Al ingresar, una nube de incienso me golpeó el rostro y debí reacomodar mi visión, ya que allí la luz era mucho más tenue que en la pista principal, donde las estrellas de Nix emitían sus destellos. El espacio central, repleto de alfombras, mantas y cojines, estaba rodeado por gruesas cortinas que funcionaban como divisores para áreas más íntimas. Un numeroso círculo de personas ocupaba el centro del salón. Apolo se encontraba allí, recostado sobre una silla otomana, sosteniendo una copa de vino con una de sus manos. Llevaba una camisa blanca con los botones superiores abiertos y se encontraba descalzo. Un grupo de ninfas a su alrededor le acariciaban el pelo y los músculos del pecho, mientras una sonrisa de autosuficiencia le atravesaba el rostro.
"Parece tan creído como todos dicen", pensé para mis adentros.
Me acerqué al círculo lentamente, viendo cómo algunos de los semidioses y ninfas allí sentados se daban vuelta para observarme. Pude reconocer entre ellos a Pan, eterno compañero de las ninfas, quien descansaba sobre una de ellas sus peludas piernas de fauno, y a Eris, a quien me sorprendió ver allí, debido a que era una diosa de categoría bastante más alta que los demás presentes, a excepción de Apolo.
En ese momento, el anfitrión de la exclusiva reunión se giró para verme, extendiendo más aún su sonrisa petulante.
- Eros, ¡querido! Veo que recibiste finalmente mi invitación - se incorporó lentamente de su butaca y se acercó a estrechar mi mano-. No quería perderme de tener a aquél del cual todos en el Olimpo están hablando en mi humilde festejo - señaló a las ninfas semidesnudas y a los semidioses recostados sobre la alfombra con un amplio gesto.
Asentí con la cabeza, ya que no estaba seguro de qué contestar a aquello. De haber abierto la boca, tal vez le habría soltado que no hacía falta que me explicara que su interés en conocerme nacía de mi recientemente adquirida fama, ya que nunca antes en todos estos siglos había intentado establecer contacto conmigo a pesar de ser mi tío. Nunca había entendido cómo podía llevarme tan bien con mi tía Artemisa y apenas haber visto una que otra vez a su hermano gemelo, Apolo.
Este me dirigió una mirada intrigada, probablemente sorprendido por mi falta de respuesta, pero pareció desestimar el asunto con una encogida de hombros. En ese momento Eris se incorporó, y se acercó a mí con un andar sinuoso para besar mi mejilla.
- Bienvenido, Eros. Te hemos estado esperando - me susurró al oído, y pude sentir cómo mi oreja ardía bajo su cálido aliento - Tus historias han proporcionado una novedad en este lugar por lo general tan aburrido.
Soltó una risa disimulada con una exhalación, y sentí un cosquilleo en las palmas de mis manos. Podía sentir sus suaves dedos apoyados sobre mi antebrazo, y su cabello rozando mi cuello. Intuía que su repentina proximidad no podía implicar nada bueno, ya que Eris era bien conocida por ser experta en comenzar todo tipo de discordias y conflictos, como la vez en que provocó una guerra de proporciones épicas, todo debido a una manzana. Aún así, tener su embriagador aroma tan cerca me impedía pensar con claridad.
- Ya deja al chico en paz, Eris, e invítale una copa - masculló Pan, visiblemente alcoholizado -. ¿Quieres una? - tomó una copa de la bandeja que yacía a su lado y la acercó hacia mí, aún sin levantarse del piso.
Miré la copa, dudando.
- La verdad es que ya he tomado más de lo que debía - respondí, pensando si sería considerado de mala educación rechazar la invitación. Estaba seguro de que no eran muchos los dioses que asistían a las celebraciones organizadas por Apolo y no consumían todo lo que allí se les ofrecía.
La risa socarrona de Pan llenó el lugar por un momento.
- Vamos, falso Cupido - escuchar ese apodo me llenó de momentánea rabia -. Nadie ha bebido realmente el elixir dionisíaco si no ha probado su mejor versión, añejada en las exclusivas bodegas de Apolo.
Eris tomó la copa que Pan me ofrecía y la apoyó en mi mano. Revoleando los ojos, dijo:
- Por más que odie admitirlo, el fauno tiene razón. Además, si tus planes salen tal como lo has previsto, esta será una de tus última noches en el Olimpo, ¿no es cierto? - me dirigió una sonrisa mientras guiñaba un ojo -. Deberías aprovecharla, galán.
Algo en su sonrisa logró convencerme incluso antes de que formulara sus siguientes palabras. Tomé la copa y, sonriéndole a Eris, tomé un largo trago.
Después de eso, la música comenzó a sonar cada vez más fuerte, el aroma del incienso se hizo más intenso, y mi piel recibió cada toque como si fuera una descarga eléctrica.
Recuerdo haber reído con las bromas de Pan y haberme estremecido cuando alguna ninfa corría sus dedos por mi cabello o alguna tela rozaba mi piel. También recuerdo la forma en que Apolo se aseguraba de que el flujo de comida y bebida nunca disminuyera, y de que siempre tuviera ninfas a mi alrededor que me acariciaran y susurraran halagos en mis oídos. Mis sentidos ocupaban todo el espacio de mi cabeza. No había lugar para otro pensamiento que no fuera el puro placer.
En un momento, Eris me ayudó a levantarme y me llevó de la mano detrás de una de las tantas cortinas que nos rodeaban. ¿A dónde estábamos yendo? No entendía por qué nos alejábamos del resto, o por qué de pronto sentía mi estómago revuelto de náuseas y me embargaban las ganas de marcharme de allí cuanto antes.
Lo último que recuerdo fueron sus manos desabrochando mi camisa y el roce de sus labios en mi cuello, mientras yo me sumía en la inconsciencia.
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El hermano de Cupido
RomanceAnteros es un joven dios al que le gusta relacionarse con mujeres hermosas bajo la forma de elementos naturales. En una de sus exploraciones conoce a Chiara, una muchacha sensible de la cual se enamora, lo cual lo obligará a atravesar una serie de p...