3.

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Anne

«¿Qué había sido de esa sonrisa? Y de esa risa contagiosa y las ganas que tenía de iniciar nuevas aventuras. Ya no recuerdo con claridad aquellos momentos en los que me pasaba el día riendo y cantando. Quizás me di cuenta de todo lo que me estaba sucediendo a raíz de la dolorosa ruptura con la que perdí a mi pareja, pero a la vez, a uno de mis mejores amigos. No merecía estar así por él. Y no lo estaba. Esto era mío y de nadie más. Me correspondía a mí misma y esta situación simplemente lo había hecho explotar. Mis inseguridades, mis miedos, la culpa cayendo sobre mis hombros. Cada vez era más grande el nudo que anidaba en mi interior. Quizás llevaba con esto mucho más tiempo del que era consciente. Repitiéndome constantemente que qué hago mal y que por qué soy así me ahogo en mis propios pensamientos. En mi propio mar. Oscuro; Vacío; Amplio; Profundo; Mío.

No se me quita el nudo de la garganta, no logro entender qué me pasa y mucho menos sé darle una respuesta, aunque intente poner orden a mis pensamientos. Me hundo. Me asfixio. Y en este mar, no hay nadie que me de la mano y me saque de esa corriente de agua que me quiere llevar lejos. No hay nadie o realmente no lo quiero ver. Me da miedo confiar, fallar, perder. El miedo es capaz de paralizarlo todo. Tal vez eso de tomar caminos equivocados me han llevado a vivir este preciso momento. Quizá es algo necesario el tener que pasar por esto. Debe ser eso.

Exploto.

Aire.

Necesito más aire, porque noto que cada vez mi cuerpo recibe menos. Percibo una leve cantidad entrando por mis fosas nasales. Trato de hacer una respiración diafragmática llevando todo mi poco aire al abdomen, extendiendo el diafragma, hinchando el vientre.

Inhalo. Exhalo. Inhalo. Exhalo.

Aún me queda un pequeño atisbo de confianza, de que podré volver a mí. Ser yo. Salir de esto. Pensar que igual todo vuelve a estar bien, que yo puedo vuelvo a estar bien, por mucho que me quede mucho trabajo que hacer.»

Después de vomitar todas esas palabras desordenadas sobre mi cuaderno me quedé un poco más tranquila. Me dolía la mano y al releerlo me fijé en la mala caligrafía que había usado, pero no le di ninguna importancia. Ya llevaba un tiempo haciendo eso, escribir lo que pensaba y sentía en cualquier momento donde algo no iba bien, y eso hacía sentirme más liberada, menos pesada. Raquel, la psicóloga con la que llevaba unas semanas, tenía razón con que esto iba a resultar ser algo beneficioso para mí. Cerré el cuaderno y fui a la habitación de Eva, porque no quería dormir sola y menos aún con el nudo que continuaba haciendo presión en mi garganta. Me metí en su cama y como respuesta ella me abrazó y entrelazó sus dedos con los míos aún dormida. Sonreí. Realmente nuestra amistad cada vez era más fuerte y sinceramente, esa chica se había convertido en un pilar fundamental para mí.

Igual que aquel chico lo era para ella, Rafa. Se habían estado viendo durante este tiempo y parecía que realmente la cosa iba totalmente enserio, pero seguían sin ser novios. Novios. Realmente poner esos términos con una persona es una tontería, ya que, si ambos sabéis lo que sentís, ¿para qué etiquetarse?, pero Eva necesitaba ponerle nombre a aquello que fuera lo que fuera la estaba haciendo sentir tan feliz. Lo necesitaba debido a todas sus inseguridades, y no la juzgaba por ello, es más, la entendía.

Personalmente, me llevaba genial con Rafa. Me parecía una persona carismática y encantadora, que aportaba alegría allá donde iba. Alguna vez había venido a casa, pero una de ellas se trajo a ese amigo suyo para que cenáramos los cuatro en el pequeño (pero céntrico) piso que compartíamos Eva y yo. Ese amigo se trataba ni más ni menos del rubio de gafas que vi en el bar. Ese mismo. Gèrard, el cual sus ojos me traían por la calle de la amargura desde que me miraron fijamente aquel día.

Serendipia [geranne]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora