Alianzas:
Marco x Karmi ❌
Marco x Hiro ✔️
Marco x Miguel ❌
Karmi x Miguel ✔️
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Unos minutitos después de que Miguel se fuera del laboratorio, Hiro apareció. Entró por una ventana y usó guantes de goma para abrirla; además de eso, tenía bolsas de plástico en su calzado y gafas oscuras que hacían juego con una peluca rubia y larga.
Marco entró por la puerta principal, después de haberse asegurado de que su primo no estuviera cerca. Le dio una seña al asiático mostrándole un pulgar arriba y este se quitó los recubrimientos extraños.
—Entiendo lo de las gafas —le dijo Hiro cuando ya se sentía a salvo—, y lo de plástico debe de ser para no dejar huellas pero... ¿Por qué me dijiste que mojara mi ropa en vinagre?
—Mi primo ya sabe cómo hueles. Si no te ve, buscará tus huellas; si no las encuentra, tratara de esperarte en cada camino hacia el laboratorio; y si todo eso falla, usará su olfato para encontrarte.
—Los humanos no pueden olfatear de esa forma. Es científicamente imposible.
—Está cachondo we. Cuando mi primo se pone así, las leyes científicas no aplican. Quiere encontrarte, y si lo hace...
—¿Si lo hace qué? —preguntó tragando en seco.
—Va a ser como echar gasolina al fuego; como tirar carne a los perros callejeros. Te va a toquetear como nunca te ha tocado nadie y en lugares de tu cuerpo que no sabías que existían. Tienes demasiada suerte...
—¿Suerte? ¿¡Cómo puedes llamar a eso suerte!?
—A mí me gustaría que mi primo me hiciera eso. Nomás de contártelo el Minimarco ya se despertó.
Hiro le observó la entrepierna. Efectivamente, el Minimarco estaba despierto, pero eso no le molestó a al asiático; de hecho, por alguna extraña razón, se le quedó viendo unos momentos.
Karmi salió del baño azotando la puerta, tenía unos minutos antes de volver. Caminó hacia los muchachos y le dedico una mueca fea a Marco.
—Voy a barrer afuerita —dijo el mexicano antes de salir huyendo como un pequeño ratón.
—Hola Karmi —saludó Hiro.
—Hola papacito —contestó el saludo la mujer—. ¿No quieres que te prepare un tecito?
—Sí, claro. Estaría bien.
Karmi sonrió con la dulzura de la miel y se dirigió a la cocina. Engañar a los dos muchachos sería demasiado sencillo, aunque a Hiro no le gustará Miguel, una vez que le preparara una bebida "especial", el genio sería muy fácil de manipular.
Tomó una bolsa de azúcar, y la acarició pensando en las dos pieles jóvenes que pronto se deslizarían entre sus dedos. Ya había manoseado a Hiro cuando estaba distraído con su trabajo; pero en el momento íntimo que se acercaba, los cariños iban a ser más profundos. No solo tocaría esa piel con sus manos, lo haría con su lengua. Saborearía esa piel delicada y suave como si comiera una cereza y después lo marcaría con sus dientes. Su boca probaría sabores que nadie más conoce. Sabía que ese chico no había tenido intimidad nunca y la idea de estrenarlo le llenaba su estómago de mariposas... No, no eran mariposas: el tiempo de regresar al baño se acercaba. Se apresuró a hacer la bebida y se la dejó a un lado antes de tener que volver a encerrarse.
Salió del baño esperando encontrar la taza vacía, pero Hiro ni siquiera había probado el té. Estaba demasiado ocupado trabajando. Karmi sabía que Hiro era muy obsesivo, así que decidió esperar pacientemente.
Y pasó una hora; dos horas. Pasó la hora de comida y no comió. No paraba de trabajar, ni siquiera para tomar agua. Y Karmi salía y entraba del baño cientos de veces, y se decepcionaba en todas ellas, Hiro nunca tocó la bebida.
Al caer la noche, el genio resopló frustrado y se recargó sobre su silla. Sus ojos enfocaron al techo, como si este pudiera responderle porque era un fracasado que no podía hacer sus cálculos bien. Estaba molesto, muy molesto. Se paró de su silla y miró la taza; la tomó, olfateo un poco, y después fue a tirar su contenido en el lavabo de la cocina. Se marchó sin siquiera despedirse, maldiciendo al aire su mala suerte.
Los ojos de Karmi evocaban la irá del infierno, Hiro sería más difícil de empastillar que Miguel. Entró al baño hecha una fiera.
—Se acabó la Karmi buena —se dijo viéndose al espejo—. Si Hiro no se toma lo que le doy, se lo voy a tener que meter por otro lado.
Cuando terminó, notó algo que la enfureció más.
—¡Pinche Juancho puto! —gritó furiosa —. Ahora sí valiste verga.
El mexicano no había entrado a hacer el aseo porque le tenía miedo a ella, y no había recargado el dispensador de papel higiénico del baño.
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Toloache para el chino (Higuel)
HumorQuizá a México le faltan huev... para conquistar China pero esos a Miguel le sobran. Acompaña a nuestro héroe a afrontar una aventura llena de triángulos amorosos, escenas subiditas de tono, amores prohibidos y grandes peligros todo para conseguir e...