Alfa/Omega
El rubio alfa rascó la su nuca con ansiedad. Odiaba los semáforos cuando estaba con prisa, con intenciones de llegar a algún lugar, tal como en ese momento. Observó el reloj de su muñeca y bufó con fastidio cuando notó que ya iba 5 minutos tarde, que el maldito semáforo aún estaría en rojo por 18 segundos y que además, le faltaban por lo menos 6 minutos para llegar a su destino. Además, debía agregarle la peste de la multitud, una mezcla de aromas que jamás se terminaría de acostumbrar. Recordaba cuando era joven, como le causaba curiosidad la gran gama de aromas, desde los dulces hasta los cítricos, pero ahora le parecía incluso repulsivo.
Solo le gustaba un aroma, el de Michael.
Observó al cielo aliviado cuando el semáforo se puso en verde. Comenzó a caminar a toda prisa, esquivando a toda clase de peatones que fueran un estorbo. Necesitaba llegar a la compañía ya, tenía sus papeles listos para presentarlos, listos para decirle al estúpido de Leithon Clifford que no era necesario que su único hijo, sacrificara su felicidad para lograr que la compañía tuviera el rostro de un alfa comandándole.
Mordió sus labios y continuó su camino con prisa. Había conocido a Michael hace un par de años, cuando solamente era un interno con una gran fama a sus espaldas en torno a andar revoloteando de omega en omega. La verdad es que él no podía controlar sus instintos y conocía que con su aroma y encanto, podría lograr lo que quisiera. Se acostaba con omegas de todos los aromas y se deleitaba ver la sumisión que le presentaban, hasta que en aquella compañía, logró conocer el fruto prohibido que no veía en forma de manzana, sino con un exquisito aroma de frutilla.
Michael era un omega bastante extrovertido y amable, pero también sumamente rebelde hasta que era frenado por un alfa, y el que más tenía poder sobre él, era su padre. Michael no se interesó en Luke, sin embargo respetaba sus logros a la corta edad que tenía. Era un diseñador muy joven, con mucho estilo y con mucho futuro, pero Michael podía ver un gran defecto en su persona: no era empático.
Michael era dulce, amable y lo justo para sus ojos, lo llevaba a ser rebelde. Más de alguna vez le hizo un berrinche a su padre, con los mejores argumentos, en medio de alguna reunión y aquellas acciones había despertado el interés de Luke. Desde aquel momento su nariz solo se interesaba en captar aquel aroma de frutillas, mientras que su corazón se aceleraba por la admiración y Michael lo ignoraba.
Luke recuerda perfectamente el día en donde las cosas con Michael avanzaron, pues se topó al omega saliendo de la oficina de su padre muy tarde en la noche. Luke recién había ingresado a trabajar con un puesto estable, y la verdad es que era un cargo muy alto, por lo mismo hacía horas extras para no decepcionar a su jefe. Recuerda que Michael había salido llorando, furioso y eso preocupó al alfa. Los ojos verdes de Michael, llenos de lágrimas lo observaron y Luke solo le hizo un gesto para que lo siguiera a su oficina, sin intercambiar palabras. En su escritorio lleno de bosquejos de diseños, con lápices de colores esparcidos en todo el lugar y cuadrados de diferentes tipos de tela, existía una caja de plástico en el centro.
Una caja de frutillas.
Luke lo invitó a tomar asiento y Michael lo siguió, curioso, limpiando las lágrimas que aún se resbalaban por sus mejillas. Luke se sentó frente a él y destapó un pequeño recipiente que recién Michael lograba notar en sus manos, en aquel, había chocolate derretido.
En aquel momento, el omega soltó una carcajada, confundiendo al alfa que ya había sacado una de sus frutillas, listo para el deleite.
ESTÁS LEYENDO
Lille | Muke.
RomanceMichael y Luke en diferentes mundos, vidas y circunstancias. Pequeñas historias.