Capítulo VI

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Capítulo VI

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Capítulo VI

En cuanto Steve escuchó la voz de Natasha, se giró de inmediato hacia ella y la encontró hablando con una mujer de mediana edad, con el cabello castaño y unos almendrados ojos marrones, parecidos a los de un ciervo. Era muy hermosa aún, bajita pero espigada. Se parecía a Natasha, en su postura altanera, en la profundidad de su mirada, en la forma en que su cabello se rizaba, pero tenía una mueca de resignación en su rostro que la hacía parecer mayor de lo que realmente era. Seguramente, la vida que habían llevado hasta ese momento había dejado huellas en su piel. Yelena le jaló la manga y lo miró, preocupada, como asustada de verla ahí.

– ¿Es tu mamá? – preguntó él y la niña asintió, haciendo el amago de bajarse de la bicicleta. El muchacho la ayudó a descender y ambos se acercaron a las mujeres.

Yelena iba por delante y formó una sonrisa en su rostro, al llegar junto a su madre. Steve notó que ella estaba fingiendo tranquilidad y que se había armado de entereza antes de enfrentar a su madre. No pudo evitar sentirse mal por ella, al tiempo que la comparaba con su hermana. También Natasha era buena fingiendo calma, fingiendo alegría. Le dolió el pensar que aquellas chicas, tan niñas ya fuera expertas en mentir y más cuando se trataba de sus propios padres. Él, en cambio, se sentía azorado y no sabía bien cómo enfrentarse a la mujer.

Se decidió por imitar a la niña que caminaba delante de él con decisión. Si una niñita de once años era capaz de mantenerse tranquila en medio de una situación estresante, más aún él que era casi un adulto. Se obligó a sí mismo a poner su mejor sonrisa y cruzando brevemente una mirada con Natasha, le extendió la mano a la mujer. Ella lo miró con una ceja en alto, cautelosa, pero la tomó por educación.

– Usted es la señora Romanoff, ¿verdad? Mi nombre es Steven Rogers, soy compañero de clase de Natasha, encantado de conocerla– se presentó, sin borrar aquella brillante sonrisa que tiró los hilos de la sonrisa de la mujer. El descaro del chico y su carisma le habían parecido agradables.

– Melina Romanoff, mucho gusto, Steven– él estrechó suavemente la pequeña mano de la mujer y la soltó luego con cuidado, sosteniendo el manubrio de su bicicleta.

– Espero no haberlas importunado, señora Romanoff. Supe que Nat había tenido un accidente doméstico y le traje los apuntes de clase– comentó, inclinándose para coger su mochila del césped y extenderle varias carpetas a Natasha.

Ella lo miró, tratando de no parecer demasiado sorprendida, ¿cómo se había conseguido los apuntes de sus clases? ¡Ni siquiera tomaban las mismas ni iban al mismo año! Ya luego le preguntaría. Lo que sí quedaba claro es que el muchacho tenía más de un as bajo la manga. Melina parecía más tranquila. Steven era un muchacho encantador, educado y bien parecido que parecía preocuparse sinceramente por su hija. Se había tensado un momento al escucharlo mencionar el "accidente doméstico", pero él lo había dicho con tanta naturalidad, que le dejó en claro que no sospechaba nada. Seguramente Natasha no le había dicho nada, como siempre.

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