40. Lo siento mucho, Ámbar

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Había doce cunas y cinco incubadoras. Los bebés que estaban en estas últimas sólo se veían como formas desdibujadas envueltas en niebla. Los que estaban en las cunas parecían demasiado desnudos. Los bebés guardaban un silencio uniforme.

Luna se preguntó si el cristal apagaría sus voces. La mirada de Luna buscaba, no conocía el rostro de su sobrina. Seguía sin encontrar a la bebé, una y otra vez examinó la fila de cunas.

— ¿Señorita?, ¿quién es usted?, ¿tiene algún familiar en este hospital?

Luna titubeó, se dio media vuelta hacia la enfermera que la miraba como preguntándose que sucedía. Observando a Luna en silencio y expectante.

— Uno de esos bebé es el hijo de mi prima. Estoy de visita.

— ¡Oh!, haberlo dicho antes. ¿Cuál es el nombre de su prima? — preguntó la enfermera.

— Ámbar, su nombre es Ámbar Smith.

— Correcto, ¿le gustaría acercarse y dar un pequeño vistazo a los bebés?, nadie ha venido de visita, a su sobrina le hará bien una visita después de mucho tiempo. Ha sido una luchadora igual que su madre.

¿Sobrina?, entonces Ámbar había tenido una niña.

— Me encantaría. — Respondió Luna, con una falsa y amplia sonrisa adornando su rostro.

— ¿Ya ha adivinado?, la pequeña está en una incubadora. —Respondió la enfermera extendiendo un par de guantes, una bata blanca y un cubre bocas hacia Luna, quién se colocó todo obedientemente.

La enfermera abrió la puerta de la habitación permitiendole a Luna la entrada. Obediente, Luna se acercó a la incubadora más cercana. Y descubrió un bebé tan pequeño como un pollo desplumado. El bebé estaba desnudo, todo lo que cubría su cuerpo era un pequeño pañal. No era su sobrina, en su diminuta muñeca había una pulsera de identificación para recién nacidos, con su genero, nombre y el de sus padres.

Luego de eso se enderezó y se dio la vuelta hacia la enfermera. Como diciéndole que no estaba dispuesta a ir uno por uno. Los reflejos y los cristales le impedían ver el interior de las otras cuatro.

— Es la incubadora que está al fondo, junto al estante.

Observó con paciencia la incubadora que le fue indicada. Entonces vio a la bebé. Era más pequeña de lo que imaginaba. Sin embargo no parecía estar débil, era una pequeña muy despierta que sin duda había sido muy fuerte todo este tiempo.

Luna sabía que no la quería, pero tenía que soportarla. Sabía que repudiaría al parásito, no sabía por qué, pero quería repudiarla, quería odiarla por atreverse a existir y ser parte de Ámbar y Matteo. La pequeña recién nacida era producto de todo lo que odiaba, y también un amargo recuerdo de todo lo que podría haber tenido pero se le fue arrebatado.

Le fue imposible preguntarse si su bebé habría lucido de esa forma, o si al menos tendría un aspecto similar a este ¿Se habría parecido a ella, o a Matteo?

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Ámbar miró por la ventana de su habitación, escuchando los sonidos de las concurridas calles y tratando de enfocar sus pensamientos. Estaban bastante dispersos en ese momento, y Ámbar, honestamente, estaba teniendo problemas para averiguar cómo centrarlos, pero supuso que era solo porque todavía estaba un poco estancada en las conversaciones que había tenido esa mañana.

Pero no podía mentir que pensar en general la fatigaba, y había tomado una siesta durante unas horas cuando se sentía un poco mareada para quedarse despierta. Había sido un sueño inquieto, sus sueños se transformaban lentamente en la pesadilla de ella cayendo por los escalones de cemento del metro cada vez que arrancaban. Era como si su mente no le permitiera olvidar ese recuerdo.

Hermosas Consecuencias [𝐌𝐀𝐌𝐁𝐀𝐑 𝐀𝐃𝐀𝐏𝐓𝐀𝐃𝐀]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora