Capítulo IV

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Capítulo IV

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Capítulo IV

Dos días. Dos días en los que Steve no había sabido nada de Natasha. Ella no había ido a la escuela y él no se atrevía a ir a buscarla a su casa, por temor a acarrearle problemas. Por lo mismo, tampoco había intentado llamar a su casa, pese a que había conseguido su número telefónico con la secretaria de la dirección. Una sonrisa coqueta había bastado para que la mujer cediera y le diera la información personal de la chica. Aquella tarde, solo en la azotea del edificio, fumó más de lo que acostumbraba y es que estaba nervioso, preocupado por ella. Tenía sospechas sobre quién era el que lastimaba a la pelirroja y, de ser como él creía, la había dejado en las manos del lobo.

Al llegar la hora de salida, decidió que al día siguiente iría a buscarla a su casa, sin importar lo que pasara. Necesitaba verla, saber que estaba bien... contrario a su costumbre, estaba realmente preocupado por ella. Sin embargo, no fue necesario. La mañana del tercer día, subió a la azotea como siempre y se encontró a Natasha sentada allí, muy tranquila. Con un brazo en un cabestrillo. El estómago le dio un vuelco y por un segundo, creyó que vomitaría el desayuno. Se acercó corriendo a ella y se arrodilló a su lado, tomándole el rostro entre las manos.

– ¡Dios mío, Nat! ¿Qué te pasó? – los ojos de ella lo miraron tranquilamente y se encogió de hombros suavemente.

– Nada, me caí por la escalera...– Steve frunció el ceño y abrió la boca, incrédulo.

– ¿T-Te caíste? ¡Natasha! ¿Crees que me tragaré eso?

– No me importa si no lo crees... no es tu problema, después de todo...– "Vaya, eso dolió" pensó Steve, apartando sus manos de las mejillas pálidas de la chica.

– Tienes razón...– murmuró, bajando la mirada al suelo. Se dejó caer a su lado, apoyando la espalda contra la pared y alargando una mano para tomar su mano sana y entrelazar sus dedos con los de ella. Natasha no se resistió– No es mi problema. Pero, quiero que lo sea...

Los dos suspiraron al mismo tiempo y ella giró el rostro hacia él, mirándolo con una suave sonrisa. Se inclinó hacia él y apoyó su frente en la suya.

– No hay nada que puedas hacer al respecto, Steve...– él presionó el agarre de sus manos y llevó su mano libre a acariciar su mejilla.

– ¿Es tu padre? – ella asintió despacio y él crispó el ceño. No, realmente no podía hacer nada. Ambos eran menores de edad, ¿qué podía hacer contra un adulto que tenía plena potestad legal sobre su hija? – ¿Por qué no llaman a la policía? ¿A las autoridades?

– Eso sólo sería peor. Mis padres no tienen sus papeles inmigratorios al día y, podrían deportarlos a ambos, ¿y qué haríamos Yelena y yo entonces? Papá se aprovecha de eso, sabe que no podemos denunciarlo– Steve frunció el ceño. Una duda acababa de penetrar en su mente, como una espina.

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