Capítulo IV

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Amaneció otro día, el sol acariciaba mi blanquecina y pecosa piel consiguiendo así despertarme, me alce a la vez que estire mis brazos mi largo cabello rojizo amaneció como si fuera un pequeño león, mire por la ventana el paisaje de la ciudad mientras volví a recordarle, volvió a pasarse por mi mente, tape mi cara con mis manos, e hice una mueca acabada con una sonrisa, me sentía estúpida.

Hoy era fin de semana, eso quería decir que nos íbamos a la caseta, por fin a la montaña repleta de naturaleza, donde podíamos ser nosotros sin reparo alguno, eso me alegraba.

Escogí todo guardando lo necesario en una gran bolsa de viaje, me vestí con unos leggings negros y una blusa blanquecina donde tenía toques elegantes al final de esta, donde también se podía apreciar mi clavícula y mi hombro por uno de los lados, acompañe todo el "outfit" con un pañuelo negro a lunares blancos en el pelo a modo de coleta alta, esta vez, como íbamos a la montaña no me puse gota de maquillaje, dejé mi pecosa piel al natural, mientras me puse las deportivas note que alguien tocaba a la puerta.

¿Preparada? — entro mi hermana muy contenta con su melena rubia al aire tan alegre como siempre, asentí y bajemos abajo—

Era algo largo el viaje, ya que estaba fuera de la ciudad, pasemos varios kilómetros jugando a juegos, hablando de cualquier cosa, estuve con la misma pregunta en la cabeza...

—¿Hay otros aquelarres por aquí? — pregunté dudosa mientras mi padre me miró fijamente y luego a la carretera, mi madre se giro mirándome—

— Claro que si, cariño, ¿Porque lo preguntas? —hizo esa pregunta mientras se incorporaba mirando la carretera al igual que mi padre, manteniendo la calma—

—No, por nada — me puse a mirar el paisaje por la ventanilla, sabía que mi padre sabía algo más, siempre suele interponerse en conversaciones y contestarme a cualquier duda, pero esta vez simplemente lo ignoro—

Suspiré un poco, intentando no pensar en el, solo disfrutando del paisaje, después de esa pregunta que hice no puedo hacer que mi madre se entere que ese chico es igual a nosotros o de otro aquelarre, no deja que me junte con otros que no sean conocidos o amigos de ellos...

Por fin llegamos a nuestra caseta de montaña, era de madera oscura, negra más bien, tenía unas escaleras al entrar también del mismo material, la que la hacía tener un encanto particular, al entrar era más de lo mismo, la típica caseta donde tenía su salón con su chimenea a leña, una pequeña cocina al lado y la parte de arriba con sus dichas habitaciones.

Después de dejar las maletas y arreglar todo en la habitación salí corriendo fuera de la caseta, tenía inmensas ganas de correr, agotar mi energía y notar que era una con el paisaje, me fui unos km de la caseta, però antes me cambié y me puse ropa cómoda como para ir a correr.

En un momento note algo que me seguía mientras corría, pero no le di importancia me sabía este bosque como la palma de mi mano, desde muy niña venía aquí y nunca llegué a perderme, pero algo me incomodaba...

Pare en seco al notar como una corriente de aire inmensa concentrada en una dirección y momento, alce la vista al aire y no me podía creer lo que había visto, era una especie de dragón gigante negro sobrevolando este, me caí al mojado suelo aquello, pero volví a recomponer fuerzas mientras caminaba, después de alejarme algo más de la cabaña

De repente volví a notar el escalofrío por mi piel, recorriendo cada centímetro de el.

¿No estás lejos de casa? — su voz gruesa y firme me resultó familiar, cuando me di la vuelta, lo vi, Cayden, estaba aquí, se acerco algo a mi, pero manteniendo las distancias—

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