Michael finalizó una nueva partida de Fortnite y se dejó caer en la cama. Su espalda dolía, sus ojos estaban irritados porque estaban secos. Sus manos acalambradas y su corazón destruido por la soledad.
Una de las cosas que más odiaba era precisamente lo último, la soledad, y jamás pensó odiarla. Recordaba que cuando iba a la escuela, le encantaba estar solo, disfrutar su almuerzo, estar tranquilo en la biblioteca. También amaba quedarse en su habitación haciendo cualquier cosa menos participar en reuniones familiares.
Ahora sentía que cada día que despertaba, sano y libre de aquel virus, era porque cuando todo acabara, debía unirse a su familia, juntarse con sus amigos, asfixiarse de la presencia del otro y valorar cada instante lejos de casa.
Y luego venía lo peor.
Estaba lejos de la persona que más amaba en aquel mundo, Luke, su novio. Desde que empezaron las medidas de protección, el aislamiento social voluntario y las cuarentenas, él debió recluirse en su hogar, con sus padres. A pesar que tuviera 25 años, lamentablemente pertenecía a un grupo de riesgo, debía cumplir más que nadie las medidas de protección para evitar una desgracia, porque a pesar que nadie estaba libre de las consecuencias del mortal bicho, Luke debía estar libre de él, a toda costa.
Hablaban todos los días, al despertar, luego de almorzar y antes de dormir. En los otros horarios, Luke prefería realizar sus ejercicios de respiración, algo obligatorio debido a que solo tenía la capacidad de oxigenar su cuerpo a un 60%. Michael en serio deseaba, que luego de toda esta mierda, Luke por fin tuviera unos pulmones nuevos, un trasplante que esperaba hace 5 años.
Michael tenía tantos planes y aspiraciones para luego de la cuarentena, sin embargo, para el transcurso de esta, estaba vacío. Solo tenía tiempo de lamentarse por su soledad, odiarse por ser de tan mal carácter que espantaba a potenciales amigos, además de extrañar a Luke.
Su teléfono, de la nada, comenzó a sonar. Su ceño se arrugó porque entendía que, ante la pandemia, la operadoras estaban cerradas, por lo tanto, era muy extraño recibir una llamada porque pronto vencería su cuenta del teléfono, o que le ofrecieran un producto.
Cuando vio la pantalla, contestó la llamada inesperada de inmediato.
—¿Luke? ¿Sucede algo? —preguntó de inmediato imaginándose los peores escenarios. Nadie podía juzgarlo ante el contexto, considerando además la condición de Luke. Por otro lado, Luke podía estar llamándolo porque lo extrañaba, por eso no le importaba incumplir los horarios que tenían destinados a comunicase.
—Mikey...—su voz se escuchaba débil, rota.
Luke estaba llorando y eso le destruía el corazón a Michael. Dentro de la cuarentena que ambos estaban cumpliendo, en varias ocasiones lloraron. Se sentían angustiados de la condición actual, de no verse en un largo tiempo, por extrañarse.
—Mi amor, debes calmarte. Estoy aquí para escucharte, pero necesito que te calmes para que no se vaya ningún detalle. ¿Está bien? —Luke aclaró su garganta. Michael lo tomó como un sí.— Dime corazón, ¿que pasa por esa cabecita tuya?
—Estoy harto de esta mierda —confesó soltando un nuevo sollozo, sin embargo, recobró el aliento. Llorar hacía que su capacidad de respirar, bajara, por lo tanto, recurrió a su hogar a colocarse la máscara de oxígeno. Michael esperó en línea.— Sí, apesta estar enfermo y apesta relacionarse conmigo. Soy un saco de preocupaciones, un estorbo.
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Lille | Muke.
Lãng mạnMichael y Luke en diferentes mundos, vidas y circunstancias. Pequeñas historias.