*Vanilla*

23 1 0
                                    

Verano de 2018, las clases habían terminado y con ellas mi último curso en el internado del Instituto Monroe para señoritas, lugar en el cual había pasado los últimos 12 años de mi vida.

Hija de un cirujano y de la editora jefe de una revista de arte, quienes se conocieron de forma inusual y que irresponsablemente me tuvieron a mi, para luego darse cuenta que criar a un bebé era algo con lo que no podrían lidiar, al principio fueron nanas las que se encargaban de mi, pero al ingresar a preescolar se dificultó mucho más pues no tenían tiempo suficiente para ir y venir siquiera para dejarme nuevamente con la nana. Cuando entre a primaria tomaron la decisión de internarme, pero no en cualquier lugar, el Instituto Monroe para señoritas, como su nombre lo dice, solo admite mujeres y también cuenta con un área de internado, donde por supuesto teníamos toda clase de actividades, los mejores profesores y programas de verano donde viajábamos a distintos lugares a un precio... no tan accesible, pero eso a mis padres jamás pareció importarles.

A ellos les veía cada que podían, cuando pedían una visita extemporánea porque era el único tiempo que tenían para ver a su princesa como solían llamarme.
Yo estaba inscrita en clase de natación, de gimnasia, de pintura y era parte del grupo de alumnas-tutor en la clase de francés.

No puedo decir que mi vida haya sido demasiado mala durante esos años, tenía un grupo de 4 amigas con las que desde siempre había compartido dormitorio. Tenía nota sobresaliente, mis papás jamás tuvieron queja de mi y al cumplir los 17 años les pareció una excelente idea mandarme a estudiar al extranjero, alejarme de todo lo que conocía y enviarme a explorar el mundo.

- Mamá, llegué - grité emocionada al abrir el portón de la entrada, quizá estaba en casa realizando alguna edición o podría haberme realizado una fiesta de bienvenida sorpresa, pero ese no fue el caso. Ni ella ni papá estaban en casa.
Subi las escaleras, en la segunda planta debía estar mi habitación, hacía años que no ponía un pie en esta casa que ahora parecía más grande de lo que fue en la corta infancia que pase aquí.
Gire la manija y un tierno cuarto de bebé se asomó, una cama con decoración de flores en la cabecera y que ahora parecía ser demasiado pequeña para mi edad. Me recosté sobre ella, aunque era un poco incómoda pero el aburrimiento y el cansancio pudieron más.

- Corazón, ¿estás en casa? - sonó la voz de mi madre desde la planta baja, pegue un brinco desde la cama y bajé corriendo.
Mi relación con mis padres jamás habia sido la mejor, pero tenía cariño por ellos, que siempre se habían preocupado por que tuviera lo mejor aunque su atención no hubiera sido una prioridad.

- Má - grité dando un brinco desde el penúltimo escalón, llegando a sus brazos que ya me esperaban abiertos - ¿vienes del trabajo?

- Si, tu papá ya viene en camino con la cena

- Es suficiente con que tengan un momento para vernos, ¿Qué día tienes libre? Quiero ir de compras antes de tomar el vuelo - respondí emocionada de al fin poder estar con ellos.

- Lo siento hija, pero mañana tengo dos juntas a primera hora y el sábado un desayuno con mis amigas antes de ir a la oficina, pero quizá tu padre tenga algunas horas libres por la mañana - me tomo de los hombros y beso mi frente.

La puerta principal se abrió y atravesó mi padre con un par de bolsas de distintos tipos de comida.

- Papi - dije abrazando su cuerpo impidiéndole mover.

- Toma, ayúdame con esto -me entrego un par de bolsas - vengo muy cansado.

- Si hija, yo también te extrañé mucho -imite su voz a lo cual él simplemente rodó los ojos.

Mamá puso unos platos sobre la mesa y nos sentamos a comer en silencio mientras mis padres fingían que yo no estaba ahí y se contaban sus pesados días de trabajo.
Cuando la comida se acabó, cada quien recogió su plato y subimos a las habitaciones. Me puse la pijama y como pude me acomodé sobre la cama miniatura que había en lo que alguna vez había sido mi cuarto.

La noche pasó lenta, los grillos intentaban arrullarme pero me era imposible conciliar el sueño, no podía dejar de pensar que para mis papás yo era un mueble más en la casa. Que quizá yo jamás llegaría a sentir un amor tan profundo como el que sentían mis otras compañeras, nunca sentiría un abrazo fuerte como el que ellas recibían cuando sus padres iban por ellas al terminar el ciclo, las llevaban de compras, a comer, al cine o tan solo conversaban sobre lo duras que habían sido las últimas semanas de exámenes. En ese momento ansiaba más que nunca que estas vacaciones terminaran pronto para así poder irme lejos de aquí, conocer gente nueva no sería tan malo, podría hasta tener un novio y amigas para hacer todo eso que tanto quería. El sueño terminó venciendo y me quedé dormida.

A la mañana siguiente desperté cerca de las 11:30 am, lo cual significaba que mis padres ya no estaban en casa y que ahora tenía el día entero para mi. Con la tarjeta de crédito que mamá me había dado en la bolsa del pantalón salí de casa, en mi celular busque el centro comercial más cercano y me dirigí allá.
Estaba por cruzar distraídamente la calle cuando sentí un jalón en la chamarra.

- Cuidado -dijo una voz suave antes de cruzar frente a mí, impregnando todo el aire con su aroma a vainilla. El cabello corto me dio indicio de que fuera un chico del barrio, quizá me lo encontraría de nuevo y estaba segura de poder reconocerle.

Llegué a la plaza, visité algunas tiendas, hablé por video llamada con mis amigas mientras disfrutaba un café y por la tarde llegué a casa.

- ¿Qué tal tu tarde princesa? -preguntó mi mamá desde la cocina.

- Todo bien, hablé con Diana y Fernanda y compré algunas cosas para llevarme - le respondí mientras subía a mi habitación.

Las semanas pasaron rápido para suerte mía, hablaba de vez en cuando con mis amigas, cenaba siempre con mis papás y el día de mi partida estaba muy cercano. Mi maleta estaba hecha, mi madre había echo un tiempo para irme a dejar al aeropuerto antes de llegar a su oficina y de mi papá ni hablar, él tenía muchas cirugías pues lo habían promovido como jefe de cirugía y por supuesto que moría por obtener el puesto.

- Me llamas cuando llegues, abrigate y estudia mucho, trataremos de ir en las próximas vacaciones princesa - decía mi madre mientras acomodaba mi gabardina y apretaba el cinturón de la misma.

- Lo haré madre, estaré bien - le brindé una sonrisa amable y besé su mejilla antes de tomar mi equipaje de mano y caminar hacia la salida de mi avión.
Estaba a punto de dejar todo lo que conocía atrás, mi familia, mis amigos, mi país y lo mas importante, la persona que creía ser.

Amor sin remitente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora