Waterloo estaba testaruda ese día; pero Napoleón era paciente. El clima no era ideal, pero tenía plena confianza en la estrategia tomada. Hacía pocos minutos que terminó la reunión con los demás comandantes en su oficina, y la victoria ya estaba en marcha.
Ya sólo, se levantó de su escritorio y avanzó hasta el ventanal en el otro extremo de la habitación. Vió hombres de armas alistándose. Como pocos, sabía que de aquellos artífices de la muerte dependía el futuro de su pueblo.
Los políticos le desagradan. Su lugar siempre fue en las barracas, no en un escritorio repleto de papeles. Desvió la mirada al improvisado mapa sobre su escritorio. Los trebejos estaban dispuestos y decenas de líneas rojas y azules expresaban cada posibilidad, todas meditadas minuciosamente.
Oyó ruidos fuera. Regresó a su escritorio y retomó su trabajo. Si había problemas no debían verlo alterado. Después de todo, la actitud de un general vale más que mil arengas.
Dos hombres inusuales ingresaron en la tienda. Eran bastantes altos, y vestían completamente de blanco. Napoleón observó con desaprobación el mal estado de sus vestimentas.––¿Puedo saber qué se les ofrece?
El hombre de la izquierda habló despacio, caminando lentamente hacia él.
––Voy a pedirle que no se altere, señor. No oponga resistencia.
Habían hablado, para su sorpresa, en español. Aún más sorpresa le causó el entenderlos a la perfección. Sabía, naturalmente, algunas palabras, pero no tanto. De cualquier manera, ¿que hacían españoles ahí? Cruzó por su mente un intento de secuestro o asesinato. Tomó, con toda la sutileza de la que fue capaz, la daga que tenía guardada en el cajón del escritorio.
––¿Puedo preguntarles, caballeros, qué se les ofrece?
Ambos se habían acercado hasta ubicarse a metro y medio suyo.
––Le voy a pedir que me acompañe, Lainez. Pacíficamente.
¿Lainez? Desconocía el significado, pero le constaba lo ingeniosos que podían ser los enemigos para crear epítetos degradantes. Más tarde tendría que averiguar qué significaba. Ambos hombres dieron unos pasos más. El que había hablado estaba más cerca, algo agazapado y con un brazo estirado hacia él. El otro mantenía un brazo detrás de la espalda. Su arma no podía ser más que una daga.
––En tal caso ––dijo el emperador––, déjeme tomar mí tricornio. Por más complicada que sea la situación, un hombre, y más uno marcial como yo, no debe perder la decencia. Estoy seguro que coincidirán conmigo.
Volvió su cuerpo un poco a la izquierda, lo suficiente para tomar el tricornio en el otro extremo del escritorio y ocultar la daga en su espalda. Se colocó el sombrero y volvió a observar a aquellos hombres de vestimentas tan curiosas. Con ambas manos en las espaldas y su reconocida sangre fría, marchó hacia sus captores.
––Hace bien, Lainez, en no resistirse...
Cuando estaba lo suficientemente cerca, Napoleón sacó la daga de su espalda y abrió un largo tajo en el antebrazo del hombre. Antes de que pudiese reaccionar, ya estaba atacando de nuevo. Llegó a penetrar la daga unos centímetros en las costillas. No alcanzó a sacar la daga del cuerpo cuando el otro atacante le asestó un fuerte puñetazo en el rostro. Se tiró con todo su peso sobre él, y lo retuvo contra el suelo. Sacó finalmente el brazo que ocultaba en su espalda, revelando una jeringa. Inyectó algo en el cuello de Napoleón Bonaparte, emperador de Francia, y pidió a gritos refuerzos. Más hombres vestidos de blanco ingresaron. Algunos atendieron al que había apuñalado, y otro le empezaron a atar las manos con cuerdas.
La inyección comenzó a hacer efecto. Su cuerpo se debilitaba, y comenzó a alucinar. Vió como lo llevaban a rastras por unos pasillos largos, vió pantallas de televisión y una mujer dando instrucciones. Oyó una apacible música proveniente de unos parlantes, aunque no pudo ubicarlos. Lo arrojaron en una habitación completamente blanca. Notó bajo su cuerpo, antes de caer dormido, un suelo acolchado.
Napoleón perdió en Waterloo.
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Compendio del entendimiento humano
Short StoryCarlos Xll de Suecia dijo, al escuchar los cañonazos en su primera campaña militar, "esta será desde ahora mí música". Desde que tengo uso de razón mí música es el debacle humano. He interrogado el mundo en busca de respuestas. Ignoro si lo que hall...