Capítulo 2: Monedas de oro.

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M A R I N E T T E   I S


Marinette en su esfera soñadora lanzaba de vez en cuando suspiros enamorada mirando por la ventana. Sus ojos observaban el recorrido de las gotas de lluvia descender por el vidrio. Casi podía ver en aquellas minúsculas proporciones de agua el reflejo de ella y aquél extraño caballero bailando la más romántica de las danzas. Jamás podría olvidar esa noche tan mágica y sin igual.

Desde otro punto de la misma sala, sus tíos le miraban preocupados. Mas que obvio era para ellos que su querida sobrina se había enamorado. No había problema con ello, encantados buscarían al afortunado para que ella fuese felíz. El problema suponía ser que ellos cargaban una gran deuda encima y habían surgido problemas de los que no les apetecía hablar, entonces aquél que quisiera desposarse con ella solo acarrearía problemas con el emperador de Francia.

Su tío, preocupado aún más por haber aceptado algo sin el consentimiento de su esposa, llamó la atención de su mujer y señaló con la cabeza su despacho.— Tengo algo que decirte.

La tía de Marie caminó delante de el hasta que quedaron solos en el lugar y él se encargó de cerrar la puerta bajo llave.

—¿Qué sucede, Louis? ¿Qué es lo que tienes que decirme? Recientemente te noto preocupado.

Louis pasó una mano nerviosa por su cabello mirando el techo. — Creo que cometí un error.

—¿De qué hablas? Sé claro, Monsieur.

El hombre agachó su cabeza rendido. —Hice un trato con uno de los generales del ejército. 

Madame Gartier llevó la mano a su pecho, plenamente consciente de que aquello no significaba otra cosa que más problemas. Tratar con esa gente era hacer pactos con el mismísimo diablo. —Pe-pero ¿Cómo? ¿Por qué?

A Sr. Gautier y a su mujer les pareció ridícula la pregunta. Ambos sabían lo complicados que estaban por una vil estafa. Sin embargo, ambos necesitaban recordarse que todo lo que hacían lo hacían buscando una salida que no los llevara a la ruina o al menos para no llegar a pedir limosna.

—Ya lo sabes, mujer. Las deudas, la presión ¡Nos amenazan todos los días! No podía quedarme de brazos cruzados recibiendo señales de lo que les podría pasar a ti y a mi sobrina. —Dijo gritando en susurros con miedo a ser escuchados por la joven en la sala de estar.

—Lo sé cariño, lo sé. ¿Pero qué habéis hecho? ¿Qué trato hiciste? —Preguntó esperando lo mejor pero preparada para lo peor. Y lo peor solo sería...

—Marie será dada en matrimonio al hijo mayor del general. — Habló con pesar. Pues si bien la niña no era su hija la quería como a una. Y el hacer tratos con ella en medio como si fuera monedas de oro le hacía sentir horrible, una persona despreciable.

—Pero querido...ella parece haber conocido a alguien anoche. Quizá su enamorado pueda sacarnos de este embrollo o al menos ser de ayuda. —Intentó animarle a su esposo.

Mas el hombre se echó sobre su silla frotando su frente adolorida.— No lo creo, cariño. No hay nadie que tenga más poder que ése hombre, solo el emperador podría librarnos de esto. Y son sus siervos los que nos hacen esto, no pienses que nos librará de esto.

·°·°·°·°·°·°·°·

Una joven de la servidumbre se direccionó a la puerta al escuchar el sonido de una carreta girando en la hermosa fuente frente a la casona. En cuanto abrió se encontró con un joven siendo escoltado por unos soldados uniformados.

1800 EL IMPERIO DE NUESTRO AMOR ||ADRINETTE||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora