La celebración

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Levanté mi rostro para admirar el techo abovedado lleno de pequeñas luces resplandecientes. Estaba seguro de que esto era obra de Nix, diosa de la noche. Realmente se había esmerado en simular un cielo nocturno lleno de estrellas. Órdenes directas de Zeus, probablemente. Euterpe, la musa de la música, se encontraba luciendo su habitual corona de flores en la cabina del DJ y poniendo música que, para mi sorpresa, parecía estar bastante actualizada cpn respecto a lo que se escuchaba en esos días en el reino mortal. Me pregunté si ahora era esto lo que se escuchaba en el Olimpo, o si habían elegido las canciones pensando en lo que a mí me gustaría. Claro que ninguno de los invitados parecía estar pasándola mal por la música. Eché una mirada a mi alrededor, y vi a Heracles, también conocido como Hércules, bailando como si no hubiera un mañana. Resultaba casi cómico ver a ese gran fortachón moviéndose aparatosamente al ritmo de la canción. Al lado de la cabina, Terpsícore, musa de la danza, bailaba subida a una tarima. Iba vestida con un leotardo metalizado y agitaba cintas de colores con cada movimiento de brazos.

Me parecía innecesario el hecho de que Zeus hubiera brindado una fiesta en mi honor, únicamente por haber superado la primera prueba que los dioses olímpicos me habían impuesto. Cuando había escuchado las palabras salir de la boca de Zeus, me había quedado atónito. Me había costado unos minutos darme cuenta de lo que eso significaba: todo lo que había visto y que tanto sufrimiento me había causado no había ocurrido realmente. Chiara probablemente seguía en casa de sus padres, sin haber envejecido ni un solo día durante todo ese tiempo. Todo había sido una ilusión para, según lo que había explicado mi abuelo, poner a prueba mi amor por ella. Aparentemente, el hecho de que me preocupara más su propia felicidad y bienestar que por el hecho de que estuviera o no conmigo, les demostró que mi cariño por la humana superaba a mi orgullo divino. Recordé que cuando Zeus había terminado de explicar todo esto, el salón entero prorrumpió en aplausos dirigidos a mí. De pronto, todo el mundo parecía felicitarme por mi hazaña.

Claro que me daba cuenta de que muchos de los agasajos que estaba recibiendo esa noche eran producto de la hipocresía propia de los habitantes del Olimpo: la mayoría de ellos no habían siquiera reparado en mí en el pasado, y la única explicación de que ahora fuera bienvenido era el hecho de que Zeus parecía haberme dado el visto bueno. Y lo que Zeus hacía, todos copiaban para congraciarse con él. Aún así, se sentía bastante bien ser considerado por todos aquellos que durante tantos años sólo habían tenido ojos para mi hermano. La mayoría se sorprendía al enterarse de que era hijo de Afrodita y hermano de Eros, ya que ninguno de los dos solía mencionar la existencia de otros integrantes en su familia. Eros era el hijo pródigo, y los demás, meras decepciones para nuestra madre.

Pero ahora me encontraba rodeado de dioses que me halagaban, ninfas que se ocupaban de llenar mi copa cada vez que ésta estaba vacía, y había logrado reencontrarme con los pocos habitantes del lugar con los que siempre me había sentido cómodo. Momo se encontraba en esos momentos encabezando un tren de inmortales que se movía al ritmo de la música, algo muy propio de él; Hebe se había tomado un merecido descanso de sus obligaciones y bailaba a mi lado dedicándome resplandecientes sonrisas cada tanto; Hermes e Iris, mensajeros del Olimpo, a quienes no había visto durante muchos años, simulaban con su mano un micfrófono y cantaban a coro cada una de las canciones que la DJ tocaba. Me había olvidado de lo divertidos que eran ambos. En mi infancia, ambos habían sido mis compañeros durante las épocas en que mi madre estaba ocupada con Eros, y siempre se preocupaban por contarme todas las noticias y los chismes del Olimpo para distraerme durante un rato. No habían cambiado en nada. Ambos se habían alegrado mucho de verme y de a ratos se tomaban el trabajo de ponerme al corriente con respecto a las nuevas parejas y los integrantes novatos del Olimpo. Iris aún lucía su cabello multicolor que tanto la caracterizaba, y Hermes parecía haber nacido con las sandalias aladas ya puestas, ya que nunca le había visto sin ellas.

- ¡Amigo, eres una verdadera celebridad en el Monte ahora!- había exclamado Hermes hacía un rato, visiblemente animado.

- Es verdad, incluso me arriesgaría a decir que estás amenazando la posición de Eros como el dios más codiciado en tu familia- añadió Iris, levantando las cejas al ver que la ninfa que rellenaba nuestras copas me ofrecía una sonrisa seductora y me guiñaba un ojo.

- Hablando de mi hermano, ¿saben qué es de su vida?- pregunté a mi pesar, ya que no quería que se enterara de que había andado preguntando por él. Eso sólo le subiría el ego, y era lo último que quería. Pero confiaba en que Iris y Hermes no le irían con el chisme justamente a mi enemigo jurado.

- Lo último que supe es que él y Psique habían tenido otra más de sus peleas - Iris revoleó los ojos-. No me sorprendería enterarme de que está haciendo de las suyas con cuanto ser se le cruce por el frente.

Respondí con una mueca.

- Pero ¿qué hacemos hablando de tu hermano?- me reprochó Hermes, realizando un gesto de incredulidad con las manos-. ¡Esta es tu noche, Anteros! Y todos aquí sabemos que, después de tantos años alejado, mereces divertirte una noche. Es más- el rostro de Hermes se iluminó de repente-, creo que sé exactamente lo que necesitas.

Hermes se acercó a la barra de tragos y volvió a los pocos minutos sosteniendo tres copas con dificultad. Entregó una a Iris, una a mí, y el se quedó con otra.

- Esto amerita un brindis del famoso vino de Dioniso en honor a nuestro amigo.

Hermes nos invitó a juntar nuestras copas al medio, y luego terminó su copa de un solo trago. Yo hice lo mismo que él, y empecé a sentir un cosquilleo correr por mi cuerpo apenas separé la copa de mis labios. Hebe se acercó y me previno:

- Despacio con eso, tigre. Hace mucho tiempo que no consumes vino dionisíaco como para intentar seguirle el ritmo a Hermes.

Le sonreí, dándole la razón, pero sin poder evitar el subidón de energía que el líquido había operado sobre mí.

En ese momento, una de las ninfas que cargaba con las jarras de vino se acercó a mí y me entregó un papel doblado a la mitad. Cuando lo abrí, vi escrito en una elegante caligrafía "El dios Apolo le extiende a usted una invitación al área privada de la fiesta". Les mostré el mensaje a Iris y Hermes, quienes parecieron muy sorprendidos, y me dijeron que vaya cuanto antes, que no deje pasar la oportunidad de visitar uno de los lugares más exclusivos en el Olimpo. Luego debería contarles con detalle cómo era, ya que ellos nunca habían sido invitados.

Hebe, en cambio, me dirigió una mirada vacilante; pero aún así me dijo:

- Deberías ir. Después de todo, no me sorprende que quiera al invitado de honor en su fiesta privada, pero ten cuidado. Apolo no es de confiar.

Decidí seguir sus consejos, y me dirigí hacia las gruesas cortinas que marcaban el ingreso al área privada de la fiesta.




El hermano de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora