Septiembre de 2006.
-¡Mamá, mamá! -los gritos de Nicholas Brown retumbaron en el lago Big Bear esa mañana de principios de otoño.
Nicholas, un niño de diez años, extremadamente delgado y demasiado alto para los años que tenía, corría a toda prisa en medio del bosque, mientras dejaba escapar su aliento en cada zancada.
La pequeña cabaña que su familia había alquilado para pasar el fin de semana, con la intención de pescar y cazar liebres o algún que otro venado, parecía no aparecer nunca ante sus ojos.
Cuando por fin la divisó, tampoco aminoró la marcha.
Samantha, su hermana mayor, le salió al encuentro.
Por Dios, Nick! ¡Vas a alarmar a todo el mundo! -le gritó y frunció el ceño.
Antes de subir los escalones de madera, Nicholas se detuvo en seco para poder recuperar el aire.
-¿Dónde está mamá? -Nicholas hizo caso omiso a las quejas de su hermana y se escabulló en la cabaña antes de que ella lograra sujetarlo por el brazo. Corrió hacia la cocina y se abalanzó sobre el regazo de su madre.
-¡Nicholas, cariño! ¿Qué sucede? ¡Tu padre y yo pensábamos que estabas peleando con tu hermana!
Katherine Brown acomodó los mechones rojizos de su hijo más pequeño detrás de sus orejas, y le apoyó una mano en el pecho.
Tú corazón está realmente acelerado! -dijo, y comenzó a preocuparse, sin duda, no se trataba de ninguna de las rabietas que él y Samantha estaban acostumbrados a tener.
-¿Qué sucede,Nick? -Preguntó su padre mientras probaba un pedazo de pastel-. Creía que ibas a poner algunos señuelos esta mañana, estoy ansioso por ir a cazar.
Nicholas respiró hondo y lanzó sendas miradas a sus padres.
-¡Mamá, papá! -Estiró el brazo y señaló hacia fuera-. ¡Hay una joven allí, creo que está muerta!
Christopher Brown se levantó de un salto, y la silla terminó estrellándose contra el suelo.
-Nick, ¿qué dices?
-¡La he visto, papá! -aseguró y abrió sus ojos azules como platos. Katherine lo sujetó de los hombros y lo obligó a mirarla.
-¿Dónde?
-En el bosque, junto al tronco caído -explicó.
Katherine y su esposo se miraron un instante, ambos eran conscientes de que Nicholas tenía una imaginación bastante activa, pero también sabían que su hijo jamás inventaría semejante historia, solo con la intención de jugar con ellos.
-Será mejor que vayamos a echar un vistazo. -Christopher se puso su viejo sombrero de fieltro y, tras de pedirle a su esposa que se quedase con Samantha en la cabaña, tomo la escopeta que colgaba de la pared y salió en compañía de su hijo.
Padre e hijo caminaban rápido por el sendero donde, segundos antes, Nicholas había aparecido corriendo desesperado. Iban impulsados, sobre todo, por la ansiedad de descubrir lo que les estaría esperando en medio de aquel bosque.
-Ya falta poco -murmuró Christopher y se abrió camino a través de unos matorrales-. ¿Estás seguro de que era por aquí?
-Sí, papá. -Nicholas se puso la mano sobre la frente porque los rayos de sol le estaban dificultando la visión-. Estaba allí, junto al árbol caído.
Cuando por fin el árbol al que Nicholas se refería apareció ante sus ojos, Christopher Brown se sintió embargado por una sensación inquietante. ¿Y si la muchacha que Nicholas había visto estaba muerta? No quería ni siquiera pensar en esa posibilidad. Lanzo un vistazo a su hijo y, con ambas manos, apretó la escopeta contra su pecho. Se cercioró de que estuviera cargada y lista para ser usada, en caso de ser necesitarlo. Cualquier cosa podía suceder en un lugar apartado como aquel.