cerrarse ¿o solo se lo imagino? fue tan fugaz el suceso que era difícil pensar con acierto, mientras iba reorganizando su mente, cayo en la conclusión de que debía haber sido Jericho. "Otra de sus bromitas"―pensó tumbándose más sosegada en la cama. Era mejor ignorarle, cuanto más atención le pusiera más en serio se lo tomaría. Igualmente, acciono el interruptor de la lampara de noche, solo para hacer más cómodo el lugar durante su broma. Pero descubrió que esta no encendía, probo esta vez de nuevo varias veces y también con el interruptor general de la habitación. Ninguna se encendió.

Mi nombre es JerichoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora