Lizzie

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Un año después de lo sucedido con Lena, cuando me encontraba en Australia recorriendo por el simple hecho de aprender acerca de culturas en distintos países, me topé con una enorme granja perdida en el medio del campo. Me acerqué al pozo de agua, ya que necesitaba humedad para cambiar mi forma de aire a líquido y seguir así mi curso por el río, cuando algo me hizo detenerme antes de llegar a zambullirme.

Era increíblemente hermosa, de una manera inocente e infantil. Sus rulos color zanahoria sujetados en una cola alta combinaban con su rostro lleno de pecas naranjas y sus ojos que me recordaban al chocolate derretido. Verla me hizo perder el hilo de mis pensamientos. Lucía una sonrisa de oreja a oreja, sus dientes eran blancos y perfectos, y usaba un vestido suelto y floreado que le llegaba a las rodillas. A su lado venía caminando un cachorro beagle, que se detenía de vez en cuando a oler a su alrededor. De pronto deseé ser el perro que acompañaba a esa muchacha, pero luego me dije a mí mismo: "¡Puedo ser algo mejor que eso! Podría intentar adentrarme en ella, si es que quiere". En mi forma aire, fui hacia donde ella estaba y le rocé las mejillas primero, para ver si era de su agrado. Fue algo hermoso de ver. Sus pómulos se encendieron de tal forma que lo que antes era una superficie moteada, se transformó en un colorado liso y homogéneo. Se detuvo bruscamente en el lugar, y noté cómo sus pupilas de dilataban como si hubiera comenzado a observar algo fuera del alcance visual de cualquier ser humano. Rocé sus mejillas nuevamente, haciendo que estas alcanzaran un tono carmín más intenso aún, si es que eso era posible. Parecía disfrutarlo, por lo que decidí comenzar lentamente a adentrarme en su boca entreabierta, rozando primero sus finos labios. Noté que estaban escasamente hidratados, resecos, por lo que rápidamente me convertí en agua y me arrojé por su garganta. Recorrerla por dentro era una experiencia increíble y completamente satisfactoria. Sentí un gemido de alivio escapar de la boca de Lizzie, y me detuve un momento donde estaba para explorar la sensación a fondo. Al ver que estaba hidratada, regresé a la superficie y, de nuevo en mi forma de aire, le acaricié suavemente el cuello y luego los rizos de la coronilla. La expresión de desconcierto que puso en ese momento era incomparable. Lentamente comenzó a caminar hacia la casa y yo la acompañé, hasta que escuché la voz de una señora que gritaba su nombre. Lizzie se dio vuelta como si la hubiesen visto haciendo algo que no debía, y comenzó a correr hacia la habitación de donde provenía la voz. La seguí hasta la puerta y observé cómo, antes de entrar a la casa, dirigía una rápida mirada llena de añoranza hacia afuera. 

Estuve horas espiándola mientras realizaba sus quehaceres domésticos. Al principio lo hacía con interés y agrado, pero al notar lo inmadura que era la muchacha, comencé a irritarme. Se reía como un niño cada vez que su madre contaba el mismo chiste una y otra vez, a lo que le agregaba una especie de ronquido al final de cada risa. Le daba disimuladamente los vegetales de su plato al cachorro, el cual se acostaba con ella en la misma cama a la hora de dormir. Apenas se iba la persona que estaba realizando los quehaceres con ella, soltaba todos los elementos y se tiraba en el piso o intentaba tirarle piedras a las palomas que se asomaban a la ventana. 

Al día siguiente, pude ver como Lizzie salía de la casa para darle de comer a las gallinas, pero en vez de hacer eso, se dirigía hacia el mismo sitio donde el día anterior habíamos tenido contacto. Mientras caminaba, echaba miradas nerviosas hacia la casa. Lo que vi a partir de ese momento me hizo imaginarme dejando caer mi mandíbula y abriendo extraordinariamente los ojos. Lizzie se arrodilló sobre el pasto, extendiendo los brazos al aire y abriendo su boca. Su rostro parecía suplicar un contacto divino, pero yo, alarmado por el carácter inestable que ya había observado en Lena, no me atreví a acercarme. La muchacha pelirroja mantuvo su posición durante la mayor parte del día. Recién después de que el campo estuviera iluminado sólo por la luz lunar, Lizzie se dejó caer al suelo y comenzó a llorar.

Al comienzo eran sólo lágrimas que mojaban el pasto, pero poco a poco esas lágrimas se fueron convirtiendo en sollozos, y esos sollozos, en estridentes gritos parecidos al de un bebé al que no han alimentado en varios días. Observé cómo los que suponía ser los dos hermanos mayores de Lizzie abandonaban la casa y corrían hacia el origen de ese llanto desgarrador. Ambos quedaron perplejos al ver a su hermana en semejante estado. Parecieron dudar por un par de segundos acerca de qué hacer exactamente con ella, pero al ver que después de algunas preguntas y llamados no parecía aminorar su llanto, la sostuvieron de sus brazos y pies y rápidamente la metieron en la casa.

Aterrado de lo que aquella muchacha trastornada podría hacer para encontrarme, abandoné el lugar mezclándome con el agua del río que corría a un costado del terreno.

El hermano de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora