Una canción de jazz resonó en los altavoces estéreos del coche. La música resultaba pegadiza, el ritmo de la percusión acompañado con el solo de saxofón, le daba un toque vibrante y al mismo tiempo melancólico. Una ambigüedad, una exquisitez en bandeja, tal y como la comida agridulce te engancha con ese agradable sabor y disgusta con su amargor. Separados no eran nada comparados a lo que pueden lograr juntos.
Tarareó aquella melodía pegadiza, creando un pequeño coro mientras conducía. Se dirigía a la boutique, Le Ruban Rouge, donde trabajaba. Durante la mayor parte del trayecto, el único sonido que invadió el ambiente fueron las canciones de ese genero, que reproducían la cadena. El acompañamiento musical, hubiera creado un nirvana si estuviera sola en el coche, pero Rebeca no lo estaba, en los asientos traseros Jericho la contemplaba, no con esa mirada juguetona que era típica en él sino con una vacía y oscura. Hasta la música más estridente no hubiera sido capaz de borrar aquella presencia inquietante que lucían sus ojos. No le había sentado muy bien su respuesta; “No necesito pedirte un deseo, lo conseguiré con mi diseño”, más bien no había reaccionado, ni ninguna bromita absurda o comentario fuera de lugar, de los que solía hacer uso, nada.
Llegó a la tienda esperando encontrársela abierta, ya era la hora, debería de haberlo estado. Después, reparó en que Amanda ahora era la nueva encargada. Así que no tuvo más remedio que quedarse ahí plantada, pasmada y muerta de frío, aguardando la puntualidad de su nueva jefa o mejor dicho, inpuntualidad. Pasó media hora, creía que no iba a aguantar ni un minuto más, cuando su superiora dio por fin señales de vida. La vio venir desde lejos, iba conjuntada con un vestido rosa y una chaqueta a juego, no era un rosa elegante, sino uno tirando a fucsia.
―Menos mal, estaba a punto de irme―le reprochó.
―Ay, me quedé dormida. Sorry, Rebe― dijo, sacando las llaves de su bolso.
―Si vas a hacer eso, por lo menos, déjame una copia de las llaves.
―Quien lleva las llaves es quien manda, Rebe, pero ¿sabes qué? Como quiero mejorar nuestra friendship, lo haré por ti.
Otra vez volvió a ese incansable peloteo. Rebeca rodó los ojos, asintiendo por cada comentario adulatorio que hacía a su persona, sin poner el mínimo de atención, meramente lo básico.
***
Esperaba ansiosa la hora prometida, sus manos temblaban de los nervios. Faltaban apenas unos minutos para que llegará Bianca; en la hora del almuerzo, jamás había esperado con tanta emoción ese momento. Rebeca deseaba que el reloj se adelantara y los minutos corrieran, pero el minutero avanzaba a paso de tortuga. ¿Le gustaría su diseño? Ella lo veía magnífico, una de sus mejores obras. No podía dejar de admirarlo, era bueno, de lo mejor que había hecho en años. El concepto estaba poco visto y el color sería una sorpresa para el espectador. Ningún diseñador podría haber imaginado un vestido de noche semejante, esmeralda con aquellas características, salvo Rebeca.
La campana de la puerta sonó, Amanda no movió ni un dedo desde que abrió la boutique; se acomodó en uno de los sillones y se la pasó enviando mensajitos en el móvil. Esa rubia necesitaba revisar en el diccionario lo que significaba la palabra compañerismo, para que aprendiera algo del trabajo en equipo. Ya que su “jefa” no parecía cooperar, decidió ir a recibir al cliente. Era una chica rubia de rasgos marcados, labios de silicona, con un busto menos dotado comparado al de Amanda, y un lace top acompañado de unos pantalones negros de pitillo. Al menos, imponía más estilo y clase, de los estereotipos que tenía por costumbre ver, le recordó a las it girls, chicas del momento en las revistas fashion. Está iba buscando un vestido vintage, no cualquiera, sino uno que hacia alusión al de un difunto diseñador. Obvio, esos trajes eran muy caros y la mayoría de diseños vintage catalogados entre antiguos, ya yacían en manos de modelos o actrices famosas. Sin embargo, la chica estaba empeñada en conseguir uno parecido, aun así se tuviera que probar todos los vestidos de la ciudad. Rebeca ya sabía de antemano lo que iba a pasar; cuando se enamoran de un diseño que no pueden conseguir; no hay vestido que las contente y acaban yéndose sin nada. Y eso es exactamente lo que estaba sucediendo; fue sacándole la colección vintage que disponían, se probaba un vestido, torcía el gesto, elegía otro y así durante un buen rato. Rebeca estaba sufriendo, su jefa acababa de aparecer, y no era de esperarse, la cliente estaba acaparando la hora del descanso. Intento decirle que volviera más tarde, pero la rubiales estaba tan absorta en satisfacer su capricho que las palabras de Rebeca se perdían en su muro de ignorancia. Esto la estaba sacando de los nervios. Si hubiera sido por ella, ya le hubiera dejado claro unas cuantas cosas, pero como Bianca, decía: el cliente siempre tiene la razón. Por lo que tendría que dársela, aunque fuera un abuso de autoridad misma.
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Mi nombre es Jericho
Short StoryRebeca es una aspirante a diseñadora que trabaja en una boutique. Ella ve sus sueños entorpecidos por Amanda, una compañera de trabajo que siempre se lleva el merito de sus creaciones. Hasta que un día Rebeca acepta a un niño en su casa quien se tra...